Usted me va a disculpar
Qué le parece si nos bebemos la copa del honor con el regusto amargo de su costo y brindamos todos juntos por el mañana que puede ser mejor. Pero juntos.
Don Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, Rey de España, de Castilla y Aragón, usted me va a disculpar, pero hay algunas cosas que a los ciudadanos mexicanos nos han provocado cierto sarpullido en los últimos días; ignorante como lo soy —todos somos ignorantes, pero cada uno ignora cosas diferentes—, de la manera en que sus augustos oídos y ojos reciben la información, tal vez no se haya enterado bien de lo que ha sucedido. Verá usted, no es que a los mexicanos nos cause problema el tema de la Conquista, occidentalización o encuentro de los mundos, que los pueblos de la que ahora es nuestra tierra tuvieron que ver con los españoles de hace quinientos años, es decir, no nos quita el sueño ni nos come el apetito, pero sí es un tema que, pese a todo, tenemos que resolver. Ustedes tienen sus temas, nosotros tenemos los nuestros, allá el debate sobre las autonomías, la independencia de Cataluña, monarquía o república, libertades e Islam; en fin, cada uno tiene su propio rosario de cuentas y si bien es cierto que ustedes no necesitan nuestra ayuda para resolverlos, el tema que se propone desde México no es exclusivamente nuestro y necesita el concurso de todos los hispanoparlantes para convertirlo en un nuevo horizonte de diálogo.
Don Felipe VI, usted me va a disculpar, pero con leal franqueza, el punto de la disculpa es lo de menos, sus antepasados fueron siempre muy hábiles leyendo entre líneas, algunos de sus antecesores fueron diestros diplomáticos; por eso sorprende una respuesta de negativa y cerrazón total. Es cierto que los ciudadanos de toda la hispanidad podemos reaccionar conforme nos lo dicte nuestro conocimiento —mucho o poco—, nuestra libertad y nuestros ideales nos conduzcan, pero un jefe de Estado, eso es otra cosa. Me sorprende por qué no convocar al diálogo sobre algo que pasó hace tantos siglos, que constituye la raíz simbólica de nuestra identidad, de la española y de la latinoamericana, es minimizar la herencia de la que España tan orgullosa se encuentra, es decir, la conquista de América es parte de la identidad de España, como lo es de la iberoamericana, no nos explicamos sin este componente y si estamos orgullosos de nuestro idioma, de nuestra cultura común y de los valores que compartimos, cualesquiera que estos sean, entonces asumimos que sí, en efecto, somos los herederos de aquellos que vivieron un momento dramático del encuentro. Qué le parece si nos bebemos la copa del honor con el regusto amargo de su costo y brindamos todos juntos por el mañana que puede ser mejor. Pero juntos.
Usted me va a disculpar, señor jefe del Estado Español, pero es que en México somos así, como nos ve, hijos de la cultura a la que usted pertenece, pero que no le pertenece a España, el idioma, por ejemplo, es tanto del estanciero argentino como del migrante salvadoreño, del campesino de Extramadura como del académico que sesiona en Madrid, del que esto escribe y del que espero lo lea en algún punto recóndito del universo de la Ñ. Usted me va a disculpar, pero creo que sí, en efecto, la simple aceptación de la necesidad de dialogar es un buen paso para comenzar la comprensión común en la que tal vez no tengamos, ni ustedes ni nosotros, la razón completa histórica y políticamente, pero sin duda estaríamos de acuerdo en que los siguientes cinco siglos de historia común pueden transitar con mayor esperanza y mejores perspectivas.
Perdóneme que insista, pero usted me va a disculpar si le digo que para los mexicanos ese tema de las coronas nos cuesta mucho trabajo de entender, como usted recordará, una importante corriente de sangre española llegó a México en tiempos de la caída de la Segunda República, la recibimos con agrado, aunque no en todos los sectores de la sociedad, y como el presidente del PePé ha dicho, Valle Inclán, que fue casi un buen mexicano, señaló que los mejores ejemplos de lo español están en México. No estamos aislados de España y España no está aislada de Iberoamérica. Piénselo así, los británicos, que en otras ocasiones sí que se han disculpado, no dejaron de hacer barbaridades en sus colonias y no hace cinco siglos sino apenas hace unas décadas y he aquí que la Mancomunidad británica es un poder que no puede obviarse y nosotros seguimos dándonos codazos por la batalla de Otumba y por la caída del Cuzco. Digamos que estamos equivocados los mexicanos, aun así, ¿no sería un gesto inteligente y acertado que España inaugurara el diálogo de la reconciliación para el quinientos aniversario de nuestras bodas de sangre, recurriendo a García Lorca?
Usted me va a disculpar, don Felipe, ciudadano de la lengua española, pero por qué no emular la inteligente operación que realizó su padre, don Juan, cuando, en 1992, el quinto centenario del encuentro de dos mundos, las mejores voces de España e Iberoamérica dijeron, aquí estamos, esto somos, no puede ser de otra manera el pasado, pero el futuro sí lo podemos hacer diferente y hacerlo juntos.
