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La República de las Letras

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

 

GARCIADIEGO Y VASCONCELOS

Al cumplir 100 años la Secretaría de Educación Pública, la UNAM decidió celebrarlo con la edición del libro José Vasconcelos. Universitario, educador y político, el que reúne varios trabajos del historiador Javier Garciadiego, quien despliega su admiración por el mejor José Vasconcelos, quien fue un protagonista de nuestra vida pública en los años 20, el hombre que levantó a la Universidad de la postración en que la dejaron los gobiernos que sucedieron al porfiriato. Los diversos textos de Garciadiego contienen diferencias en diversos puntos, lo que resulta explicable por el tiempo transcurrido en la elaboración de unos y otros. Hay incluso inexactitudes, así como juicios que invitan al debate, especialmente los referidos a Justo Sierra, a quien el autor resta méritos y le reclama el hecho de que la Universidad naciera “anacrónica y con una naturaleza contradictoria”, lo que difícilmente pudo ser de otra manera, pues su modelo fue el de las universidades europeas nacidas en el siglo XIX, o antes, lo que nos remite a lo escrito por Alfonso Reyes, a quien cito de memoria: “Las cosas empiezan por ser lo que no son. En efecto, porque la Universidad, pese a sus deficiencias de origen y a los rudos golpes que recibió en su primera década, se levantó hasta convertirse en la más importante institución educativa del siglo XX mexicano, lo que en gran medida es mérito de Vasconcelos”.

 

ALTOS ESTUDIOS Y LA UNIVERSIDAD

En contraste con los duros juicios que Justo Sierra le merece, al extremo de regatearle el inmenso mérito de haber vencido poderosas resistencias para dar lugar al nacimiento de la Universidad, Garciadiego es más que generoso con Ezequiel A. Chávez, quien desligó a la Escuela Nacional Preparatoria de la hoy justamente llamada máxima casa de estudios. En otra parte, el autor dice que la Escuela de Altos Estudios (antecedente de la Facultad de Filosofía y Letras) “surgió sin plan ni programa”, producto de su “prematura fundación y su abigarrado proyecto”. Sí, pero lo cierto es que el responsable de esas deficiencias fue el propio Ezequiel Adeodato Chávez, quien se encargó, diríamos hoy, de instrumentar lo ordenado por Sierra, como ocurrió con el conjunto de la Universidad. Otra afirmación temeraria es que bajo la dictadura huertista “una profunda reforma pedagógica animó la vida universitaria”, aunque lo cierto es que a lo largo de toda esa década (1911-1919) la institución padeció por el menosprecio de los gobiernos de Madero, Huerta, Carranza y los convencionistas.

 

LA AMARGURA DE ULISES

Si la Universidad padeció golpes de todo tipo en su etapa inicial, la llegada de José Vasconcelos a la Rectoría levantó a la institución no porque el Ulises Criollo hubiera implantado el imperio de la democracia, como dice Garciadiego, sino precisamente por su autoritarismo y su forma muy personal de gobernar la casa de estudios, pero también por sus afanes constructivos, su intuición y el decidido apoyo de Álvaro Obregón, que llevaron a El Maestro a convertirse en una figura de dimensión continental. Aquel Vasconcelos fue grandioso, muy lejos del viejo amargado que surgió de la derrota de 1929, tras lo cual se exilió para volver años después a editar la revista Timón, financiada por la embajada de la Alemania hitleriana, revista que clausuró el gobierno; después le dio empleo el rector de la UNAM Mario de la Cueva (exalumno de profesores nazis en Alemania), para que posteriormente lo rescatara el gobierno de Ávila Camacho, que le encargó la exitosa creación de la Biblioteca México, misma que, a partir de febrero de 1947, dirigió en forma vitalicia, “despóticamente, a su manera”, dice José Joaquín Blanco, “como feudo personal”. En fin, un libro que aporta nutrido material para la controversia, como es la historia toda de nuestra UNAM.

 

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