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Los placeres cotidianos

Miguel Dová

Miguel Dová

LA COMIDA ES COSA SERIA…

Decía Oscar Wilde: “No soporto a la gente que no toma en serio la comida”. Comer, al igual que los otros grandes placeres de la vida, no es algo que pueda tomarse a la ligera. Mi opinión, aunque pueda ser rebatida por algunos insensibles, está fundamentada en la experiencia, el estudio profundo y una innata habilidad para procurarle al cuerpo y al espíritu un verdadero valor de culto; la única diferenciación entre animales de razón y bichos instintivos.

Cuatro de los más grandes placeres suelen subdividirse en dos grupos, tanto por su forma como por su ubicación, queriendo la casualidad que, incluso al someterlos a tal escrutinio, sigan manteniendo su paralelismo; por ejemplo, geográficamente, se sitúan en la cama o en la mesa. Aunque estos goces pueden aprovecharse por separado y en otras ubicaciones, ya la historia se ha preocupado en demostrar que la justa combinación multiplica exponencialmente los resultados.

La mesa, como escenario de dos de los grandes placeres, ha de guardar la correcta perspectiva y debe adaptarse en su forma y en su fondo al objetivo buscado. La comida y la conversación encuentran en ella su espacio natural de desarrollo, la mesa cumple la función de sostener, separar, dar marco y distancia a las evoluciones que se suceden en su entorno. La cama, nido y cueva, protectora y envolvente, nos procura entre sus telas la reserva suficiente para aislar sueño de sexo, o para sumarlos en el feliz protocolo.

Nunca he comido solo, es pecar contra la norma, contraviene el más elemental sentido social e impide la degustación concentrada. Comer, no se trata sólo de paladar, la comida estimula los cinco sentidos y es desde cada uno de ellos como debe disfrutarse, colores, sabores, aromas, texturas y el tintineo melodioso del metal y el cantar de los cristales fundiéndose con la porcelana. Comer, amigos, es arte. Y la suerte de ser, vean de donde vengo solo con algunas cositas de mis dos tierras: aquí solo algunas de mis favoritas… De Galicia, pulpo al estilo feria, berberechos al vapor, mejillones en su concha, el cocido y su caldo, grelos, nabizas y berzas, empanada, tortilla con jamón serrano, croquetas de bacalao; todo se antoja y esto es tan sólo el inicio. Luego van los percebes, centollos de la ría, cigalas, ostras, santiaguiños, langosta, bogavante con arroz, y el pescado, mero, lenguado, merluza y, el más gallardo, el rodaballo. Ahora seguimos con más estilo, espuma de grelos en teja de lumbrigante, foi grass en cama de cerezas frescas, filloas rellenas de centollo bañadas en salsa de erizo. Pan de Cea, y los caldos, quien pudiera saborearlos todos, Rosal, Albariño, Condado, Valdeorras, Godello, Mencía y Ribeiro. A los postres, rosquillas de anís, tarta de almendras, mouse de castaña, filloas en miel y nata. Café y los orujos fríos, de hierbas, de ruda, café y país.

Y de México sólo un esbozo… Comenzar con mezcal de Oaxaca, en su copa de vidrio soplado, con la sal del gusano, piquín y naranja. Compartir un entremés ranchero, flautas de barbacoa, escamoles en mantequilla, gusanitos y chapulines fritos, quesillo, tlayudas con asiento, cecina de Yecapixtla, guacamole y chilitos toreados. Después un buen mole, las viejas matronas con los franciscanos idearon juntos una nueva manera de comer puchero, con pollo o con guajolote. Y los chiles en nogada, tradición poblana creación de las monjas del Convento de Santa Clara. Y el vino, como en las orillas del Ródano se cosecha en Baja California, Cabernet Sauvignon, cuerpo y matices afrutados que se combina al punto con los sabores fuertes de las más picosas recetas del sur, y también la cerveza que, la envidian en Alemania, lager suave, frescas, y ahora las artesanales que son como caricias aterciopeladas en la garganta, y el tequila, el pulque, la charanda y hasta el sotol, néctar del desierto. Disfrutemos, feliz domingo.

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