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Tiroteo en la escuela y uno escribiendo

César Benedicto Callejas

César Benedicto Callejas

Un buen amigo me ha dado un sabio consejo, me ha dicho “no escribas, nadie vive de su pasatiempo”, tal vez tenga razón, me digo mientras miro mi escritorio de abogado y ahí, al lado de los expedientes, veo mi libreta que me acompaña desde hace unos meses y donde se consignan las letras de lo que algún día será mi próxima novela; no lo sé, tal vez sea como mi querido camarada me ha dicho, es cierto, nadie vive de echar la pluma; con una novela en la imprenta, otra buscando editor y una más en ciernes, me pasa por la mente el consejo. Al subir a mi auto el noticiario me lanza a la cara la voz de un corresponsal en Torreón; le cuesta trabajo decir su línea: un niño de apenas doce años entró armado a la escuela donde cursaba el sexto de primaria, pistola en mano da muerte a su maestra, hiere a cuatro compañeros y al final se suicida. Es la primera impresión, todavía hay que verificar la nota, pero el hecho está ahí, estúpido y absurdo, una ruptura aberrante en nuestra realidad ya de por sí violenta; es apenas una nota en un país donde nos hemos habituado a la muerte, pero es también un niño que se ha quitado la vida y yo me pregunto si debo dejar de escribir para dedicar todo mi tiempo a actividades más lucrativas. Siento una vergüenza muy profunda.

Puede ser que mis letras no valgan ni la tinta con que se imprimen, no es que ellas digan lo nunca antes pronunciado, pero son palabras, las palabras que buscan tocar y mostrar, son las palabras sinceras de un ciudadano al que le tocó vivir este tiempo en el que la violencia ha perdido la razón y un niño ha matado a su maestra y se ha suicidado, este tiempo podrido en el que algún desgraciado ha puesto dos pistolas a disposición de un niño. No puedo, nadie puede, renunciar a escribir, a filmar, a grabar o a hablar aquello que nos ayude a sobrevivir y superar este momento nuestro de definiciones y postura, menos en un instante como éste en el que, como decía Alberti, “siento heridas de muerte las palabras”.

Se dice que el chico estaba influido por un juego de video, que es un imitador del joven pistolero de Columbine. Medias verdades, eufemismos, ocultamiento. Es un niño endemoniadamente solo con una pistola en la mano y un montón de palabras erróneas clavadas entre ceja y oreja; es lo que hemos producido por hablar las voces equivocadas, las que no acompañan, sino abandonan, las que enfrentan y no construyen, las que normalizan la violencia y aplauden la infamia y denuestan la compasión. Y yo me pregunto si debería quemar estos minutos en actividades más lucrativas.

Nuestro tiempo y nuestros niños necesitan la mayor cantidad de palabras gratas que podamos meter en sus cabezas; las autoridades hacen lo suyo y hay opiniones, vaya, a quien le gusta la estrategia y a quien no le parece y eso es parte de una democracia y del ejercicio del poder, pero los ciudadanos tenemos nuestra propia tarea que hacer; lo que más necesitamos es cambiar la narrativa que estamos ofreciendo a los niños; decirles que la violencia no es normal y que nadie tiene que habituarse a ella, tenemos la obligación de acompañarlos cuando miran lo que los medios les ofrecen y perdón, pero enemigo declarado de la censura como soy, creo en la libertad de expresión y también en la de elegir los contenidos que consumimos y no puedo entender que elijamos los más violentos como si estuviéramos probando caramelos, que apoyemos con nuestras suscripciones y publicidad la producción de aquello que está haciendo de la sangre, los secuestros y las matanzas los antídotos que nos inmunizan contra la compasión, la misericordia y hasta la esperanza.

A ese chico ha sido la violencia en mortal coctel con la soledad lo que lo ha llevado al rincón que ninguna persona debería visitar; es uno más entre miles que están siendo bombardeados en soledad con imágenes, sonidos y noticias, sin filtros de compañía y explicación; solo, porque no hemos sido capaces de abrirnos a una cultura de paz en la que nuestros más jóvenes no tengan que enfrentar la muerte de aquella tranquilidad que ha quedado como un recuerdo de viejas generaciones. En fin, cierro mi página, tengo que dedicarme a actividades más lucrativas.

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