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El estratega solitario

Ivonne Melgar

Ivonne Melgar

Retrovisor

¿Sabe alguien del equipo del Presidente electo cuál es la opción que le gustaría sacar adelante en la consulta sobre la sede del NAIM?

A juzgar por el comportamiento de los colaboradores de Andrés Manuel López Obrador, ellos también están en ascuas.

Sin embargo, ya tenemos algunas certezas: Es imposible que bajo su gobierno exista dinero público para el proyecto de Texcoco y, como futuro Presidente, se encuentra pensado en alternativas de reparación para los inversionistas, ante la posibilidad latente de que esa obra se suspenda.

“Las inversiones que están en bonos o contratos de empresas que estén trabajando en Texcoco, en caso de que la gente decidiera por Santa Lucía, el gobierno garantiza esos contratos. Se haría el mismo volumen de obra en otra parte”, ofreció este 11 de octubre.

Así, el Presidente electo nos ha ido preparando para cualquier desenlace bajo la narrativa de que no será él quien determine la sede del NAIM, sino “la gente”.

Con una comunicación dosificada y constante, el tema del aeropuerto le ha permitido a López Obrador compartirnos algunas pistas del estilo que tendrá al gobernarnos: Nada de guardarse los yerros de un colaborador como tampoco  la molestia que le generen el ocultamiento o alteración de datos. 

Y es que al exponer en un video lo conversado con su futuro secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, el mandatario electo contó que al próximo secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, le habían hecho creer que la obra de Texcoco no requería aportaciones del presupuesto federal.

De modo que su colaborar le ofreció una tranquilidad que no tenía sustento.

El balconeo aeroportuario de López Obrador incluyó a los administradores de la obra de Texcoco que habían reportado un avance inflado, según reseñó. Y a altos mandos de la Fuerza Aérea que, de acuerdo con su relato, no querían compartirle información de la base militar de Santa Lucía.

En ese clima de incertidumbre, las especulaciones están a la orden del día. Y, a dos semanas de que se aplique la consulta, se habla de la inconformidad de los campesinos de Atenco y poco se dice de las 48 mil fuentes de empleo que el NAIM de Texcoco genera.

Sin embargo, el Presidente electo cuenta con el liderazgo suficiente para inclinar la balanza cuando así lo decida.

Esta semana les tocó sufrir a los defensores de Texcoco. Pero si López Obrador quiere, en los días próximos puede señalar que la investigación que le dieron por buena y a favor de Santa Lucía no era tan fiable.

En los cuernos de la popularidad y sin una oposición articulada en torno a ningún asunto polémico, el Presidente electo puede darse el lujo de utilizar el proceso de consulta para desgastar a los grupos antiNAIM.

En sentido contrario, López Obrador puede mostrar en esta coyuntura el respaldo popular para Santa Lucía. Y, lo más importante, contar con el escudo discursivo y político para afrontar una eventual reacción adversa de los capitales globales.

A estas hipótesis se suma la de una negociación que le permita al próximo gobierno entusiasmar a inversionistas en la obra del Tren Maya, un proyecto de la campaña que se ha topado con dudas en torno a su viabilidad tecnológica y financiera.

Lo único cierto es que el Presidente legitimado por 30 millones de votantes es un estratega solitario. Él y sólo él sabe qué quiere y qué sigue en este capítulo que marcará el arranque de su sexenio y el ánimo de su relación con el empresariado.

¿Escuchará a su futuro subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, afín al movimiento de Atenco? ¿Atenderá los argumentos del empresario José María Riobóo a favor de Santa Lucía? ¿O seguirá los cálculos de Alfonso Romo, su enlace con el sector privado?

Si nos atenemos al discurso del 10 de octubre, en Toluca, López Obrador quiere conservar el apoyo del pueblo, al que describe feliz por su triunfo.

Ésa es su prioridad, advirtió el Presidente electo al sostener que la historia demuestra que un gobernante sin respaldo popular queda a expensas de “las fuerzas retardatarias”, léase, de la mafia del poder, “los potentados”, a quienes describió tristes por el cambio de régimen que él habrá de impulsar.

Convencido de esas premisas, el estratega solitario reproduce la fórmula de la incertidumbre en el plano de la seguridad cuando proclama que el suyo será un ejército de paz, al tiempo que diseña un esquema en el que los militares llevarían mano.

Y mientras el futuro secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, padece sus primeros tropiezos por la cancelación de los foros de víctimas, López Obrador anuncia que convencerá a 50 mil jóvenes para que, con el uniforme de las Fuerzas Armadas y de la Policía Federal, le ayuden a serenar al país.

¿Pacificar a México con las llamadas coordinaciones territoriales donde convivirán militares con policías y ministerios públicos?

El estratega solitario confía en que sí. Y sólo él sabe cómo irá transitando de los resquemores hacia los generales a la exaltación de sus cuarteles. Lo hizo en campaña, cuando fue necesario. Y lo hará en Palacio.

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