CIUDAD DE MÉXICO.
Cada poema de Nuno Júdice (Algarve, Portugal, 1949) es una caja negra con hojas de otoño o con restos de algún viaje. A veces contiene algún exilio o algunos gramos de filosofía. Cada poema, reconoce este importador de metáforas, es una manera de acompañamiento que refleja nuestra humanidad, tal como lo muestra en La maleta del poeta (Editorial Trilce), la compilación más reciente en lengua española del prolífico escritor lusitano, que traza una línea de medio siglo en su trabajo lírico.
Un amigo peruano comentaba que mis poemas le parecían cajas negras. Sé que es un poco macabro, pero de algún modo tiene razón, porque en el interior del poema está todo eso que lo originó y que es posible ver en toda una vida, no la mía. Porque cuando un lector se identifica con el poema, se lo apropia y vierte en él sus experiencias, sus ideas y todo aquello que piensa y siente”, dice a Excélsior Nuno Júdice, una de las voces más sólidas de la poesía portuguesa.
La poesía, abunda el autor que visitó México hace unos días, es la única forma de manifestar nuestra humanidad y de refrendar que somos todos iguales, más allá de mundos políticos y religiosos. “Porque un poema puede hablar a un portugués, a un chino, a un exiliado o a un preso que vive situaciones terribles; y el poema puede hacerle sentir que no está solo y que hay una esperanza para su condición”.
¿Piensa usted en el lector? “Si pensara en el lector como algo abstracto no conseguiría escribir, porque el poema no tiene destinatario. Para mí, el poema se dirige normalmente al poeta, que es el primer lector. Lo que creo es que cuando un poema no dice algo o no tiene algo nuevo, algo que cambie la mirada del lector, ese poema no ha resultado y carece de tiene destinatario”.
¿Por qué no hizo usted la selección de esta antología? “Porque toda antología es injusta y preferí pedirle a un amigo (Ricardo Marques) que hiciera el trabajo. Y porque cuando uno elige, lo hace con la cabeza en el presente y se cae en la tentación de uniformizar de acuerdo con lo que hoy escribo”.
¿En este recorrido de cinco décadas mantiene los mismos temas? “Existen algunos cambios, pero mi poesía mantiene una unidad y, quizá, tiene que ver con esa idea de noción e interrogación sobre el poema, o sobre esa idea de que la poesía es teatro. Y cuando digo esto, lo hago bajo la influencia de Fernando Pessoa y sus heterónimos, de esa poesía total que es el teatro de su vida”.
¿Hay en su poesía tantas voces como en Pessoa? “También hay muchas voces en mi poesía. Una es la mía, pero hay otras que interfieren y dialogan conmigo; es un teatro interior que se cristaliza en heterónimos, como en Pessoa, esas voces que hablan en el poema y que me interpelan... pero no al punto de Pessoa, porque después de Pessoa es imposible tener heterónimos”.
¿Su poética nace de la iluminación o de la construcción lingüística? “Hay una síntesis entre ambos aspectos. Muchas veces el poema es una iluminación, es algo que surge en el momento, que no se sabe de dónde viene. Pero, cuando empiezo a escribir, esa iluminación se convierte en palabras que deben traducir ese estado que originó el poema y es cuando esa iluminación muta en construcción”.
Y añade: “Es una síntesis, porque el poema que se limita a ser construcción no me interesa mucho; el poema tiene que respirar por sí mismo, mirar, hablar para que el lector encuentre alguien con quien pueda dialogar”.
AMOR Y EXILIO
En La maleta del poeta, Júdice le habla al exilio y le canta al erotismo, como cuando escribe: “Llegué a un continente erótico. Los vientres / redondos de los árboles atraen a los animales. Oigo los gritos”.
El exilio, afirma, “es parte de la condición humana, porque todos fuimos exiliados, desde el Génesis, cuando nos expulsaron del Paraíso. Y en el mundo concreto también, cuando somos confrontados con situaciones de exilio. Sin embargo, ese poema habla sobre nuestra necesidad de sentirnos fuera del mundo”.
También utiliza la mitología y la reflexión como materia prima del verso, como cuando acude a Ovidio, a Horacio y a Kant, revelando que su poesía tiene un sedimento de filosofía.
En Portugal no tenemos filósofos, sino ensayistas y pensadores. Pero no filósofos como Descartes o Heidegger. Y cuando queremos encontrar una filosofía portuguesa… la encontramos en los versos de Camões, de Pessoa o en Teixeira de Pascoaes, en esos grandes poetas que pensaron el mundo a través de sus poemas”.
En este punto, reconoce: “No soy original, sino que continúo esa tradición… y, aunque no soy filósofo, la poesía tiene que traducir ese pensamiento sobre el mundo y sobre la vida. Creo que eso se puede ver en algunos de mis libros, sin que llegue a ser una descripción panfletaria, es una forma de traducir poéticamente las angustias de lo que vivimos”.
Y también redunda en torno al amor y el erotismo, como en su poema Mujer acostada, donde escribe: “Te veo poner los ojos en blanco mientras tu lengua vuela como un enjambre de alabanzas a dios, / te veo a merced de una corriente de aire en un portal de profundo pétalos, / veo florecer tus cabellos como si fueran un bosque de acacias locas, / veo una cabalgata de minutos en tus senos que giran como manecillas / te veo salir de un desfiladero de gritos blancos en un eco de relámpago…”.
Al respecto, asevera: “Sólo diría que el amor en la poesía portuguesa tiene una larga tradición y sería difícil escapar de ella, desde Luís de Camões hasta otros creadores más recientes. Y yo sigo ese camino. Yo creo que hay dos formas diferentes de abordar el tema del amor. Una es desde la melancolía, contenida en mucha de la poesía portuguesa y que está ligada a la soledad y a la pérdida de la amada, al alejamiento de ella; y otra es el amor concreto y realizado. Yo creo que todas esas formas se encuentran en mi poesía”.
Al final, esta maleta en forma de libro es un viaje hecho por este creador que “importa metáforas y que exporta alegorías”, el creador que trabaja en el vacío y cuya práctica se confunde con la de un escultor en movimiento. En La maleta del poeta se incluyen poemas extraídos de una treintena de libros, que van desde El pavo real sonoro (1973), Las innumerables aguas (1974) y El mecanismo romántico de la fragmentación (1975), hasta La repartición de los mitos (1982), Meditación sobre ruinas (1994), Líneas de agua (2000) y La pura inscripción del amor (2018), entre otros.
cva
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