Logo de Excélsior                                                        

Política, novelas y pistolas

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

No soy un escritor al que le gusta la política. Soy un político al que le gusta escribir. Esa gran diferencia me ha permitido ver, escuchar y vivir episodios muy interesantes de la política mexicana. Algunos los he compartido en tres libros de narrativa.

Después de haber escrito varios libros jurídicos, Pascal Beltrán del Río me convenció de escribir sobre política y así pude percatarme de que ésta no se puede inventar y novelar, sino tan sólo se puede relatar y explicar. La razón esencial es que la realidad política supera por mucho la imaginación literaria.

Hace algunos años, un importante editor europeo que presentó mi primer libro de narrativa dijo que las librerías de otro país lo colocarían entre las obras de ficción y no se equivocó. Un extranjero nunca nos creería que un solo partido hubiera gobernado durante 70 años, con todos los presidentes, los diputados, los senadores y los gobernadores, pero no se hubiera convertido en una dictadura.

Que no se restringieron las garantías constitucionales. Que no se suspendieron las elecciones. Que no se reeligieron los gobernantes. Que la libertad se ensanchó al gusto de los ciudadanos, quienes no sólo hacían lo permitido, sino hasta mucho de lo prohibido. El lector extranjero diría que ese autor mexicano era desde surrealista hasta absurdo.

Así ha pasado siempre cuando queremos que nuestra realidad política se convierta en libro. Parece una mala novela y, en realidad, es una magnífica crónica. Así son las excelentes páginas escritas por Martín Luis Guzmán, por Mariano Azuela, por Luis Spota, por Héctor Aguilar Camín o por Francisco Martín Moreno, entre muchos otros.

La sombra del caudillo sucedió con fecha y lugar. 4 de octubre de 1927, en donde hoy conocemos como Tres Marías. Palabras mayores es la transición de Ruiz Cortines hacia López Mateos. 1º de noviembre de 1957. Días de poder es el sexenio de López Portillo, 1976-82. Pero ninguna fue inventada.

No es fácil explicar a los extranjeros nuestro México inefable. Describir ante el parlamento alemán el nivel de debate de los actuales diputados mexicanos. Relatar en Harvard las múltiples leyes inconstitucionales de nuestro Senado. Explicar a los juristas italianos nuestra consulta popular sobre enjuiciamientos presidenciales. La propia presidencia mexicana, tanto la priista como la panista como la morenista, costaría mucho trabajo ser entendida por el lector ruso, el chino o el árabe, aun tan acostumbrados a la autocracia. Muchos oyentes pensarían que no fuimos conferenciantes, sino comediantes.

La matanza de Huitzilac se ha vuelto a repetir, con creces, en la reciente contienda electoral. Es la lucha bruta del México bronco por conquistar o retener el poder. A Francisco Serrano no lo mataron porque quería ser presidente. Lo mataron porque Álvaro Obregón también quería serlo. No para que él no llegara, sino para que llegara el otro. Su muerte no fue el objeto, sino que fue tan sólo el instrumento. Espero que nunca nos vuelva a suceder. Que los aspirantes ya quieran destruirse es inevitable. Pero que quisieran matarse sería inaceptable.

El águila y la serpiente se puede salir del libro y puede despertar a ese México bárbaro que ya creíamos haber sedado a perpetuidad. Durante años tuvo vigencia la consigna de Plutarco Elías Calles en el sentido de que solamente el secretario de Gobernación tenía permiso para matar. Cualquier otro que dirimiera la política con pistolas se atendría al rigor de la ley. Sólo así se serenaron esos mexicanos que en tan sólo 15 años habían matado a 3 de sus presidentes, a 50 de sus líderes nacionales y a un millón de sus conciudadanos.

No tengo noticia de que esa prerrogativa ministerial se haya utilizado alguna vez. Pero mucho sirvió para que a su titular lo respetaran todos los actores de la política. Calles era un estadista, no un humanista. No le asustaba su propia muerte ni le dolía la de los otros. Pero tuvo la videncia para adivinar que ya se había terminado nuestro tiempo de matar.

 

Comparte en Redes Sociales

Más de José Elías Romero Apis