Vicios del amor I. Falta de amor propio

• No se puede dar lo que uno no posee

Sé tu propio palacio o el mundo será tu prisión.

John Donne

Nada garantiza mejor nuestra sobrevivencia que amarnos equilibradamente a nosotros mismos. Esto es, amarnos sin soberbia, sin narcisismos, sin egocentrismos, sin petulancias... con el autoconocimiento propio de las virtudes y los defectos, con las fortalezas y las debilidades.

El amor propio protege contra el sufrimiento emocional, incluso racional. Es esa fuerza mental que nos impide seguir rumiando la vida en detrimento de nosotros mismos, es la jerarquía que pone a uno por encima de las circunstancias evitando así, ser arrastrados por la negatividad, el abandono y la despersonalización.

El primer vicio del amor es amar sin amarse lo suficiente como para no dejar de ser uno mismo. No se puede dar lo que uno no posee, y cliché o no, se lleva la palma de la razón. Cuando uno no se quiere lo necesario es vulnerable ante las adversidades de todo tipo, moral, ético, material, físico y psicológico; es presa fácil del desasosiego y la manipulación. El amor propio es el único capaz de imponer límites sanos y prudentes a la libertad salvaje de los otros.

El amor propio se aprende, casi siempre desaprendiendo o descreyendo. El amor que ejercemos hacia nosotros mismos es resultado de la historia previa que hayamos tenido, y muchas veces la teoría que formamos sobre lo que somos –o nos han dicho que somos– nos inhabilita para el amor y el bienestar de nosotros mismos, sobre todo por eso que la psicología le llama profecía autorrealizada o efecto Pigmalión; es decir, que vamos por la vida consciente o inconscientemente dándole peso a nuestras carencias, si nos han dicho que no podemos, asumimos que no podemos y, ante cualquier situación complicada nos rendimos convencidos de que somos incapaces.

El ser humano es resistente al cambio por naturaleza.

Lo peor son los estragos que dejan eso que asumimos que somos y que la pereza racional nos impide poner a prueba. Que débil se puede llegar a ser cuándo uno se niega al autoanálisis y al cambio. El mundo es muy cruel cuando decidimos hacer caso de lo que nos dicta y, más cruel es uno mismo por perpetuar un autoconcepto que lastima y hiere nuestra vida.

No me cansaré de insistir en la imperiosa necesidad que tenemos de conocernos a nosotros mismos y de construir nuestra propia imagen desde la raíz. Incluso en esa concluyente verdad personal habrá siempre mucho que trabajar, podemos ser y podemos dejar de ser, pero para eso hay que ponernos a prueba y a medir nuestros propios alcances.

Por eso hoy lo invito una vez más a ese análisis, a descreer esas profecías, a replantearse su propio concepto y responsabilizarse de los cambios que se necesiten. Si uno mismo no se vive en primera persona, alguien siempre vivirá a través de usted, alguien que, posiblemente, le exija más de lo que es capaz de probarse así mismo.

Deje de creer que es lo que no es y de vivir a expensas del reconocimiento y la aprobación ajena.

Usted posee la libertad necesaria para expandirse y para ser lo que quiera llegar a ser y vivir como desea vivirse. Deje de encadenarse a las historias fallidas, a los complejos, a lo que fue o a quién fue, deje de flagelarse por los errores cometidos, deje de faltarse al respeto.

El amor propio se conquista cuando somos capaces de imponernos frente a las creencias. Si usted no se ama, se respeta y aprende a ponerse límites a usted mismo y a los demás, seguirá siendo el alfil en el tablero de cualquiera, seguirá danzando al son que le marquen y seguirá siendo el proyecto de alguien más.

Los buenos amores se basan en el respeto, en la libertad y en la seguridad personal, en la valentía que exige el ser quién uno es en todas sus versiones. No hay amor real donde falta realidad en uno mismo. Como siempre, usted elige. ¡Felices amores, felices vidas!

Temas: