Sin maquillaje / arlamont@msn.com / 26 de diciembre de 2025

Alfredo La Mont III

Alfredo La Mont III

Sin maquillaje

EL COLOR

¿Cómo se decide el color de las medicinas?

R. El color de una medicina no es casualidad. Se determina por una combinación de factores científicos, regulatorios y psicológicos. En primer lugar, algunos fármacos tienen color natural debido a su composición química, pero la mayoría recibe colorantes aprobados por autoridades sanitarias para garantizar seguridad y estabilidad.

El color también cumple una función práctica: ayuda a distinguir dosis y presentaciones, reduciendo errores. Por ejemplo, una pastilla de 10 mg puede ser azul y la de 20 mg rosa, lo que facilita la identificación por parte de pacientes y médicos.

Además, el color influye en la percepción. Tonos cálidos, como rojo o naranja, suelen asociarse con energía o alivio rápido, mientras que azules y verdes evocan calma o descanso. Estas asociaciones psicológicas pueden mejorar la adherencia al tratamiento.

Finalmente, existen consideraciones culturales y de mercado. En algunos países, ciertos colores se evitan por sus significados y las farmacéuticas adaptan sus productos a las preferencias locales.

OSOS DE AGUA

¿Qué son los llamados “osos de agua”?

R. Los tardígrados, llamados “osos de agua”, son diminutos seres que han sobrevivido más de 500 millones de años gracias a su increíble resistencia. Viven en musgos, líquenes y suelos húmedos, donde ayudan a mantener el equilibrio microscópico al alimentarse de algas y bacterias.

Lo fascinante es que, cuando las condiciones se vuelven extremas, pueden entrar en un estado de suspensión vital y soportar sequías, radiación o frío intenso. Su historia evolutiva nos recuerda que la vida no sólo se mide en tamaño, sino en la capacidad de adaptarse: pequeños, invisibles a simple vista, pero esenciales para entender la resiliencia de la naturaleza.

Estos diminutos “osos de agua” son maestros de la supervivencia. En su estado normal apenas toleran el frío y el calor moderados, pero cuando entran en criptobiosis —una especie de pausa vital— desafían los límites de la naturaleza: pueden resistir temperaturas cercanas a los −200 °C y soportar breves exposiciones de hasta 150 °C. En ese estado, su metabolismo se detiene casi por completo, permitiéndoles sobrevivir no sólo a sequías y radiación, sino también al paso del tiempo. Mientras su vida activa suele durar meses o pocos años, se han documentado casos de tardígrados que “despertaron” después de más de 30 años secos, como si el reloj biológico hubiera quedado suspendido.

Su historia nos recuerda que la resiliencia no siempre se mide en tamaño, sino en la capacidad de adaptarse y persistir. microscópicos, los tardígrados son testigos silenciosos de la fuerza de la vida frente a lo imposible.