Contracorriente VII. Los resultados
Tomar una decisión exige dejar de tomar otras
Aunque los hombres se jacten
de sus grandes acciones, muchas veces
no son el resultado de un gran designio,
sino puro efecto del azar.
François de La Rochefoucauld
Se dice por ahí que sólo el que no hace nada, jamás se equivoca, y posiblemente asumir esa inexperiencia ya es de base un error. Vivir implica ser, estar, hacer y adaptarse a los cambios, y cualquiera de las anteriores trae consigo un riesgo, el riesgo que implica conocernos a nosotros mismos, poner a prueba lo aprendido, acceder a la certeza, a la creatividad y a las fuerzas incontrolables del destino.
Los resultados no marcan el éxito o fracaso de una decisión. Tomar una buena decisión no siempre nos lleva al mejor resultado, como tampoco una mala decisión nos lleva al peor de los resultados. La calidad de una decisión no la determina la calidad del resultado. Los resultados siempre corren una suerte imposible de controlar, siempre hay en ellos un aspecto que no podemos prever, una sombra difusa que escapa a nuestra lógica, a nuestra voluntad, habilidad o esfuerzos implicados.
Tomar una decisión exige dejar de tomar otras decisiones, elegir implica renuncias. Lo relevante en todo esto es comprender el proceso mismo de esa decisión, el proceso de esa elección, y saber que ese proceso ha sido para nosotros impecable, que hemos estudiado, analizado, previsto y utilizado todas las herramientas a nuestra disposición para hacerlo y que, además, esa decisión nos mantiene seguros, tranquilos y conscientes que puede existir un margen de error.
Por desgracia, no es común que llevemos un registro personal de nuestros procesos de decisiones, tanto como se suele llevar la lista de aciertos y errores. Los seres humanos tienen una tendencia absolutista a dejarse llevar por los resultados, a buenos resultados buenas decisiones y a malos resultados malas decisiones, y no, nada más lejano de la realidad.
Sin embargo, lo peor de esta línea de pensamiento absolutista es que normalmente se quedan encallados en el error, en el porcentaje de la decisión que, por lógica, tampoco era previsible o en el resultado insatisfactorio. No es la suerte, la inteligencia, o la habilidad o el talento… es más bien un conjunto de factores que pueden jugar a favor o en contra del resultado. Insisto, es el proceso el que determina si una decisión ha sido buena o mala; los resultados son independientes. Para su tranquilidad, un mal resultado no lo determina como una persona que toma malas decisiones ni tampoco un buen resultado lo convierte en un genio.
Los procesos nos ayudan a hacer todo de manera mucho más eficiente; lo importante de un proceso es saber el objetivo y cómo llegar a éste desde el lugar en el que estamos. Es común que hagamos en nuestra mente este tipo de operaciones; sin embargo, en retrospectiva, la mente es engañosa y el tiempo siempre sumará en nuestro haber más información con la que no contábamos al momento de inicio, por eso lo mejor es, como les digo a mis coachees: escribir la situación actual y la información con la que contamos al momento de tomar la decisión, esa famosa lista de pros y contras, pero amplificada y bien descrita. Es invaluable, con el tiempo, el poder de aprendizaje que puede darnos a nosotros mismos.
Por eso hoy le invito a ir a contracorriente del pensamiento absolutista sobre los resultados, y a poner su atención en los procesos de toma de decisiones; es probable que esto le permita tener una visión mucho más amplia y justa frente a sí mismo en el devenir de los resultados.
El éxito en la vida, créame, no se mide sólo por los resultados: hace falta mucho más que eso para evaluar el poder de decisión y evaluarse a uno mismo de manera continua y, a menos de que todo sean errores, no se aferre demasiado, mejor estudie y analice con detenimiento el proceso de esas decisiones, ése es el tiempo más valioso que ha de invertir. Como siempre, usted elige.
¡Felices contracorrientes, felices vidas!
