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¿Ganan algo Trump y Netanyahu con los acuerdos recién firmados?

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Los jardines de la Casa Blanca se engalanaron el martes pasado con la ceremonia de firma de los acuerdos de normalización de relaciones entre Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahrein con el Estado de Israel. El ambiente fue, desde luego, festivo, pues se trataba del reconocimiento de Israel por parte de esas dos naciones árabes, tras décadas de rechazo del mundo árabe a reconocer la legitimidad del establecimiento del Estado judío en 1948. Sólo Egipto, en 1979, y Jordania, en 1994, rompieron tal postura, por lo que fue muy celebrado este desarrollo gestionado por la administración Trump, con la mediación de su yerno Jared Kushner.

De entrada, los acuerdos y la ceremonia, a la que asistieron 700 invitados —cerca de la mitad de ellos sin cubrebocas, incluidas las personalidades firmantes—, daban la impresión lógica de que tanto el presidente Trump como el premier Netanyahu habían dado un golpe maestro en política exterior, muy útil para acrecentar la popularidad de cada cual, reforzando, en el caso de Netanyahu, su posibilidad de seguir al mando de su país, y en el del norteamericano, incrementando el número de sus votantes en momentos en los que la carrera por la presidencia se halla tan cerrada.

Sin embargo, hay indicadores de que en este aspecto las cosas no están yendo en ese sentido. En el caso israelí, la atmósfera hoy prevaleciente en el país es de irritación, confusión, caos e incertidumbre. A causa del rebrote del covid se acaba de imponer un segundo confinamiento total por tres semanas, en medio de órdenes y disposiciones que han trastornado el curso acostumbrado de las celebraciones anuales del año nuevo y demás festividades marcadas para los siguientes días en el calendario judío. Se agrega el inevitable golpe económico a la de por sí desfalleciente situación de pequeños y medianos negocios que esperaban recuperarse justamente en este periodo. De hecho, se calcula que el nuevo aislamiento repercutirá en la pérdida de 300 mil empleos, que se añaden a los casi 800 mil aún no recuperados de la primera etapa de la pandemia.

Todo esto se da en medio de la responsabilidad que buena parte de la población achaca a Netanyahu de haber manejado fallidamente el “regreso a la normalidad”, en tanto su atención y sus decisiones estuvieron centradas en sus prioridades personales relacionadas con su sobrevivencia política a toda costa para evitar que el juicio por corrupción al que se enfrenta pueda llegar a sus últimas consecuencias. En esas condiciones de descontento social, manifestado en protestas contra Netanyahu exigiendo su renuncia a lo largo de los últimos dos meses, la buena nueva de los acuerdos con EAU y Bahrein resulta irrelevante para ese gran público desencantado.

Público que de por sí señala que nunca ha habido una guerra entre esos dos países árabes e Israel, y que de cualquier manera, la situación de riesgo para la seguridad nacional seguirá en pie mientras no se solucione la cuestión palestina. “Si mi hijo o hija tendrán que seguir cumpliendo con el mismo largo periodo de servicio militar que antes, y las amenazas al sur de Israel por los disparos de Hamas desde Gaza van a continuar, lo de los Emiratos y Bahrein puede ser bueno para el turismo y los negocios, pero para mí, ciudadano promedio, resulta irrelevante”, dice una gran parte de la población ahora en tantos aprietos cotidianos.

En cuanto a Trump, la medalla en política exterior obtenida mediante la concreción de los acuerdos entre Israel y los mencionados países árabes del Golfo Pérsico, está mostrando ser buena para la foto, pero sólo para eso. Para el ciudadano norteamericano las cuestiones básicas que determinarán su voto tienen que ver con muchísimos otros temas antes que con eso.

Ni para supremacistas blancos, liberales en general, hispanos, negros u orientales, el asunto del Medio Oriente es clave para su decisión ante las urnas.

Es más, la incidencia de los acuerdos en el voto judío norteamericano parece ser nula, ya que ese conglomerado, justo en los momentos históricos que se viven, responde también a muchos otros factores de índole local y de posiciones políticas previas. De hecho, una encuesta realizada esta semana entre votantes judíos reveló que el 67% votará por Biden y el 30% por Trump. Además, el voto femenino judío mostraba ser todavía más alto a favor de Biden: 75%. En síntesis, el acontecimiento de la normalización de relaciones entre Israel y dos países árabes del Golfo no aporta prácticamente nada adicional a Trump y a Netanyahu, en términos de popularidad y apoyo entre sus respectivos pueblos.

 

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