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Educación y pandemia

Raúl Contreras Bustamante

Raúl Contreras Bustamante

Corolario

 

Hace unos días fue presentado el Informe de Actividades 2021 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) —que es el organismo especializado en materia educativa de la Organización de las Naciones Unidas— que proporcionó datos muy interesantes que alertan respecto a los efectos que la pandemia dejó en perjuicio del desarrollo de nuestros niños, niñas y adolescentes.

El informe reporta los estragos provocados por la pandemia del covid-19 que ha trastocado la vida de todo el mundo. Después de más de dos años de su inicio, los indicadores en todos los rubros reflejan muchos retrocesos significativos, pero, sin duda, uno de los sectores de la población que más afectación ha tenido es el de la infancia.

El cierre de las escuelas en todo el mundo fue un factor devastador en los procesos de aprendizaje, a grado tal que a decir del representante de Unicef en México: “La pérdida de aprendizajes es la mayor amenaza generacional que tenemos”.

El informe estima que los menores han perdido entre dos y tres años de aprendizaje durante este periodo, y los efectos negativos son peores en aquellas niñas y niños que comenzaron su educación en 2020, año en que se decretó la suspensión de actividades escolares presenciales debido a la emergencia sanitaria.

Así, parece ser que el mayor reto que México enfrenta para garantizar el acceso del derecho humano a la educación de niñas, niños y adolescentes es precisamente recuperar el nivel educativo. A ello hay que sumar la problemática que implican diversos temas de salud pública.

Por ejemplo, las cifras indican que el 38% de nuestros niños y el 43% de nuestros adolescentes padecen obesidad, aunado a la desnutrición y la violencia doméstica que padeció nuestra niñez y juventud, de manera agravada, durante el confinamiento.

El informe de la Unicef apunta que en 2021 el 59% de los hogares mexicanos con niñas, niños y adolescentes tuvieron ingresos menores a los que percibían antes de la pandemia, lo que trajo dificultades en el acceso a alimentos saludables, afectando no sólo su nutrición, sino su aprendizaje.

Y es que nuestro país fue uno de aquellos donde las escuelas permanecieron completamente cerradas durante 18 meses, lo que, a decir del informe, aumentó las brechas del aprendizaje e incrementó los riesgos de exclusión y deserción escolar, sobre todo en niños pertenecientes a grupos de comunidades indígenas o aquellos que viven en condiciones de mayor pobreza.

Aunque las consecuencias del impacto de la pandemia no han sido privativas de nuestro país, si nos han impactado de manera sensible. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, la gran parte de los países miembros del G20 ya han logrado recuperar los niveles del Producto Interno Bruto que tenían antes de la pandemia. Sólo Alemania, Japón y México, aún no lo han conseguido.

Un elemento importante para nuestra recuperación deberá enfocarse en atender las crecientes necesidades de gasto en salud, educación e infraestructura, así como en seguir combatiendo factores tales como la informalidad en materia laboral, el combate a la inseguridad o la corrupción, que han obstaculizado el crecimiento de la productividad.

México tiene un gran potencial para convertirse en una economía de alto crecimiento, pero esto sólo será una realidad si somos capaces de apostar por el capital más valioso para cualquier nación, que son sus niños y jóvenes. Es preciso fortalecerlos en todos los aspectos, pero —sin duda— la educación es pilar fundamental.

Cómo Corolario, la frase de la activista irlandesa Sinéad Burke: “La educación es lo que rompe los ciclos de pobreza y opresión”.

 

 

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