El gran adversario (1ra parte)

Satán es el antagonista de la película de nuestras vidas

No hay nada noble en ser superior a otra persona. La verdadera nobleza radica en ser superior a tu antiguo yo.

Proverbio de los yoguis

Charles Pierre Baudelaire, uno de los “poetas malditos” de la Francia del siglo XIX, esgrimió una frase elocuente, controversial y profundamente reflexiva: “El mayor engaño del diablo es convencernos de que no existe”.

Los románticos habían buscado un nuevo héroe para sus experiencias vitales y poéticas. Epígono del romanticismo, Baudelaire se aferra a la figura del diablo. Magnificaban a Lucifer hasta verlo convertido en un símbolo.

Brutalmente asido a ese Romanticismo, que estaba por desaparecer, el poeta francés desmenuza, comprende, y le otorga a Satán una belleza magnífica y sagrada. Baudelaire es también —y hasta el extremo— creador de diablos, pues los reinventa y les da vidas nuevas.

En su obra nos los muestra de formas variadas. De rostros múltiples y caracteres variados. ¿Pero quién es realmente ese Satanás? ¿Quién es ese Lucifer?

Nos los han pintado como un ser maligno de piel rojo escarlata, portador de colmillos vampirescos, ojos que vomitan fuego, cuernos de borrego cimarrón, cola con punta de lanza y un afilado tridente como su arma torturadora y expiadora.

A lo largo de siglos, filósofos, poetas y escritores han escrito sobre él.  Pero la mayoría, como lo menciona Yehuda Berg, en su extraordinario libro Satán, una autobiografía, lo han entendido mal.

Y cuando digo extraordinario, me refiero a que la lectura mencionada, ha sido una de las mejores que he hecho en los últimos años. Sin duda, muchas de las reflexiones de este escrito, provienen de esa obra literaria.

Ganador del Premio Nobel, el escritor francés André Gide esboza un presentimiento cuando dice: “Nunca se le sirve tan bien como cuando no se le percibe”. Y complementa su sentir cuando menciona: “A él siempre le conviene no dejarse reconocer [...] y eso es lo que me molesta: pensar que cuando menos creo en él, más fuerza le doy”.

Pocos han descubierto las verdades luminosas que se cuelan entre las pequeñas grietas del caparazón humano. He aquí una de las claves de nuestra existencia. El escepticismo es el atrincheramiento del alma y la lápida de la inteligencia.

El escepticismo, clavado en nuestra mente racional preserva la incredulidad y alimenta a nuestro gran adversario. El ego.

La verdad del espíritu y la apertura del alma nos pueden llevar a entender el verdadero papel de Satán. De entrada, hay que aclarar un gran malentendido. Satán no es un nombre. Es la descripción de un trabajo. Es un papel que se interpreta en el juego de la vida.

  • Satán es una palabra hebrea. El Antiguo Testamento habla de HaSatán, que significa “el adversario” o “aquél que se opone”. Un poder que se opone. Satán es el antagonista de la película de nuestras vidas.

Como lo refiere Baudelaire, los rostros múltiples y variados de Satán son la depresión, la ira, los celos, la preocupación, el miedo, el falso orgullo y el comportamiento egoísta.

Y el ego es la respuesta reactiva al mundo.

Si nos volvemos vanidosos frente al éxito, es el ego haciendo su cometido. Si nos deprimimos frente al fracaso, ese también es el ego. Dejamos que el egoísmo se apodere de nuestro ser... ego. Damos caridad y dejamos que todo mundo se entere, es ego. Creamos un conflicto porque alguien tiene una opinión distinta a la propia, ego por ambas partes. Seguimos una creencia ciegamente, sin cuestionarnos, es igualmente el ego. Nos dicen la verdad y la rechazamos... el ego haciendo su “magnífico” trabajo.

El ego es finalmente, lo que nos motiva a reaccionar. Es una acción refleja.

Y de acuerdo con el planteamiento de Berg, todos esos pensamientos negativos, son los de nuestro gran adversario, Satán. Se ha disfrazado ingeniosamente de nuestro ego, para que pensemos que esa inclinación a la negatividad es nuestra. Nada más falso. Todos pasamos por situaciones difíciles.

El tema fundamental, es cómo reaccionamos ante ellas. Qué hacemos con nuestro dolor. ¿Dejamos que el ego se apodere de nosotros y sufrimos? O lo afrontamos y crecemos. Si escondemos la espinosa realidad en el armario, el dolor sigue y se convierte en amargura. Hay que confrontar al desafiador, a nuestra propia oposición, a nuestro adversario.

Continuará...

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