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¿Qué hay que festejar?

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El triunfalismo en el acto del sábado en Tijuana es algo difícil de explicar. ¿Qué podemos festejar del acuerdo alcanzado el viernes con el gobierno de Trump? Es verdad que se canceló (hasta que a Trump se le ocurra volver a esgrimirlo con la excusa que sea) la aplicación de aranceles a las exportaciones a la Unión Americana. Pero se logró concediendo todo lo que quería Washington, incluso, como aseguró ayer Trump, con acuerdos y compromisos que no se han difundido públicamente.

El gobierno federal ha tenido en estos seis meses en el poder una política migratoria errática y equivocada. Desde el periodo de transición había cancelado los controles y las deportaciones, había abierto las puertas a las caravanas y el flujo de migrantes (primero centroamericanos y después de otros países) que estaban tratando de llegar a los Estados Unidos se tornó insostenible, no sólo en la relación con ese país, sino también para los estados de nuestras fronteras norte y sur.

La migración descontrolada era y es una bomba de tiempo. Un problema que estaba controlado y con los índices de migrantes más bajos en años, en unos pocos meses se convirtió en una crisis. Claro que Trump utiliza la migración como un lema de campaña y que magnifica una situación compleja, convirtiéndola en un desafío a la seguridad nacional y en un argumento racista y xenófobo. Pero hay que insistir en que nuestra política migratoria (o la falta de ella en realidad) es la que le dio argumentos para las amenazas, de las cuales la de los aranceles era sólo una.

El golpe fue muy bien colocado y se sumó a la decisión de las calificadoras de bajar la calificación de México, de Pemex y la CFE (y de la mano con ellas a bancos y otras empresas mexicanas, más allá de su buen desempeño) por la incertidumbre económica existente. Los aranceles en ese contexto hubieran sido demoledores para la economía nacional, más allá de que también afectara a consumidores y productores estadunidenses. La negociación llevada a cabo en Washington consistió entonces en aceptar todo para evitarlos.

La administración López Obrador, pese a que se resista a reconocerlo, adoptó la política de tercer país seguro, manteniendo en nuestro territorio a los solicitantes de asilo o residencia en Estados Unidos. Por lo pronto, México recibirá ocho mil migrantes que solicitaron asilo en Estados Unidos mientras se resuelve, cuando lo decida ese país, su situación. Al mismo tiempo, se movilizó la nueva Guardia Nacional a la frontera y se comenzó a detener las caravanas y a deportar migrantes, incluso los que ya se habían internado en México. Se cancelaron cuentas de polleros y coyotes relacionados con el tráfico de personas. También se acordó que se incrementará la compra de productos estadunidenses, sobre todo agropecuarios.

Según Trump, hay todavía más compromisos que no han sido divulgados. Pero incluso si nos basamos en lo conocido se debe reconocer que el costo pagado es muy alto. Aplicar una política migratoria y de seguridad mucho más estricta en la frontera sur era, como hemos dicho muchas veces, una exigencia de nuestra propia agenda interna. Ahora se comenzará a aplicar, pero no porque nuestro gobierno asumió que ello era necesario, sino porque se lo impusieron desde Washington.

La política de tercer país seguro, o sea que en México se queden quienes migran de otras naciones tratando de llegar a Estados Unidos, mientras allí deciden a quién recibir y a quién no, no tiene beneficio alguno y sí costos evidentes. Estamos hablando de miles de personas y familias que no quieren quedarse en México, sino llegar a Estados Unidos, que no buscan asentarse y hacerse productivos en nuestro país, sino simplemente esperar a que se les autorice a cruzar la frontera. En el camino, México tiene que darles alojamiento, comida, salud, educación, en un ambiente de tensión social y económico en las ciudades donde se asienten esos albergues, sea en el sur o en el norte, en una perspectiva de largo plazo y con una población migrante que inevitablemente crecerá con el tiempo.

Para Trump, que anunciará oficialmente el inicio de su campaña de reelección la semana próxima, es un triunfo en toda la línea, que se acrecienta con el compromiso de comprar más productos en los estados que constituyen su base social y electoral.

Qué bien que se logró que no se aplicaran los aranceles, pero la pregunta es a cambio de qué. Hemos concedido en todo y si los aranceles eran un mecanismo de chantaje, hay que reconocer que les ha funcionado. No recuerdo, desde la crisis de diciembre de 1994 y sus semanas posteriores, un momento en el que México haya estado tan vulnerable ante la Unión Americana.

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