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Trump: dime con quién andas…

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Los resultados de las elecciones intermedias de Estados Unidos difirieron sustancialmente de lo que se pronosticaba a partir de las encuestas. La temida oleada roja que daría a los republicanos ventajas importantísimas en la vida del país no se concretó, al haber quedado el Senado con mayoría demócrata, además de que el balance en las gubernaturas en juego también resultó relativamente benigno para el partido demócrata. Al parecer, la maniobra de promover legislación en contra de los derechos de las mujeres a abortar pesó en el ánimo de las y los votantes, pero no sólo eso. El que los candidatos apoyados por el expresidente Donald Trump hayan tenido fracasos notables dio fe de que las posturas violentas, extravagantes y con claros tintes antidemocráticos de ese personaje y sus leales seguidores que, hasta el momento, se niegan a aceptar los resultados de las elecciones de 2020, fueron demasiado extremas y resultaron contraproducentes en términos electorales para sus candidatos.

Sin embargo, Trump sigue en la escena política pretendiendo ganar la candidatura de su partido para las elecciones presidenciales de 2024. Si lograra contender, el país tendría que vérselas de nuevo con la demagogia barata, la vulgaridad y la difusión de discursos xenófobos, supremacistas y misóginos que han constituido la materia prima de las posturas trumpianas.

Para este líder populista, como para todos los que comparten ese mismo carácter, las teorías de la conspiración constituyen uno de los elementos más esenciales de su perspectiva política. Él y sus simpatizantes siguen sosteniendo que hubo una conspiración para armar el fraude que le arrebató el triunfo en las elecciones presidenciales pasadas. Es natural, así, su coincidencia con personajes y organizaciones acostumbrados a interpretar los hechos sociales a través de la visión simplona de que todo aquello que se les opone no puede ser otra cosa más que el producto de una malévola conspiración fraguada entre las sombras, justamente para perjudicarlos.

Esa afinidad con figuras y asociaciones de dudosa reputación se mostró innumerables veces a lo largo de su mandato presidencial. Sus elogios a los Proud Boys –partícipes del asalto al Capitolio en los actos del 6 de enero– fueron frecuentes desde tiempos anteriores a esa jornada vergonzosa. No importaba que sus miembros fueran extrovertidos supremacistas blancos, misóginos, antisemitas y con ideas afines al nazismo, que veían conspiraciones en todas partes. Para Trump eran aliados importantes, entre otras cosas porque había mucho en común entre ellos.

Dos años ya sin el poder presidencial y acosado por investigaciones judiciales no han cambiado al personaje Trump. Justo esta semana se notificó que tuvo una reunión con dos hombres caracterizados por abiertas inclinaciones antisemitas. Uno de ellos, el rapero Kanye West, quien ha estado envuelto en polémicas debido a sus insistentes mensajes donde ataca a los judíos con insultos y amenazas, y el otro es Nick Fuentes, un reconoció supremacista blanco y antisemita declarado que ha estado entre los revisionistas del Holocausto judío a manos de los nazis. De hecho, Fuentes participó en la marcha de Charlottesville de 2017, en la cual un nutrido contingente de neonazis norteamericanos realizó desmanes y provocó la muerte de una mujer, al tiempo que se coreaba la consigna de “los judíos no nos reemplazarán”.

Por cierto, Nick Fuentes, calificado como “supremacista blanco” por el Departamento de Justicia de EU, es miembro de una agrupación llamada Groyper Army, cuyo objetivo es preservar la identidad americana-europea-blanca, amenazada por las “razas” ajenas a ese modelo ideal. Su perfil se completa con expresiones apasionadas en discursos públicos a favor de Putin y la invasión a Ucrania, ocasiones en las que se ha referido al actual gobierno de Biden como el “Gran Satán”.

En estos días, cuando se conjuró, gracias a la policía de Nueva York, un ataque terrorista contra una sinagoga en Manhattan, resulta por demás grotesco, pero sin duda también revelador de su torcida ideología, que Trump se reúna con esos personajes. Tal vez parte de la explicación resida en su racismo apenas disimulado, que ahora se ha combinado con un resentimiento hacia los judíos norteamericanos que en un 75% votaron por el partido demócrata en la reciente elección del 8 de noviembre. Las teorías de la conspiración para localizar culpables de sus recientes fracasos le brindan una explicación a la que necesita aferrarse y para ello las malas compañías de las que se está rodeando le son, sin duda, muy útiles.

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