Narrando el pasado, una oportunidad

Cuba, en los terribles años posteriores a la caída de la Unión Soviética, un hombre desolado que sepulta a su esposa, solo frente al enigma del dolor, busca un asidero para no caer de la realidad; comienza para el lector la revelación de una triple épica: la de ...

Cuba, en los terribles años posteriores a la caída de la Unión Soviética, un hombre desolado que sepulta a su esposa, solo frente al enigma del dolor, busca un asidero para no caer de la realidad; comienza para el lector la revelación de una triple épica: la de Trotsky huyendo de Stalin, la de Ramón Mercader vendiendo su alma al sueño de la utopía soviética y la de Iván Cárdenas Maturell en su búsqueda por liberarse de un destino de escritor que no está dispuesto a asumir. Padura propone la reconstrucción del mundo; tanto de aquel que el estalinismo ocultó, como de aquel otro de las motivaciones íntimas que causaron el esfuerzo de voluntades fieras más allá de sus propias potencias y, desde luego, el de los hombres sometidos a su destino. Al jugar al dios creador, Padura, en su novela El hombre que amaba los perros enlaza lo que a cualquiera podría parecer inconexo, la muerte de la esposa de Iván, que la recuerda sosteniéndose en la vida, apenas por unos días más, cumpliendo con la misión de salvar a Cuba de un huracán sólo con la fuerza de sus oraciones; El hombre que amaba a los perros es la narración del poder de la fe para reordenar una realidad siempre amenazada por el caos. También para Trotsky todo se centra en su fe maldita y omnipotente; Padura lo dibuja como hijo de sí mismo, con aquella fe rabiosa y apocalíptica capaz de incendiar al mundo y que, al final de los días atormentados del padre del Ejército rojo, ni ha cambiado a la humanidad y, por el contrario, ha dejado tras de sí una estela de muerte, locura y destrucción que pudo ser causada de muchas maneras, pero nunca de mala fe. Padura sabe que Trotsky también quiere reconstruir el cosmos con base en una fe telúrica en el futuro promisorio de la sociedad sin clases. Es sobre Trotsky quien se construye todo el esfuerzo de reconstrucción histórica; víctima y victimario, profeta y fanático, semidiós y hombre abandonado. El Trotsky que aparece en la historia narrada por Padura es aún más real y aún más verdadero que el asesinado en Coyoacán en 1940; mucho más real porque la tinta lo ha convertido en símbolo de la fuerza creadora de la vida que prevalece a cualquier precio, y del martirio cuyas palmas están reservadas sólo para los fanáticos y para quienes aguardan porque saben que no puede ser otro su destino. Y Padura, el hombre que encontró la narrativa para narrar el bárbaro tiempo aquel en que las ideologías de todos los signos tuvieron que probar su capacidad y poderío, más allá de sus razones, a través de su fuerza destructiva; siglo atroz en el que nadie quedó limpio y todos los sistemas impulsaron su poderío bajo aquellos principios que terminaron por enloquecer al Quijote, la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece.

He vuelto sobre este libro de Padura para preguntarme si tendremos el ingenio y la capacidad para narrar este tiempo torturado, saber si podremos algún día reconstruir el barroco edificio de la ley, abigarrado conjunto de normas, decretos, reglamentos, que cada vez, de las maneras más diversas, entran en cada una de las actividades de los ciudadanos de forma que no vivamos en tensión permanente entre la obediencia a la ley y la necesidad de eludir la ley para sobrevivir en el mundo real; cómo podremos reconstruir un país fatigado, agotado, para darle el orden que tanto necesitamos; cómo logramos identificar al gobierno como un administrador, no un padre que ha fallado en el más elemental de sus deberes, el de protegernos; cómo los ciudadanos logramos sentir que aquello que percibimos en la tierra y en el idioma, los idiomas, en la tradición y la identidad, aquello que constituye nuestra pertenencia y cómo podremos superar la confusión frecuente y no pocas veces deliberada entre igualdad y justicia, donde la primera ha sido siempre postergada en aras de alcanzar la segunda que, por su parte, nunca llega y en esa doble búsqueda comprender cómo se construyeron las más camaleónicas ideologías, de poca duración y con una sucesión a veces desaforada y cómo, al final del día, se generó un núcleo duro en la mexicanidad que poco o nada tiene que ver con gobierno o proyectos de Estado, sino que se fue gestando como una especie de resistencia frente a un entorno físico, geográfico y político que se empecina en mostrarse adverso.

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