Sin maquillaje/ arlamont@msn.com/ 31 de diciembre de 2025

Alfredo La Mont III

Alfredo La Mont III

Sin maquillaje

*AÑO VIEJO

Entre turbulencias, certezas y otras sacudidas decimos adiós a 2025.

Se acaba el año, y uno quisiera despedirlo con un gesto elegante, como quien cierra un libro que disfrutó. Pero no: este año se nos va como esos tomos gruesos y desordenados que uno deja caer sobre la mesa con un suspiro, agradeciendo que por fin terminó. Fue un año turbulento para México, para Estados Unidos y para el mundo, cada uno con su propio menú de tensiones, sobresaltos y contradicciones.

México vivió meses de discusiones intensas, de promesas que se inflaron como globos metálicos y de realidades que, como siempre, se encargaron de pincharlos. Hubo momentos de esperanza, sí, pero también episodios que nos recordaron que la política nacional es un deporte extremo: uno que exige casco, paciencia y un sentido del humor resistente. Entre cambios, anuncios, polémicas y discursos que parecían escritos para un teatro del absurdo, el país siguió avanzando, a veces con paso firme, a veces tambaleándose, pero avanzando al fin.

Del otro lado de la frontera, Estados Unidos tampoco tuvo un año tranquilo. Las tensiones políticas, las batallas culturales y la sensación permanente de estar viviendo en un episodio largo —muy largo— de una serie que ya debería haber terminado, marcaron el ritmo. Y sin embargo, ahí siguen: debatiendo, votando, discutiendo, reinventándose. A veces con lucidez, a veces con estridencia, pero siempre con esa energía inagotable que los caracteriza.

Y el mundo… bueno, el mundo decidió que si ya estábamos acostumbrados a la incertidumbre, podía subir un poco más la intensidad. Conflictos que no terminan, economías que se tambalean, migraciones que nos recuerdan que la dignidad humana no entiende de fronteras, y un planeta que sigue enviando señales de alarma como quien toca la puerta con insistencia. Aun así, entre tanta turbulencia, también hubo avances científicos, gestos de solidaridad inesperados, movimientos culturales vibrantes y pequeñas victorias que no siempre salen en los titulares.

Si algo dejó claro este año es que la realidad no pide permiso para sorprendernos. Que la estabilidad es un lujo y que la resiliencia dejó de ser una palabra de moda para convertirse en una herramienta de supervivencia. También aprendimos —o recordamos— que la ironía es un salvavidas emocional: cuando el mundo se pone demasiado serio, conviene no tomarse uno mismo tan en serio.

Hoy, al cerrar este capítulo, no se trata de hacer balances perfectos ni de fingir optimismo. Se trata de reconocer que llegamos hasta aquí, que seguimos de pie, que seguimos pensando, creando, discutiendo, soñando. Que, a pesar de todo, hubo abrazos, aprendizajes, risas, descubrimientos, viajes, comidas memorables, conversaciones que nos salvaron del tedio y momentos que nos recordaron por qué vale la pena seguir. El año termina. Y, aunque no haya sido el más amable, tampoco logró quitarnos la capacidad de mirar hacia adelante. Mañana empieza otro. Y eso, en sí mismo, ya es una buena noticia.

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