Punto de inflexión
La militarización de la frontera podría escalar a niveles sin precedentes.
La hora de la verdad se acerca para México. Mañana Donald Trump volverá oficialmente a la Casa Blanca, y con él todo un catálogo de amenazas que están quitando el sueño a funcionarios, empresarios, ciudadanos y migrantes mexicanos. El regreso del expresidente republicano marca el inicio de una nueva era de incertidumbre en la relación bilateral, donde las famosas “órdenes ejecutivas” se ciernen como si fueran huracanes a punto de tocar tierra sobre el país.
Los optimistas mexicanos —esos eternos soñadores que siempre ven el vaso medio lleno— insisten en que Trump “no se atreverá” a cumplir sus amenazas. Con una sonrisa nerviosa, repiten como mantra que todo es retórica electoral, que la interdependencia económica es demasiado profunda, que los intereses empresariales son muy poderosos. Esos mismos optimistas fueron los que en 2018 juraban que Andrés Manuel López Obrador nunca cancelaría el aeropuerto de Texcoco ni se aferraría a construir un Tren Maya destruyendo la selva ni militarizaría al país.
La realidad es que la historia reciente ha enseñado que los políticos populistas tienen una peculiar obsesión por generar la impresión que están cumpliendo sus promesas, aunque sean las más descabelladas. En el caso de Trump es como si el sentido común fuera su enemigo personal. Él ya demostró durante su primer mandato que no tiene reparo en sacudir el tablero internacional: salió del Acuerdo de París sobre el cambio climático, mantuvo una guerra comercial con China, construyó secciones de su muro fronterizo y negoció con México a punta de amenazas de aranceles, etcétera.
Seguramente más de uno en México —incluyendo el gobierno y los empresarios— ya preparan sus presentaciones de PowerPoint llenas de gráficas sobre comercio bilateral, cadenas de suministro integradas y millones de empleos estadunidenses que dependen de México. Como si a Trump le importaran los datos cuando tiene una narrativa que vender. El expresidente republicano ha encontrado en México el villano perfecto para su historia de “hacer a América grande otra vez”: un país que supuestamente inunda Estados Unidos de drogas, criminales y productos que representan una competencia desleal.
La designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas extranjeras ha sido un mensaje tan recurrente últimamente, que va por terminar en no sonar tan descabellado para los estadunidenses. Los aranceles comerciales volverán a estar sobre la mesa. La militarización de la frontera podría escalar a niveles sin precedentes convirtiendo al país, como ya lo dijo quien está nominada como secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, en el patio trasero de la migración con el programa “Quédate en México”, que pretende que los migrantes de todas las naciones se queden en el país. El panorama se ensombrece porque esta vez, México no cuenta con los aliados que tenía en Washington durante el primer periodo de Trump: ni una oposición demócrata unificada ni un gabinete republicano dispuesto a moderar los impulsos presidenciales.
Durante la administración de López Obrador se apostó por evitar la confrontación y esperar que las amenazas de Trump se disiparan solas. Ahora, cuando las “temidas órdenes ejecutivas” están a punto de convertirse en realidad, distintos sectores mexicanos hacen constantes llamados a la unidad, sin que se vea claramente cómo el mecanismo de la unión detendrá al estadunidense.
El misterio de cómo gobernará Trump esta vez, se resolverá con las primeras acciones que presente el republicano. Lo que está claro es que su llegada al poder no será un capítulo más en la relación bilateral, sino que puede ser un punto de inflexión para el gobierno mexicano.
