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Mucho circo, poco pan

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

Tentación irreprimible de todo gobernante es creerse moral e intelectualmente superior a sus gobernados. De ahí la tendencia a tratar a los demás como menores de edad, como rebaño al que basta con arrojarle las migajas del banquete para mantenerlo tranquilo. Por supuesto, cuando se considera a los demás pequeñitos, insignificantes, lo acostumbrado es que el tlatoani ni los vea ni los oiga.

Desde luego, la historia da cuenta de hábiles y persistentes políticos que llegaron a ser grandes estadistas, pero no es la regla. Lo corriente ha sido ver a destacadísimos líderes de masas que llegados al poder muestran sus limitaciones, la principal de ellas es ignorar que el mandato popular implica otras responsabilidades, una de las cuales es buscar la conciliación de la sociedad y la marcha conjunta hacia objetivos comunes.

Todo gobernante, al llegar al poder, debe afrontar problemas heredados. Es el caso de Andrés Manuel López Obrador, quien recibió un país con altísima deuda externa, paupérrima tasa de crecimiento económico, 60 por ciento de la fuerza de trabajo en la informalidad, la mayoría de la población en la pobreza y un inaceptable porcentaje en la miseria mientras un ínfimo sector vive en la opulencia.

Con la educación en el desastre, con un sistema de salud deshecho, una criminalidad en auge y con influencia política en aumento; ante una caótica explotación de los recursos naturales, frente a la insuficiencia alimentaria y energética, la creciente contaminación de todo tipo, la cada vez mayor dependencia política y económica del exterior (léase Washington) y unas relaciones exteriores, antes orgullo nacional y ahora reducidas a una no siempre plausible presencia internacional.

En efecto, todo eso recibió de herencia el actual gobierno, que decidió actuar muy rápido para evitar un estallido social y estableció un amplio sistema de pensiones o ayudas económicas a la población más necesitada. Se dirá que tales ayudas tienen fines electorales, lo que es inherente a toda decisión política, pero son indudablemente una fórmula salvadora mientras no se generen los empleos estables y bien retribuidos que demanda la sociedad.

Un factor que ha influido negativamente ha sido la relación con Estados Unidos, que ha estado marcado por las declaraciones y decisiones antimexicanas de quien hasta ahora manda en la Casa Blanca, lo que ha implicado problemas que han podido sortearse a costa de penosas concesiones. Para colmo, llegó la horrenda pandemia que hundió la economía y llenó de incertidumbre el futuro de las personas, las familias y la sociedad toda.

Víctima también de esa incertidumbre es el actual gobierno, sometido a una permanente hostilidad de sectores ultraderechistas por ahora ínfimos, pero que en una vuelta del tiempo pueden adquirir un poder inusitado. Los grandes adversarios de las autoridades nacionales no son el PRI o el PAN, pues no se ve de dónde sacarán fuerzas para levantarse. La oposición más ruidosa vendrá de un espacio externo a los partidos, pero la más peligrosa será la que produzcan las decisiones erráticas del actual gobierno, su sordera ante las propuestas ajenas, su inveterada tendencia a crearse enemigos cada día, su indisposición a trabajar por la concordia entre las clases sociales.

En el carácter divisionista del gobierno radica el mayor peligro, porque de agudizarse los problemas —que ya hay bastantes— la propia autoridad se pondrá en riesgo y le abrirá la puerta a la irrupción violenta de los sectores inconformes.

Las medidas distraccionistas funcionan durante un tiempo, pero no siempre ni con todos. La rifa del avión sin avión distrae lo mismo que los espectáculos faraónicos como los del 15 de septiembre, pero los problemas siguen presentes. Someter a encuesta el juicio a los expresidentes es una mala broma: si hay delitos que perseguir, para eso está la Fiscalía; si no los hay, lo mejor es no agitar banderas demagógicas, como esa de poner a votación si se aplica o no la ley.

En la religión, los tiempos son eternos. En la vida pública no. El circo es un paliativo, nada más, pues no puede sustituir al pan, a la actividad económica que tan urgentemente requiere una sociedad agraviada y empujada a un hartazgo de incalculables consecuencias.

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