De la peregrinación a La Meca y otras más

En el mundo musulmán actual, integrado aproximadamente por 1,800 millones de fieles, el Hajj o viaje a La Meca, al menos una vez en la vida, constituye una experiencia que, a pesar de su costo y de las complicaciones que para el traslado se pueden sufrir, sigue teniendo gran relevancia para la mayoría de los creyentes.

Las congregaciones masivas organizadas alrededor de una causa en común o de una fe compartida, siguen siendo eventos reafirmantes de la identidad, lo mismo que jornadas reconfortantes emocionalmente para quienes participan en ellas. Sentirse arropado por miles y miles de seres humanos con los que se asume existen lazos solidarios en función de la causa que los convoca, resulta una experiencia vivencial que ahuyenta la sensación de soledad y enajenación tan común en nuestros tiempos. A lo largo de la historia, las religiones han sido especialmente aplicadas en establecer fechas definidas para separar el tiempo sacro del profano, asignándole al primero la celebración de ceremonias y rituales donde se fijan trayectos y destinos que reúnen a los fieles a fin de consolidar la fe.

Aquí en México conocemos de cerca las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe como uno de los eventos más multitudinarios celebrados año con año, marcha realizada con fervor a pesar de las distancias, el cansancio y los riesgos que a menudo se corren en los trayectos. En el judaísmo se registran igualmente empresas similares, como el ascenso de decenas de miles de judíos ortodoxos al monte Merón en Israel durante la festividad de Lag Baomer, con objeto de visitar la tumba del reverenciado rabino de hace 20 siglos, Shimón Bar Yojai. Igual ocurre con los peligrosos, en estos tiempos,  viajes colectivos a la ciudad ucraniana de Umán, a donde anualmente, alrededor de la fecha del año nuevo judío, decenas de miles de fieles se dirigen a visitar la tumba de otro antiguo sabio y líder jasídico del siglo XVIII, rabí Najman de Breslev.

No cabe duda que en el mundo musulmán actual, integrado aproximadamente por 1,800 millones de fieles, el Hajj o viaje a La Meca, al menos una vez en la vida, constituye una experiencia que, a pesar de su costo y de las complicaciones que para el traslado se pueden sufrir, sigue teniendo gran relevancia para la mayoría de los creyentes.

El Hajj es uno de los cinco pilares del islam, o sea, una de las cinco obligaciones que un buen musulmán debe de tratar de cumplir a lo largo de su vida. Se trata de la peregrinación que se celebra anualmente a la ciudad sagrada de La Meca, donde se desarrolla un ritual colectivo bajo prescripciones precisas en las que juega un papel fundamental el monumento del enorme cubo negro de la Kaaba, alrededor del cual desfilan en círculos los peregrinos. Justo el día de ayer terminó la temporada del Hajj de este año, habiendo participado en él 1.8 millones de fieles llegados desde 56 países musulmanes. Durante la pandemia el gobierno saudita impuso límites a la cantidad de fieles que podían llegar, (10 mil en 2020 y 59 mil en 2021), lo mismo que por sus edades, ya que se vetó a la gente mayor, al ser más vulnerable al virus.

El Hajj se celebra en el último mes del calendario musulmán, el cual, al ser lunar, es más corto que el solar, por lo que el clima en el que se celebra la peregrinación varía año con año. En eventos anteriores se han registrado catástrofes graves derivadas de estampidas por alguna condición de alarma, o por ataques de militantes rivales de la casa real saudita. Este año, el flagelo que provocó víctimas fue el calor, ya que hubo cerca de dos mil peregrinos afectados severamente por la temperatura, que alcanzó 48 grados centígrados. Oficialmente se reveló que murieron 230 personas, la mayor parte de ellas provenientes de Indonesia, aunque la causa concreta de esas muertes se registró de manera general como agravamiento de enfermedades preexistentes.

Para darse una idea de las derivaciones económicas del Hajj, y de otras peregrinaciones más pequeñas denominadas Umrah, las cuales pueden ser realizadas a lo largo del año también hacia La Meca, basta observar la cifra que el reino saudita reporta de los ingresos recibidos por concepto de los viajes. Se habla de una derrama anual de 12 mil millones de dólares. Así pues, es claro que para Arabia Saudita promover el turismo de recreación al estilo occidental no constituye una prioridad económica. Sus inconvenientes culturales y de normatividad religiosa son demasiados, y además, le basta y sobra con lo ingresado por las peregrinaciones y, desde luego, por su petróleo.

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