Logo de Excélsior                                                        

Sobreviviendo al narco

Oscar Benassini

Oscar Benassini

Territorios inciertos

 

Caracol, la productora colombiana que ha hecho fama produciendo series en las que narra la historia del narcotráfico en ese país, estrenó este año Sobreviviendo a Escobar, alias JJ, transmitiendo sus 69 episodios en televisión abierta de febrero a mayo. Netflix recién ofrece la producción completa. La historia, de la fantasía de los guionistas, según aclara la emisión, se basa en la vida criminal del más famoso de los sicarios de Pablo Escobar Gaviria, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias El JJ. Arranca precisamente con la cacería y muerte de Escobar a manos de las fuerzas de seguridad de Colombia, y con la decisión que toma El JJ de entregarse a la justicia de su país para purgar una corta sentencia negociada, que finalmente se alarga a más de 20 años, dadas las actividades delictivas de Velásquez desde la cárcel de Bogotá. Desde luego que casi todas las anécdotas criminales que se cuentan son ciertas, a pesar del desmarque que pretende la aclaración inicial de los productores. No hay sino un propósito en lo que se narra, muerto Escobar, el destino de su país como sede del crimen no tiene vuelta, para que los siguientes 25 años impere el narcotráfico sustentado en la corrupción y la impunidad, en un Estado omiso que transa, negocia, permite y es socio del delito. Todos conocemos el trágico final: el presidente Juan Manuel Santos acuerda una paz vergonzosa con los delincuentes, eximiéndolos de cualquier responsabilidad en agravio, persistente y extremo, de tantos colombianos afectados. Con ello consigue el Nobel de la Paz.

Pasaba mi tiempo libre con la serie cuando los marshals de Trump balconearon a Rafael Márquez, el futbolista profesional que goza de mayor prestigio en México, y a Julión Álvarez, famoso intérprete de música regional de banda. Imposible creer que algo así no iba a movilizar nuestra nacional hipocresía: lamentos públicos, condenas, defensas patrioteras, exigencias de castigo y lo que uno quiera exhibir, siempre y cuando no quede claro que el flagelo, el crimen organizado, ha penetrado por completo en México para ser hoy potencia económica y política, poder fáctico indiscutible al que pretendemos ver de lejitos. Los marshals eligen a dos figuras, pretendiendo que su castigo resulte ejemplar, mientras en su país preferimos creer que son los únicos. Políticos, empresarios, comunicadores —cuenta la narcoserie— fueron cómplices sistemáticos del crimen en Colombia. Allá sucedió todo lo que ahora ocurre en México, y de ejercicios de conciencia pública, nada; el chisme de las figuras del espectáculo apenas dio para una semana.

El lunes pasado, la televisión abierta difunde el video de la entrevista de aquel presidente municipal al que los narcos que gobiernan en su territorio le leen la cartilla. El alcalde recién electo se da por enterado de cómo tiene que actuar. El martes, Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán, declara a la prensa que su gobierno se encargará de que entre los candidatos a alcalde en las próximas elecciones no haya ninguno al que puedan suponerse nexos con el narco. Ergo: Aureoles no sabe que gobierna un estado colonizado por el crimen, o peor: sí lo sabe, ¿para qué la cínica consigna?

La serie colombiana es uno de tantos trabajos de expresión pública que ilustran el problema. Búsquense otros en las letras, el cine, las noticias y la música: la de Julión, claro. ¿Quiénes iban a ser sus patrones y escuchas? ¿Cómo hacemos para que Aureoles vea Sobreviviendo a Escobar antes de informarnos que en su estado la política no ha sido infiltrada por el crimen? Él no entiende, no entienden nuestros políticos en vísperas del año electoral. No entiende nadie.

Comparte en Redes Sociales

Más de Oscar Benassini