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¿Por qué Sergio Moro aceptó ser ministro y cambió Lava Jato para siempre?

Opinión del experto Global

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Por Brian Winter*

 

Cuando a principios de la década de 1990 irrumpió la investigación italiana sobre corrupción política (manos limpias, en español) parecía un hecho que cambiaría definitivamente las reglas del juego. La investigación resultó en cientos de arrestos, casi la mitad de los integrantes del Congreso italiano fueron acusados y ocasionó que toda una generación de políticos perdiera sus puestos.

Pero tardó poco en que el establishment y las redes delincuenciales reaccionaran. Muchos estudios sugieren que, para finales del año 2000, la corrupción en Italia era peor que antes de Mani Puliti. En vez de elegir a un nuevo dirigente limpio, los italianos escogieron a Silvio Berlusconi. Muchos se preguntaron si había valido la pena el esfuerzo.

En 2004, una década antes de operación Lava Jato, Moro publicó en una revista especializada en leyes, un artículo que se ha vuelto famoso, analizando Mani Puliti y sus éxitos matizados.

La llamó “una de las cruzadas judiciales más impresionantes”, y expresó su insatisfacción porque no había sucedido algo similar en Brasil.

En la medida que Operación Lava Jato se fue ampliando bajo el liderazgo de Moro, siguiendo el camino de Mani Puliti de forma misteriosa y totalmente intencional, tuvo la oportunidad de conocer a los viejos juristas italianos responsables originales de la investigación.

En conversaciones cargadas de emoción, se lamentaban de que sus esfuerzos no habían sido acompañados del tipo de reformas jurídicas y políticas concretas que pudieron haber logrado potencialmente un progreso duradero.

En los años siguientes, Moro ha mencionado, a menudo privada y públicamente, la necesidad de asegurar que la corrupción en Brasil disminuya de una manera significativa, de tal manera que Lava Jato no tenga el mismo destino que Mani Puliti.

Por sobre cualquier otra cosa, esa misión lo llevó a declarar el jueves pasado que renunciaría como juez y aceptaría un puesto en el gabinete de Bolsonaro. “En la práctica (esta decisión) significa consolidar los avances contra del crimen y la corrupción de los años recientes y reducir los riesgos de retrocesos por el bien mayor”, afirmó Moro en una declaración.

A veces se olvida que Moro (46 años) era un juez relativamente junior en una ciudad media, Curitiba. En enero, tendrá más poder que ningún otro ministro de Justicia en la historia reciente de Brasil, incluyendo poder sobre la Unidad de Delitos Financieros (previamente bajo el Ministerio de Hacienda), así como sobre la Policía Federal, que juegan un papel muy importante en las investigaciones de los casos de corrupción.

Pero el objetivo principal de Moro será la aprobación de las reformas anticorrupción. Cuando el jueves pasado voló a Río para entrevistarse con el Presidente electo, llevaba un libro con más de 70 propuestas concretas, elaboradas por Transparencia Internacional y la Fundación Getulio Vargas, un centro de investigación brasileño. (Las medidas incluyen, entre otras, la creación de un solo portal para rastrear compras gubernamentales). El Presidente electo le expresó a Moro que tendría “libertad total” para implementar su agenda. “Incluso si sorprende a alguien de mi familia en el futuro”, dijo Bolsonaro, “no me importa”.

Independientemente de las verdaderas intenciones de Moro, el haber aceptado el puesto lleva un costo severo. Irreparablemente se reescribirá la historia de Lava Jato, ha desilusionado incluso a muchos de sus simpatizantes y da municiones a los críticos que afirman que la investigación siempre tuvo un sesgo político.

La historia mostrará que Moro encarceló al principal adversario político de Bolsonaro y meses después aceptó un puesto en el gobierno de éste. Es verdad que la sentencia de Lula fue ratificada unánimemente por una Corte de Apelaciones de tres jueces. Sí, es cierto que otros tribunales, incluso la Suprema Corte de Brasil, rechazaron apelaciones que pudieron haber liberado a Lula. Sí, es cierto que Lava Jato ha acusado penalmente a integrantes de más de una docena de partidos políticos de todo el espectro político, no sólo del Partido de los Trabajadores.

Pero las percepciones importan, como Moro mismo lo hizo notar en una entrevista en la revista Veja en 2017: “No sería apropiado de mi parte presentarme a ningún tipo de puesto político, debido a que esto, digámoslo, pondría en duda la integridad del trabajo que he hecho hasta ahora”.

El Sergio Moro de 2018 no padece amnesia. Simplemente llegó a la conclusión que los beneficios potenciales de aceptar el puesto superan los riesgos. Pero hay muchos de estos últimos, más allá de la herencia de Lava Jato. Bolsonaro ha demostrado tendencias autoritarias y una vez que tome posesión el 1 de enero, sus políticas de seguridad probablemente generarán más sangre y abusos a los derechos humanos.

Muchos se preocupan de una posible persecución a sus opositores políticos y a los medios. Moro les ha prometido a amigos que usará su posición para defender la democracia y la Constitución. Pero la experiencia del ídolo público de Bolsonaro, Donald Trump, muestra que incluso aquellos autonombrados “adultos en la oficina” como James Mattis o H.R. McMaster pueden ser pisoteados e ignorados.

No importa cuántas garantías haya recibido Moro, sólo habrá un Presidente. Es posible que lamente haber unido su estrella a este Presidente.

Finalmente, vale la pena preguntarse si Moro aprendió las lecciones correctas de Mani Puliti. Antonio di Pietro, probablemente el magistrado más famoso del caso, también se embarcó en una carrera política (se candidateó al Senado de Italia) después de insistir durante años en que sería un error hacerlo.

Algunos historiadores afirman que la politización de Mani Puliti de hecho fue más mortífera para su legado que la falta de reformas específicas. Moro cree, con alguna justificación, que su biografía singular y su todavía considerable popularidad lo convierten en la mejor persona para garantizar el éxito duradero de Lava Jato en Brasil. Pero si está equivocado, la historia se repetirá, quizás de peor manera.

 

*Brian Winter es editor del Americas Quarterly y vicepresidente del Consejo de las Américas/Americas Society. Autor de best sellers y columnista. Es un destacado experto en América Latina, comentarista y conferencista frecuente en eventos y medios internacionales.

*Traducción: Cecilia Soto

 

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