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El crecimiento sí importa

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El plan de infraestructura presentado este martes es una suerte de suplemento vitamínico para la alicaída economía nacional.
Ahora que el Inegi recordó que siempre sí el crecimiento fue negativo a lo largo de los tres últimos trimestres del año, lo que no ocurría desde la crisis financiera internacional del 2008, resulta que muchos, incluyendo empresarios tan destacados como Carlos Slim, sostienen que en realidad la tasa de crecimiento no es importante, sino “haber sentado las bases para el crecimiento futuro”.
Lo que eso quiera decir.

Pero el crecimiento sí importa. Es la base del desarrollo económico. Sin crecimiento no hay distribución más que de la pobreza, ni tampoco justicia, los mayores desequilibrios económicos y sociales se dan en etapas de crisis y de decrecimiento económico.
No hemos crecido porque se han implementado políticas equivocadas, sobre todo en el sector energético, cancelando inversiones que han tenido un efecto atemorizante en las empresas que, además, no saben bien a bien cuál va a ser la relación con Estados Unidos en torno al TMEC y otros temas.

Poco ha dañado más esa confianza que la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Esa decisión política, realizada para demostrar que el poder económico se debía subordinar al político, no tuvo ningún asidero económico, financiero ni mucho menos aeronáutico, y dañó la confianza de las empresas e inversionistas.

A eso se sumó, una caótica política de gasto público, no sólo restringido por decisión gubernamental, sino también escaso, porque muchas de las secretarías de Estado simplemente no supieron cómo ejercer su presupuesto.
El programa presentado el martes busca brindar estímulo a la inversión de la iniciativa privada con proyectos que no puedan ser bloqueados por la propia ceguera gubernamental.

El daño que han hecho a la hora de impulsar el crecimiento instancias gubernamentales como la Semarnat y la Cofepris, por ejemplo, se mide en decenas de miles de puestos de trabajo y miles de proyectos y productos estancados.
Y son sólo dos de muchas otras dependencias cuyos titulares no están a la altura de la exigencias de un gobierno moderno.

Lo cierto es que más allá de que en números absolutos ha crecido la inversión extranjera directa, los temores empresariales subsisten. La relación de los empresarios con la jefa del SAT, Margarita Ríos-Fajart, ha sido compleja, pero respetuosa, con canales claros de comunicación, el nuevo gran temor empresarial es que si Margarita termina siendo ministra de la Suprema Corte, quede en su lugar Rosalinda López, actual administradora de auditoría fiscal del SAT y esposa del gobernador de Chiapas, Rutilio Escandón, con quien la relación empresarial es particularmente mala.
Y el tema fiscal es clave para recuperar el crecimiento.

No sé si este programa de infraestructura alcanzará para revertir esta tendencia. Ojalá así sea, porque un país como el nuestro, con nuestras tasas de pobreza y desigualdad, no puede darse el lujo de tener decrecimiento económico, un daño que no se supera con buenas intenciones o libros de economía que no hablan de economía.

 
Contra el INE

El Instituto Nacional Electoral es una de las mejores y más importantes instituciones que hemos creado en México en las tres últimas décadas. Es la mejor expresión de un proceso de transformación democrática que le permitió llegar al gobierno al presidente López Obrador, no como alternativa sino como resultado del mismo.

Sin duda, en el INE, como en todos lados, se deben haber cometido errores y excesos, la última reforma electoral, la de 2014, fue desafortunada y agudizó los problemas que teníamos en el ámbito electoral y los abusos cometidos por los partidos desde años atrás.
Uno de los grandes beneficiarios de esa reforma fue precisamente Morena y en particular López Obrador, quien se encontró con que pudo hacer campaña gratuita en radio y televisión casi cuatro años antes de las elecciones, sin que nadie se lo impidiera.

El presupuesto del INE se puede recortar, pero para eso hay que recortar el que reciben los partidos y permitir que estos puedan recaudar dinero privado con normas y reglas de operación estrictas. No recortar la operación del INE. Querer que el INE se ajuste el cinturón mientras los partidos, todos, nadan en la abundancia, realizando un trabajo por lo menos mediocre, es lamentable.
Existen métodos para impedir el derroche partidario al tiempo que se garantiza la profesionalidad en los procesos electorales.
El presupuesto 2020 hace exactamente lo contrario.

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