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Política y vacunas anticovid en Oriente Medio

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Separar salud y política es tan difícil como separar economía y política. Se diría que no es tan sólo difícil, es prácticamente imposible. La vacunación para prevenir covid es uno de los grandes temas de actualidad, por lo que no extraña que su politización sea cada día más evidente. En México, lo hemos podido corroborar al observar la diferencia en la amplitud de la aplicación de la vacuna antes y después de la elección del 6 de junio, por citar tan sólo un ejemplo.

Los principales países productores de las vacunas aplicadas no ocultan su interés en utilizarlas como un poder blando que les permita obtener más influencia en determinadas regiones. En un encuentro el miércoles pasado entre el Comité de Asuntos Exteriores del congreso norteamericano y el subcomité para el Contraterrorismo Global en Oriente Medio y África, se escucharon voces de congresistas especialmente preocupados por el hecho de que países como Emiratos Árabes, Marruecos, Egipto, Bahrein, Irak y Argelia estén dependiendo de la vacuna china de Sinopharm, mientras que en Cisjordania, Gaza, Siria e Irán haya sido la vacuna rusa Sputnik V la aplicada.

En la misma reunión se remarcó que las vacunas Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson, de producción estadunidense, son más confiables, por lo que se insistió en que se tendría que trabajar, tal como lo planteó la iniciativa del presidente Biden, en conseguir una mayor fluidez en el abasto de ellas a varios de los países de Oriente Medio y el norte de África, con el fin no sólo de garantizar una más eficiente inmunización de la población, sino, de paso, contrarrestar la influencia rusa y china en esas zonas.

La argumentación se complementó con la observación de que Estados Unidos debe aprovechar la ventaja de que las vacunas chinas tienen menor porcentaje de efectividad y que Rusia no está logrando producir sus vacunas en las cantidades necesarias para un abasto masivo a nivel global, como sí es el caso con la producción de las norteamericanas. Claramente lo expresó el congresista demócrata Tom Malinowski, de Nueva Jersey, cuando dijo: “...pienso que hay una extraordinaria oportunidad estratégica para Estados Unidos que apenas estamos empezando a aprovechar…ya que hay una comprensión creciente de que existe una diferencia entre las vacunas que hemos desarrollado y las otras”.

Por otra parte, no cabe duda que la distribución mundial de las vacunas está a menudo marcada por las filias y fobias existentes entre los países productores y las naciones que las requieren. En el caso de Israel, uno de los primeros en recibir dosis masivas del biológico producido por Pfizer, operó no sólo la previsión y el pago por anticipado que realizó el gobierno de Jerusalén, sino también la solidez de las relaciones entre Estados Unidos e Israel. En sentido contrario se halla el caso de Irán, país que ha dependido, hasta ahora, de la iniciativa Covax, de la OMS, la cual le ha abastecido con vacunas provenientes de Rusia, China e India, suficientes para inocular a la mitad de su población, de un total de 83 millones de personas.

Irán ha sido uno de los países más golpeados por covid, con más de 83 mil muertos, y en este caso es notable cómo intervienen la política y el sentido del honor nacional en las decisiones sobre la salud. En enero, el ayatola Khamenei anunció que quedaba prohibida la importación de vacunas hechas en EU y Gran Bretaña por considerarlas no confiables. Era evidente que el pretexto era falso y que la decisión era producto del pleito de Irán con esas naciones. De hecho, a pesar de que el país persa cuenta con vacunas rusas y chinas, Khamenei, de 82 años, acaba de declarar que no se ha inmunizado debido a que no quiere usar una vacuna no iraní. “Como he dicho, esperaré a la vacuna iraní porque debemos respetar el honor nacional”, aseveró hace unos días.

Irán inició en diciembre pruebas clínicas en humanos de su vacuna Coviran Barekat, y la semana pasada se dio autorización de emergencia para que se empiece a utilizar ese biológico desarrollado por la farmacéutica iraní Shifafarmed. Otra opción que se tiene es la vacuna cubana Soberana 2, hoy en ensayos clínicos en el Instituto Pasteur de Teherán.

Por último, algunos datos más: en Turquía ya tiene aplicada cuando menos una dosis de la vacuna el 38% de la población, Líbano y Jordania están recibiendo ayuda para su sistema de salud de EU, mientras que Emiratos Árabes tiene uno de los mejores índices en vacunación en el mundo. Podría afirmarse que, ya sea por motivos políticos y/o económicos, Oriente Medio es una región que en el tema de las vacunas ha tenido un trato infinitamente mejor de parte de los grandes países productores del biológico que el recibido por el subcontinente africano en su conjunto, cuyo índice de vacunación está, en promedio, en un raquítico uno por ciento.

 

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