Mi casa es el pasado
• Me he quedado pensando que el presente no existe y el amable lectorestará confrontándose con letras escritas hace ya días y pensamientosque surgieron en el pasado; todo es pasado y por eso de él aprendemosy en él nos situamos no siempre con comodidad.
Cuando era niño, mi padre me regaló un mapa estelar, fue uno de los regalos que mejor recuerdo y que más felicidad me proveyeron, una de las emociones más grandes que he vivido fue contemplar la Cruz del Sur; hace apenas unos días, una querida amiga me recomendó ver un documental chileno, Nostalgia de la luz, del realizador Patricio Guzmán, en él se habla sobre los observatorios astronómicos del desierto de Atacama, al norte de Chile, por un lado, porque habla de esa región, la más seca del mundo, donde la tenue claridad del aire la hace perfecta para la observación del cosmos; porque, además, se encontraban arqueólogos y astrónomos hablando de las coincidencias de sus profesiones, ambos se refieren al pasado, escrutando la tierra y el espacio, ambos reciben mensajes del ayer, los arqueólogos de uno lejano y los astrónomos de un pasado infinitamente distante y, además, porque en el desierto vagan unas mujeres armadas de palas y paciencia infinita, buscan los restos de sus desaparecidos, los que la dictadura fue a tirar ahí donde pensó que nadie, nunca, iría a buscarlos y ahí están ellas hurgando en la tierra la justicia que no se atiene al tiempo y la memoria de los suyos de un pasado transcurrido hace apenas unas décadas.
Desde que era pequeño y conocí a los hijos de aquellas mujeres y hombres a los que su patria les había negado el cobijo, he tenido un lejano romance con ese país adorable; la vida me obsequió con la amistad de Danilo Báez Parra, pasamos las horas largas del atardecer levantino con vino o café escrutando los errores del pasado, las causas de la tragedia y la posibilidad de un futuro que fuera mejor para todos; eso solemos hacer los latinoamericanos cuando nos encontramos, adivinar qué nos salió mal y pensar cómo nos puede salir bien.
Me he quedado pensando que el presente no existe y el amable lector estará confrontándose con letras escritas hace ya días y pensamientos que surgieron en el pasado; todo es pasado y por eso de él aprendemos y en él nos situamos no siempre con comodidad. El documental ha terminado los créditos y me ofrece un homenaje a Salvador Allende del mismo cineasta, escucho a los Folcloristas cantar por la Unidad popular, el documental da cuenta del ascenso, de los veinte años de la larga campaña allendista hasta la conquista de la presidencia, de los primeros momentos de gloria del movimiento, de la incomprensión de la derecha y de la división causada en la sociedad, la polarización entre unos y otros que minó la credibilidad del gobierno, la aproximación de los militares en el gobierno, la fe irredenta y no siempre racional de Allende en esa entidad abstracta que llamamos “pueblo” y que, claro, estaba parapetado en sus residencias —saliendo a saquear la de la viuda del Presidente— o vagaba por las calles de Santiago esperando instrucciones que nunca llegaron; empieza a inquietarme que todo aquello que he descrito ronda la prensa y la palabra de nuestros días, vi a un obrero desesperado porque ha hecho cuanto le han pedido y exige que le digan para dónde van las cosas y es el caos y la falta de destino la que está haciendo su tarea de desgaste.
Pasear por el pasado tiene sus ventajas, además de la nostalgia y la belleza y tiene sus enormes riesgos, mirarnos en espejos que nos disgustan porque sólo funcionan para los que están dispuestos a aprender de ellos.
