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Futuro y empatía

Víctor Manuel Torres

Víctor Manuel Torres

CUARTO DE FORROS

La acción de la película Blade Runner (1982), de Ridley Scott, está situada en Los Ángeles en noviembre de 2019. En esta semana, usuarios de redes sociales, cinéfilos consumados, destacaron esta coincidencia con el mes y el año que corren. Una efeméride ficticia, pero notable. La cinta toma su esencia, como todo mundo sabe, de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de Philip K. Dick, nacido en Chicago el 16 de diciembre de 1928 y fallecido el 2 de marzo de 1982, antes del estreno de Blade Runner.

Observo algunas diferencias. En ambas obras, el protagonista es Rick Deckard, pero la acción de la novela transcurre entre el 3 y el 4 de enero de 1992; es decir, Dick proyectó su trama 24 años adelante. Bajo ese criterio, la película, considerando el año de su filmación, hizo lo propio 37 años en el futuro. Otra diferencia es la ciudad en que se sitúa la historia de humanos y androides: el San Francisco de Dick se convierte en Los Ángeles de Scott.

 

Otra distinción es la población planetaria: en el relato, la Guerra Mundial Terminus –súper conflicto bélico cuyo origen quedó sepultado en la desmemoria colectiva– arrasó con la mayor parte de la humanidad, provocando una diáspora selectiva hacia Marte y dejando en la Tierra una capa nociva de polvo radiactivo. Al contrario, en la cinta se presenta una megalópolis angelina rebosante de humanos que no pudieron escapar.

En la versión de Scott, Deckard es un blade runner; pero para Dick es sólo un cazarrecompensas. En la primera es un policía divorciado a quien su jefe, el inspector Harry Bryant, rescata del retiro para terminar el trabajo que inició otro blade runner, el eficiente Dave Holden. Estos dos últimos aparecen con el mismo nombre en la novela.

 

De hecho, en el relato, Deckard está casado con Iran y el matrimonio tiene en casa una posesión peculiar: un sofisticado Climatizador de Ánimo marca Penfield, que es capaz de regular las emociones: puede “programar” a su usuario para comportarse irritable, tolerante, satisfecho, atento, sumiso, feliz, soñoliento y un largo etcétera de pulsiones netamente “humanas”.

Este aparato, clave en la historia de Dick, no es mencionado en la cinta.

A los androides de Scott se les llama replicantes, pero en el libro se les dice, peyorativamente, andys. Eso sí: en ambas obras, esos androides pertenecen al vanguardista modelo Nexus-6, fabricado en Marte por la Asociación Rosen, en el caso de la novela, y por la Corporación Tyrell, en el largometraje.

Las marcas comerciales son otro cuento. En su relato, Dick sólo menciona una real: la cervecera Budweiser. En cambio, Scott saca a relucir –quizá por efectos de patrocinio– a Coca-Cola, Pan Am, Atari, entre otras, y repite Budweiser. Es probable que el cineasta pensara que esos productos sobrevivirían, incluso, a una conflagración nuclear.

Los personajes, sobre todo los Nexus-6, tienen diferencias relevantes. En el libro, Rachael Rosen, quien en la cinta es sólo Rachael, tiene sexo con Deckard. En la cinta sólo hay un flirteo permanente. En la novela hay dos androides apellidados Baty: Roy e Irmgram, y el primero es el líder rebelde en ambas obras. También aparece Pris, que cautiva a un humano marginal llamado John Isidore. Éste es, en la película, J. F. Sebastian, diseñador de androides.

Los Nexus-6 de la novela son pusilánimes, pues se resignan muy pronto a ser retirados (asesinados) cuando los descubre un cazarrecompensas. En la cinta son aguerridos, e incluso pensadores cargados de lirismo: Roy Baty exclama su famoso monólogo Lágrimas en la lluvia.

Y no, en el libro no existe el enigmático Gaff, protagonizado por Edward James Olmos. Tampoco existe la bailarina exótica Zhora. Quien sí forma parte de la imaginación literaria de Dick es Luba Luft, una hermosa androide soprano que hace emerger la escondida melomanía de Deckard.

 

Lo que definitivamente guarda la misma esencia en ambas obras es la empatía humana, que jamás lograrán poseer los androides y por ello son descubiertos y, desde luego, una exploración de la frágil condición humana a la que dan absoluta relevancia Dick y Scott.

El escritor parece concluir que los personajes están en una confusión tal que los humanos son los que sueñan con ovejas eléctricas, no los androides; quienes más bien sueñan o, mejor dicho, aspiran a tener una vida normal, aunque carezcan de empatía.

 

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