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El mundo a punto de cambiar, de nuevo

Víctor Beltri

Víctor Beltri

Nadando entre tiburones

La historia se escribe ante nuestros ojos, mientras contemplamos lo inimaginable. Los preparativos para la toma de protesta del próximo presidente no se parecen en nada a lo observado en ocasiones anteriores, y la capital norteamericana se ha convertido en una fortaleza, resguardada por decenas de miles de tropas que la protegen de sus propios ciudadanos, de sí mismos. El enemigo, ahora, es interno.

El país está completamente dividido y, a pesar de que la gran mayoría de norteamericanos reprueban absolutamente el asalto al Capitolio, tan sólo el 36% lo consideran como una crisis para la democracia norteamericana, mientras que el 39% lo ve como un problema importante, de acuerdo con una encuesta publicada por CNN en días pasados.

La percepción, definitivamente, no es la misma. El 54% de la población estaría a favor de que el presidente fuera removido del cargo inmediatamente pero, a pesar de que el 93% de legisladores demócratas apoyaría tal medida, tan sólo el 10% de republicanos haría lo mismo. De acuerdo con la misma encuesta, aunque —a nivel general— su presidencia tenga una aprobación del 34%, entre republicanos seguiría siendo de más del 80 por ciento. El 65% de los norteamericanos rechaza la teoría de la conspiración sobre una supuesta presidencia ilegítima del candidato demócrata, pero el 23% de la población —y el 58% del total de republicanos— cree que es cierta, y que existirían evidencias suficientes para probarlo.

La mitad del país ve la realidad de una forma completamente distinta a la de la otra, y los puntos en común se erosionan en tanto cada facción trata de aniquilar a su oponente: quienes, hace unos días, estuvieron a punto de ser linchados por la turba, hoy buscan encarcelar a sus enemigos y desaparecer un legado con el que, sin embargo, un gran porcentaje de la población se identifica. Un gran porcentaje, que incluye a la mayoría de los poseedores de armas y de los cuerpos de seguridad, como los que ahora ocupan la capital para garantizar una transición de poder que, por primera vez en la historia, ha sido amenazada con actos de violencia de su propia ciudadanía. Para muchos elementos de las fuerzas públicas, la lealtad a la patria tendrá que prevalecer sobre la lealtad a las propias convicciones.

La lucha de contrarios ha llegado a un límite, cuyo desbordamiento en violencia se antoja inminente si el próximo mandatario no es capaz de encontrar un discurso de unidad, una causa en común que pueda ser compartida —sin miramientos— por ambos bandos, al tiempo que se imparte justicia, que no revancha, sobre quienes participaron en el intento de insurrección.

Una causa que, en esta ocasión, tendrá que ir más allá del esfuerzo bélico en contra de un enemigo común. El futuro presidente enfrenta una serie de retos formidables, no sólo en cuanto a la lucha contra la pandemia, la recuperación económica, la crisis de los opiáceos o el combate a las drogas, sino que además deberá sanar las profundas heridas de una sociedad lastimada, replantear el significado del American Dream —en el contexto actual— y recuperar el papel protagónico de EU en el orden mundial.

Una tarea titánica, en circunstancias normales. ¿Cómo lograrlo con una sociedad fragmentada? Las redes sociales han creado burbujas de pensamiento que han llevado a la radicalización de sus miembros, al tiempo que han servido como un megáfono ideal para los líderes populistas, lo que tratará de ser evitado, a toda costa, por la próxima administración norteamericana. Las restricciones de uso, y los nuevos términos de privacidad, provocarán una pulverización de las redes tal y como las conocemos, lo que sin duda traerá repercusiones no sólo para la competencia política en todo el mundo, sino para los modelos de difusión del pensamiento y, sobre todo, para la seguridad de los usuarios. El mundo, en todo caso, está a punto de cambiar de nuevo.

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