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Las enseñanzas de Torres Manzo

Columnista Invitado Nacional

Columnista Invitado Nacional

Por Gerardo Laveaga*

 

A pesar de que era de la edad de mi padre, Carlos Torres Manzo (1923-2019) era un hombre tan simpático, culto y bien informado, por lo que procuré su amistad. Siendo uno de los políticos emblemáticos de los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo, siempre me miró como un discípulo aplicado. Adoptó conmigo el papel de un maestro generoso.

Por aquella época, yo estaba deslumbrado por la política. Me había propuesto ser secretario de Estado. “¿De qué depende serlo?”, pregunté a mi nuevo amigo. “De la suerte”, respondió él. En su opinión, todo era producto del azar.

A través de los años, echando mano de un desparpajo inaudito, me habló de su gestión como secretario de Industria y Comercio y de los problemas que, ya como gobernador de Michoacán, tuvo con los arriaguistas, de sus acuerdos con el Ejército, la iglesia y “las fuerzas vivas” de la entidad.

Llegué a preguntarle qué era mejor, si ser secretario o gobernador: “Después de ser Presidente, ser gobernador es lo mejor que le puede ocurrir a un político. Eres amo y señor. Tu principal desafío es negociar presupuestos con la federación. Ser secretario, en cambio, consiste en ser ayudante. De alto nivel, pero ayudante”.

Gustaba describir aquellas sesiones maratónicas en las que Echeverría iba llamando a uno por uno de sus colaboradores hasta reunir a medio gabinete para resolver el problema de una tubería mal instalada que impedía que llegara el agua a un hospital. La sesión, que había empezado a las 12 del mediodía, terminaba a la una… de la madrugada. A las críticas que llegué a formular a la demagogia echeverrista, él salió, invariablemente, en defensa de su jefe: “Era un hombre bien intencionado”.

Durante el gobierno de Salinas, aceptó encabezar el programa para privatizar ingenios azucareros. Con un pragmatismo que me escandalizó, el mismo servidor público que los había arrebatado de las manos de sus propietarios, ahora los devolvía. “Así es la política”, se encogió de hombros. Le divertía mi ingenuidad. Me sorprendió por ello que, al poco tiempo, presentara su renuncia. Quería tiempo para leer y escribir. Y lo hacía bien.

En los textos que recopiló en Ensayos y discursos, combina un tono académico con otro coloquial. Lo mismo habla de Keynes que de Vasconcelos; de Lázaro Cárdenas que de Carlos Hank. También quería tiempo para jugar al tenis —deporte del que era un adversario temible— y de la Universidad Latina de América, que había impulsado para llenar un espacio que reclamaban algunos sectores de Michoacán.

Me cautivaba escuchar a un hombre de su experiencia y su franqueza. Un día, sin embargo, ésta me dolió: “No te veo tablas para la política”, sentenció: “Para entrar en ella hay que tener resentimientos, cuentas pendientes por cobrar, menos escrúpulos de los que tú tienes… Te veo muy sano. Mejor dedícate al derecho o a la literatura”.

En una ocasión, me invitó a impartir una conferencia a su universidad y, cuando decliné probar las vísceras que sirvieron después, reventó: “¿Y así quieres ser político, mano? Si vas a un pueblo y haces el fuchi a lo que te ofrezcan, no vuelven a invitarte. Y de su voto, ni hablar. Tienes que aprender a comer de todo. La comida es parte de la política”.

Don Carlos, como le decía todo mundo, me ayudó a conocer mis limitaciones. A descubrir que la afición al futbol —si vale la metáfora— no basta para ser futbolista si se tiene una pierna lesionada. Nunca perdió su ánimo lúdico. Cuando lo invité como testigo a mi boda, me envió una copia fotostática de sus boletos de avión. “Lamento no poder acompañarte”, escribió al margen: “tenía previsto este viaje desde hace meses”.

El que no tenía previsto fue el que emprendió el pasado 14 de octubre. A sus 96 años, mientras esperaba a un amigo con el que, seguramente, hablaría de su salud de hierro, se le detuvo el corazón. Fue una muerte admirable, como lo fue su vida. Durante el resto de la mía, cada vez que enfrente un problema, no podré dejar de preguntarme: “¿Qué opinaría de esto Torres Manzo?”.

 

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