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Felicitación a Biden: México, Israel y Arabia Saudita

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Mucho se ha hablado en estos días acerca de la negativa de nuestro presidente a felicitar a Joe Biden por su triunfo en las elecciones en Estados Unidos. Por más que la sensatez aconsejaba que lo hiciera en bien de las futuras relaciones de México con nuestro vecino del norte, AMLO se ha empecinado en mantener su postura a pesar de todos los inconvenientes que ello acarreará a nuestro país. En ese sentido, es interesante observar cómo se han comportado en este tema dos mandatarios que, como el mexicano, cultivaron relaciones estrechas con Trump y, en cierta manera, apostaron a que el republicano conservaría el puesto para los próximos cuatro años. Se trata del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, y del príncipe de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán (MBS), quien conduce de facto los destinos de esa nación árabe.

Durante los últimos cuatro años ha sido más que evidente que Netanyahu y Trump fueron aliados estrechísimos, distanciándose el gobierno israelí del partido demócrata norteamericano, como nunca antes lo había hecho. Trump lo premió y de paso dejó muy contento a su público evangélico de EU trasladando su embajada a Jerusalén, reconociendo la soberanía israelí sobre los altos del Golán, retirando ayuda y representación diplomática hacia los palestinos, saliéndose del acuerdo nuclear con Irán y manifestando disposición a que Israel se anexara cerca del 30% del territorio de Cisjordania. Esto último no llegó a ocurrir porque lo evitó el que tal intención se convirtiera en moneda de cambio para que Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, y más tarde Sudán, aceptaran normalizar relaciones con el Estado de Israel.

De tal forma que para Netanyahu resultaba profundamente incómodo felicitar a Biden por su triunfo. Tardó doce horas en hacerlo, lapso que quizá utilizó para dar con una fórmula que le permitiera dejar la puerta abierta para recomponer las relaciones con los demócratas norteamericanos y, simultáneamente, no ofender a Trump. La solución fue felicitar a Biden, sin mencionar el término “presidente electo”, y enseguida agradecer en la misma frase a Trump por la amistad y el apoyo recibidos a lo largo de los cuatro años de su gestión.

En pocas palabras, una solución salomónica.

En cuanto al caso de Arabia Saudita, también la relación Trump-MBS había sido igual de estrecha. De hecho, el Reino árabe fue el primer país visitado por Trump luego de acceder a la presidencia, sin dar jamás importancia a la persistencia de violaciones graves a los derechos humanos en esa nación, a la que nunca le pidió cuentas al respecto. Incluso, en el espinoso asunto del asesinato del periodista saudí-estadunidense Jamal Khashoggi, el cual, de acuerdo a la CIA, fue ordenado por MBS, Trump no ejerció sanción alguna, no obstante el escándalo mayúsculo que se detonó a raíz de tal homicidio. Como escribió el periodista norteamericano Bob Woodward en su libro Rage, Trump llegó a expresarse respecto al príncipe con la frase de “I saved his ass” (le salvé el trasero), ya que finalmente MBS salió bien librado de este asunto.

Todo esto, más la especial relación económica y estratégica entre EU y Arabia Saudita, hizo natural que la casa reinante se sintiera especialmente cómoda con Trump, apostando por su reelección para evitar enfrentarse con una nueva administración cuya tolerancia hacia muchas de las políticas internas de la monarquía no es de ninguna manera tan amplia como la que disfrutó con Trump al mando. Pero ante la realidad del triunfo de Biden, MBS enfrentó el mismo dilema que nuestro presidente y que Netanyahu. Tardó más de 24 horas en enviar la felicitación, aunque a fin de cuentas optó por actuar pragmáticamente, sabedor de que ante el panorama que se abre, el acomodo es imprescindible.

Lástima que en el caso de México no haya habido la cordura y sensatez política para enfrentar la realidad y actuar en consecuencia. A regañadientes, más tarde que temprano, Netanyahu y el príncipe saudita felicitaron a Biden, conscientes del costo que se pagaría al no hacerlo.

Desafortunadamente, en el gobierno de la 4T el cálculo de costos a pagar por las decisiones que se toman en múltiples áreas, incluida la de la política exterior, es una práctica inexistente cuyas consecuencias estamos viendo acumularse día con día.

 

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