No hay magia
Nosotros somos los que podemos dictar nuevas reglas de comportamiento.
Desarrollar un buen hábito es un ejercicio de constancia y de disciplina, dos cualidades que no son sencillas para la mayoría de nosotros. Las dos implican voluntad y compromiso. Concentrarnos en adoptar mejores hábitos es una carrera diaria y hasta una industria. En un cambio de época en el que priva la distracción, intentar modificar algún comportamiento se ha vuelto una tarea cada vez más complicada. Sin embargo, pocas personas consideran que no necesitan mejores hábitos para lograr también mejores condiciones de vida.
Una sociedad que comparte buenos hábitos tiende a ser una sociedad en armonía. La limpieza de las calles, la cortesía al conducir un automóvil, el respeto a las y los adultos mayores, etcétera, son rasgos indiscutibles de buena convivencia que no sólo necesitan de leyes y normas que ordenen su existencia y nos obliguen a hacerlas reales, sino del convencimiento y de la práctica. Mucha práctica.
La gran pregunta es qué debemos hacer —y por cuánto tiempo— para modificar nuestras maneras y dirigirnos hacia una mejor conducta. Existen muchas versiones, menciono algunas que me parecen son las más sólidas.
Una de las teorías más populares, que resultó completamente falsa, es la de poner un número mágico a las repeticiones que debemos hacer de un acto para volverlo un hábito. No son veintiún días, como la sabiduría convencional se ha encargado de difundir, ni tampoco la “regla de tres” que escuché hace unas semanas y consiste en contemplar que una persona en tres días demuestra constancia, en tres semanas compromiso y en tres meses la dedicación suficiente para incorporar un hábito. Lamento compartir que no hay magia en mejorar, sólo trabajo, dedicación y mucho esfuerzo.
Entiendo la urgencia de todas y todos, pero la realidad es que no existen atajos. Y es posible que ahí se encuentre el problema de por qué los propósitos de enero, una vez más, se hayan diluido en abril.
Hacer siempre es más difícil que decir, a pesar del poder que tienen las palabras en nuestras vidas. Y tratar de hallar fórmulas instantáneas para el esfuerzo que demanda mejorar en lo personal y en lo social puede ser el peor de los hábitos que hemos reforzado en los últimos tiempos.
Para desterrar malos comportamientos, según los descubrimientos que sí ha comprobado la ciencia, es necesario comenzar por incorporar hábitos sencillos, repeticiones breves y constantes, y una idea de que estaremos mejor paulatinamente. Es decir, mantener metas simples y progresivas. Esperar resultados inmediatos sólo provoca frustración y ésta es la causa por la que nos rendimos.
Otro hallazgo es construir un entorno que favorezca llevar a cabo el nuevo comportamiento y no obligarnos a hacerlo, sino actuar como si fuera algo rutinario, incluso aburrido. Habrá días en que no tengamos la energía para actuar de cierta manera y eso está bien, pero al día siguiente hay que volver a intentarlo enfocándonos en la meta que queremos alcanzar.
Uno más, importante sobre todo ahora, es no confundir la palabra “sacrificio” con la palabra “incomodidad”. Cambiar nuestro comportamiento es una decisión que rompe con un patrón establecido que pudimos haber aprendido desde hace muchos años; tal vez formó parte de nuestra educación en casa. Sin embargo, no es una situación irremediable o de vida o muerte. Es incómodo, sí, pero verlo como un sacrificio es desestimar personas y situaciones que, definitivamente, han cobrado un precio que dudo que la mayoría estuviéramos dispuestos a pagar.
Nosotros somos los que podemos dictar nuevas reglas de comportamiento y, como escuché un comentario, “estar cómodos en la incomodidad” que representa el proceso de cambio. Salir de nuestras zonas de confort (casi siempre son varias) lleva tiempo. A veces, nunca ocurre. Sugiero que pensemos si lo que hemos imaginado que sería nuestra vida diaria ideal— personal y como ciudadanos— corresponde al esfuerzo que estamos realizando. La única magia que existe es aquella en la que todas y todos hacemos lo que nos corresponde para mejorar y, juntos, nos apoyamos para alcanzar esos objetivos con los que tanto soñamos con los ojos abiertos.
