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Cascarón sin porvenir

Juan Carlos Talavera

Juan Carlos Talavera

Vórtice

Las instituciones culturales de México tienen la fragilidad de un cascarón y, a 24 meses de su nueva gestión, sostienen más pendientes que éxitos. ¿A qué se dedicarían estos administradores de la cultura si volvieran a nacer? ¿Comercializarían fayuca o software pirata, tendrían su propia funeraria, venderían ilusiones en Eje Central o algún producto milagro?

En ese saquito entran Alejandra Frausto, Lucina Jiménez, Diego Prieto, Guadalupe Lozada León y otros más que aplauden y se acomodan en eventos livestream, con sus mejores ropas y cubrebocas, mientras acumulan trabajo y sueñan con un mejor mañana. También está Paco Ignacio Taibo II, pero a él no le importa la apariencia.

Uno de los temas más rezagados es el destino final del legado de Octavio Paz —depositado en el DIF de la Ciudad de México desde el 30 de septiembre de 2019—, dado que no se han revelado los avances del trabajo que realizan “los profesionales del INBAL y de El Colegio Nacional”, quienes, supuestamente, han avanzado en el “saneamiento y clasificación de los bienes muebles, inmuebles y del patrimonio bibliográfico y archivístico”.

¿Cuándo informarán sobre el tema?

También nos deben el plan maestro del Proyecto Chapultepec, el estudio para la instalación del Paseo de las Heroínas, la restauración de la Columna de la Independencia y de la Catedral Metropolitana, junto a los cientos de inmuebles también afectados por los sismos de 2017. ¿Dónde está el acuerdo para reconstruir el Teatro Julio Jiménez Rueda y la auditoría que realizarían las autoridades federales y capitalinas a la empresa Viajes Premier?, ¿repetirán su uso para la contratación de artistas y servicios?

¿Quién dará cuenta de los resultados que tuvieron las misiones por la diversidad cultural?, ¿por qué las siete mil 458 bibliotecas aún no son centros culturales ni forman parte del plan Conectar a México?, ¿cuántas nuevas bibliotecas crearon en los 180 municipios que carecían de éstas?, ¿dónde podemos consultar los informes trimestrales que prometieron para programas como Jolgorios, Milpas y Semilleros?, ¿existe el diagnóstico vivo en tierra y qué resultados tuvo el laboratorio de periodismo cultural de Tlaxcala, el cual sustituyó la colección de Periodismo Cultural?

¿Qué sucedió con la mudanza de la Secretaría de Cultura federal a Tlaxcala?, ¿cuántas actividades programaron para honrar a Sor Juana Inés de la Cruz como mujer ilustre?, ¿olvidaron el destino del Centro Scop?, ¿y la restauración del Polyforum Cultural Siqueiros? ¿Cuáles serán las reglas de operación del nuevo Fonca y del Imcine para la entrega de becas y apoyos?, ¿qué pasará con el Archivo Técnico de Arqueología del INAH?, y ¿cuánto falta para completar la reubicación de Educal al Fondo de Cultura Económica?

¿Por cuánto tiempo más Guadalupe Lozada será encargada del despacho de la SC capitalina?, ¿cómo va la restauración de la iglesia de la Santa Veracruz, del Caño Quebrado y el avance del cerebro digital y cultural de México con la fusión de las bibliotecas Vasconcelos y de México? ¿Apoyarán a la industria editorial mexicana?, ¿en qué condiciones relanzarán la FILIJ?, ¿por qué no reconocen la centralización del presupuesto destinado a cultura?, ¿alguien tiene noticias sobre el fondo Tierra Adentro?

Y así podría continuar con la lista de pendientes, pero no faltará quien culpe a la pandemia o me diga que todo se resolverá. Pero lo que veo es a una camarilla de funcionarios y fans aplaudidores que se esconden tras la máxima “Ni los veo, ni los oigo”, alejados de la autocrítica y los cuestionamientos.

Quizá por eso Frausto ni siquiera hizo el esfuerzo por convocar al Consejo Asesor de Cultura —establecido el 21 de abril de 2017, en el Diario Oficial de la Federación, con 25 expertos en arte y cultura—, pues hasta para escuchar se requiere de cierto talento.

 

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