SANTACLÓS
Recuerdo con cariño y nostalgia “Pregunta y respuesta” de una columna de mi papá de hace muchos años, con confianza puedo decir que del siglo pasado. Fue escrita pensando en la Nochebuena. “Don Alfredo, ayúdeme a escribirle una carta a una pequeña de cuatro años, a mi sobrina Sarita confirmándole que Santaclós sí existe. Sus hermanos y primos, varones mayores, la están atosigando con que no existe y la verdad no es justo. ¿Me ayuda?
R. Don Rafael, le pido por favor comparta esta nota con Sarita, original de don Alfredo La Mont Jr.:
“Querida Sarita,
“Te escribo hoy porque sé que has estado pensando mucho en Santaclós. Has estado haciendo muchas preguntas a tus padres y estás empezando a preguntarte si Santaclós es real.
“Quiero que sepas que Santaclós es real. No es sólo un hombre con traje rojo que reparte regalos en Nochebuena, sino que también es el espíritu de la Navidad. Se trata de amabilidad, generosidad y la alegría de dar.
“Santaclós sabe cuándo te has portado bien o mal, pero no le importa. Quiere a todos, sin importar nada. Quiere que seas feliz y quiere que difundas amor y alegría a los demás.
“Santaclós está en todas partes y en ninguna parte al mismo tiempo. Puede verte cuando estás durmiendo y sabe cuándo estás despierta. Puede escuchar tus deseos y sabe lo que quieres para Navidad.
“Entonces, incluso si no puedes ver a Santaclós con tus propios ojos, debes saber que él siempre está contigo. Está en la amabilidad que muestras a los demás, en la alegría que sientes cuando abres tus regalos en la mañana de Navidad y en el amor que compartes con tu familia y amigos.
“¡Feliz Navidad!”.
LA ÚLTIMA CENA
Me dicen que la versión que vemos ahora de la pintura de La Última Cena no está completa, que le falta algo de la original, ¿cierto o cuento? Otra pregunta si me lo permite, ¿en qué museo se puede ver esta obra?
R. Cierto, la historia del arte está llena de accidentes y remodelaciones que hoy nos parecen casi sacrilegios. En el caso de La Última Cena, el mural de Leonardo da Vinci originalmente mostraba los pies de Jesús, un detalle que reforzaba la humanidad del personaje y su cercanía con los apóstoles. Sin embargo, en 1652 alguien decidió abrir una puerta en el refectorio de Santa Maria delle Grazie, en Milán, y el corte se llevó consigo las sandalias del protagonista. El gesto práctico de la arquitectura borró un símbolo espiritual.
Hoy, gracias a restauraciones digitales, podemos ver no sólo esos pies perdidos, sino también otros elementos que habían quedado ocultos por el deterioro: un salero derramado, interpretado como presagio de desgracia, y la bolsa de monedas de Judas, que recuerda la traición. Es curioso cómo la tecnología nos devuelve lo que la historia nos quitó, aunque sea en forma de píxeles. A diferencia de otras obras maestras que viajan de museo en museo, La Última Cena sigue en el mismo lugar donde fue pintada entre 1495 y 1498. El convento de Santa Maria delle Grazie no fue diseñado para recibir multitudes, y por eso la experiencia de visitarla es casi un ritual moderno: grupos reducidos entran cada 15 minutos, las reservas se agotan con meses de anticipación y la contemplación dura apenas unos instantes. El visitante debe aceptar que la obra no se ofrece como espectáculo masivo, sino como encuentro íntimo. Es un recordatorio de que el arte, incluso el más famoso, puede exigir paciencia y silencio. En tiempos de consumo rápido, ver La Última Cena es casi un acto de resistencia cultural: esperar, entrar en fila, mirar con calma y salir sin selfies multitudinarias.
