Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Estela de recuerdos

16 de Febrero de 2024

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En una analogía acerca de los riesgos de la vida y lo inescrutable del destino humano, el filósofo latino Lucio Anneo Séneca, nacido en Córdoba, en lo que hoy es España, en una de las cartas a Lucilio —me basta uno (decía de los discípulos), me basta ninguno—, expresó: “No te fíes de la tranquilidad presente; en un momento el mar se altera; el mismo día y en el mismo sitio donde jugaron los navíos son tragados por el vórtice”. Desapareció Kelvin Kiptum, inesperadamente. Antes del pasado domingo este prodigio, con una resistencia diamantina, rebosante de salud, acaso como nadie en la faz del planeta, había sembrado, asombrosamente en un año —con piernas delgadas y de una fortaleza nunca vista a los impactos de la competencia y a los 300 kilómetros semanales de entrenamiento—, la certeza de alcanzar dos cumbres: romper el mítico muro de las dos horas en los 42,195 m y la conquista del oro olímpico en los JO de París. Se desvaneció su figura al tiempo que brota una estela de imágenes, recuerdos y asociaciones de ideas. No sólo el paralelismo con aquel otro formidable maratonista Samuel Wanjiru, fallecido al igual que Kiptum, a los 24 años de edad, al caer del balcón de su casa, sino el espíritu de emulación entre kenianos y etíopes que nació a raíz de que el inmortal Abebe Bikila conquistara dos oros en el maratón olímpico con sendos récords mundiales en Roma 60 y Tokio 64. Llegan otras noticias: la muerte del legendario keniata Henry Rono, a los 72 años, quien en 81 días pulverizó cuatro RM, entre ellos los de 5 y 10,000. Y ayer el ruso Víktor Saneyev, oro olímpico en aquella memorable fecha del 17 de octubre de 1968, en la que en CU se rompieron 5 RM en salto triple. En la década de los 60 se originó una de las más enconadas y hermosas rivalidades en la esfera deportiva; inspiradoras en el progreso, en la lucha contra las manecillas del cronómetro. Fascinante duelo agonal de esmirriados negros correlones en las alturas del Valle del Rift, como el que se presencia en el estanque olímpico entre los prodigiosos blancos y rubios australianos y estadunidenses. Medio siglo de esfuerzo en amalgama con los profundos conocimientos del entrenador británico John Velzian —artífice que revolucionó el atletismo keniano en Tokio y en México 68, que fue realmente la plataforma de despegue hacia el empíreo de fondistas y maratonistas kenianos— necesitaron para igualar con Eliud Kipchoge los dos oros de Bikila. En el cielo de los JO Bikila estableció una hazaña, inalcanzable y, en consecuencia, irrepetible, con un toque romántico, de pureza idealista: correr descalzo por las embaldosadas calles de Roma... Cruzar triunfal por el Arco de Constantino tuvo otra connotación cargada de simbolismo, pues de ahí salieron las tropas del Duce a invadir Addis Abeba. El sueño dorado de los kenianos son los tres oros olímpicos y las dos horas como símbolo supremo. Los pies alados de Kiptum enfilaban hacia estas cumbres. Se perfilaba un duelo épico con Kipchoge. El culto a un héroe de 24 años se desvaneció semejante a la espuma del mar al lamer la playa.

 

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