Lo selectivo V. Las batallas

El coraje y la temeridad no son lo mismo

Las verdaderas batallas se libran en el interior.

Sócrates

Uno de los mayores desastres adaptativos en la vida es no saber qué batallas debemos pelear y cuáles no. El coraje y la temeridad no son lo mismo, como tampoco lo son el miedo y la prudencia. Ya lo decía Sun Tzu en El arte de la guerra: “Ganará quien sabe cuándo luchar y cuándo no luchar”, y decía también dos joyas más: “La mejor victoria es vencer sin combatir” y, mi favorita, “hacerte invencible significa conocerte a ti mismo”.

Conocerse a sí mismo ya es de suyo la batalla más difícil que debemos enfrentar, sobre todo cuando la victoria pone en juego nuestra paz mental, se lo digo porque, hablando de ser selectivo, no deberíamos luchar ninguna batalla que no nos convierta en mejores seres humanos. Ésas que, por supuesto, nos hagan bien y avanzar en la vida. Esto implica que es muy probable que debamos enfrentar en cada elección de una batalla, tres: la que uno tiene en discernir y reflexionar si esa circunstancia vale la energía, el tiempo y el esfuerzo o no; si esa batalla defiende, protege o genera una victoria significativa frente a aquello que nos es prioritario y, por último, si esa batalla nos corresponde o no. Luchar por luchar sin tener claras nuestras prioridades y sin un conocimiento profundo sobre nosotros mismos es una lucha fallida, una derrota inminente.

Las quejas eternas, los arrebatos coléricos, el mal carácter, el perfeccionismo, el control excesivo, la soberbia y el apego a las ideas personales son algunos de esos factores que terminan por derribar la capacidad de autocontrol y análisis que siempre se necesita para poder dilucidar los siguientes pasos. El que no puede autogestionarse a sí mismo, poco o nada puede esperar de salir victorioso de alguna batalla; tarde o temprano él mismo terminará por derrotarse, la mente tiene ese poder.

La lucha que tiene mejor razón de existir es aquella que se libra por uno mismo, por lograr ese estado de bienestar personal, físico y mental. Ésas, las batallas que elegimos pelear, son las que tienen que ver con nuestros principios, nuestros valores, con el concepto de lo que somos y de lo que esperamos ser, ésas en las que no nos podemos fallar a nosotros mismos y a aquél o aquello que nos es de importancia suprema. Esas son las batallas que merecen el tiempo, la estrategia, la táctica, la valentía, la templanza, la prudencia, el autocontrol, la inteligencia y la astucia para discernir lo que debemos hacer, y actuar en consecuencia.

Siempre existirán contratiempos, situaciones donde haya divergencias de opinión, de intereses, necesidades e, incluso, ideas, pensamientos, razonamientos, sentimientos, vidas, historias y experiencias, y no todas merecen una confrontación, la mayoría requieren una buena negociación, un tiempo de silencio y reflexión, un espacio que permita el equilibrio y la claridad mental que nos lleve a un mejor lugar para el diálogo. Otras, no merecen ni el esfuerzo siquiera, a veces cuando no existe ningún punto en común y ya nada que pueda enriquecernos como persona es mejor, como bien dice N. Vincent Peale: hacer una retirada magistral, que ya es, en sí misma, una victoria.

Cada cual ha de elegir aquella que mejor convenga a su vida y que, por supuesto, le sume. Lo relevante siempre ha de ser que la decisión que tomemos nos haga bien, insisto, y no desde la voz sórdida del ego, sino de la integridad personal, de la justicia, el respeto y el amor que nos merecemos a nosotros. Créame, nadie puede librar esas batallas que nos son propias, nadie puede venir a rescatarnos de los errores, las malas decisiones o la defensa necesaria para mantener la autoestima, la autogestión, la libertad o la autonomía de uno mismo, hay que saber defendernos de todo aquello que amenace nuestra homeostasis.

Por eso hoy le invito a elegir esas batallas que le son ineludibles, que sean importantes para su vida e intereses, que le conviertan en un mejor ser humano, le reivindiquen, le correspondan y, por supuesto, merezcan su tiempo y dedicación. Y aléjese aquellas que sean fruto de la intromisión perniciosa de aquellos carentes de escrúpulos y desbordados de resentimiento… Su vida merece lo mejor que sólo usted puede darle. Como siempre, usted elige. ¡Felices selecciones, felices vidas!

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