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El canto de cisne de Encinas

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Cuanto más se alargaban ayer en la mañanera, el presidente López Obrador y el subsecretario Alejandro Encinas con el tema del caso Ayotzinapa, haciendo girar todo cada vez más hacia una suerte de complot interno y externo para impedirle llegar “a la verdad” del secuestro y desaparición de los jóvenes de la Normal de Ayotzinapa en 2014, más lejana se veía esa posibilidad y más notorias son las irresponsabilidades cometidas por los investigadores y el subsecretario Encinas.

Cuando más se hablaba de conjuras y resistencias, menos se terminaba de aceptar que la investigación, como tal, había colapsado desde el momento en que su prueba estrella, las 467 capturas de pantalla que alguien le dio a Encinas como auténticas y que éste asumió como tales, sin pasarlas por un peritaje solvente (y que ahora resultó que no pasaron la verificación), se quedaron sin validez alguna, tan poca como los testimonios de oídas de los sicarios a los que la Unidad especial convirtió en testigos a cambio de su libertad. Sobre todo el principal de ellos, El Cabo Gil, Gildardo López Astudillo, que de jefe de plaza de Guerreros Unidos y uno de los responsables directos del secuestro y desaparición de los muchachos de Ayotzinapa pasó a ser principal acusador del general José Rodríguez Pérez.

No se termina de comprender que lo ocurrido con la aceptación de Encinas de que sus pruebas no fueron verificadas, que terminaron siendo falsas, es tan grave como aquel descubrimiento de una osamenta que supuestamente era la del desaparecido diputado Manuel Muñoz Rocha en una casa de Raúl Salinas y que terminó siendo la del suegro de una bruja que había contratado, en su desesperación, Pablo Chapa Bezanilla para tratar de resolver, inculpando al expresidente Salinas y a su hermano, el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu. El “no estás solo” del Presidente a Encinas bien podrían haber sido sus Golondrinas.

Lo dijimos en este espacio apenas se dio a conocer el informe Encinas y se realizaron las primeras detenciones: no había siquiera verosimilitud en la historia. El entonces fiscal especial, Omar Gómez Trejo, fuertemente influenciado por sus posiciones políticas, tenía como jefe a un subsecretario, como Encinas, tan influenciado como él respecto a las Fuerzas Armadas, al que se le dio absoluta libertad para investigar el caso y que, como también hizo Chapa Bezanilla, estableció primero sus hipótesis, luego buscó testigos protegidos que hicieran acusaciones que sirvieran para ese fin, libró órdenes de aprehensión a diestra y siniestra y después buscó a ver cómo hacía cruzar su narrativa con las pruebas. Aquello terminó en desastre y esto va por el mismo camino. Es lo que ocurrió.

El presidente López Obrador ha optado por una suerte de fuga hacia adelante, como acostumbra, pese a que la investigación ha provocado un choque de trenes en el gobierno federal y fuera de él. Encinas no sólo lanzó una serie de alegatos sin sustento e infundados, con pruebas sin verificar pericialmente (porque no confiaba ni siquiera en la FGR), pero, además, agregó afirmaciones que ni siquiera estaban en el mismo, como que el general José Rodríguez Pérez había ordenado matar a varios jóvenes, días después del 26 de septiembre.

Ni eso existía en el informe ni existía orden de aprehensión por ese presunto delito contra el general ni mucho menos hay pruebas al respecto. Es, como me dijo el general Rodríguez Pérez cuando lo entrevisté en la prisión militar del Campo Militar Número 1, en septiembre pasado, “una vileza, una cobardía”, no había prueba alguna en su contra. Encinas dijo que no, que se sustentaba en sus capturas de pantalla, las mismas que ahora reconoce que no son verídicas.

A mí no deja de asombrarme el interés desde sectores de la misma 4T de involucrar a las Fuerzas Armadas en un proceso criminal en el que no cuentan con sustancia alguna para hacerlo, más allá de testimonios de delincuentes convertidos en testigos protegidos. Ello, al mismo tiempo que se busca fortalecer la presencia militar en diversos ámbitos y ampliar la participación militar en la seguridad pública, además de incorporar a la estructura de la Sedena a la Guardia Nacional. Esquizofrenia política pura.

Decíamos en septiembre, e insistimos ahora, que algún día se tendrá que comprender el grado de molestia que existe en el instituto armado por las acusaciones sin fundamento, las filtraciones interesadas, las detenciones de militares que, como el general Rodríguez Pérez, no deja de asombrarse de que el testimonio de un sicario, autor confeso de la desaparición de los jóvenes de Ayotzinapa, tenga más peso que su carrera de 44 años de servicio, su currículo impecable, que su propio testimonio de lo que ocurrió aquella noche.

Alejandro Encinas y Omar Gómez Trejo nunca debieron haber estado a cargo de una de las investigaciones policiales más importantes de los últimos 30 años. Estaban descalificados desde el inicio porque tenían posiciones asumidas y públicas, eran parte interesada, no tenían ni el perfil ni la experiencia para llevar una investigación de esta magnitud y, en el camino para imponer su verdad, cometieron verdaderos atropellos.

Y se olvida que no será la primera vez que por pifias tan notables un investigador termine investigado. Chapa Bezanilla terminó acusado, prófugo en España, detenido y extraditado, pasó un tiempo en prisión y hoy nadie se acuerda de él.

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