¿Mi amigo el robot?

Hace algunos ayeres, cuando era niño, uno de los juguetes favoritos era el robot; aquellos humanoides causaban sensación entre los niños, aunque su única gracia era moverse mecánicamente; luego vinieron los coches a control remoto alámbrico y luego otros de programación con teclado y, por último, se popularizaron los de control remoto inalámbrico; todos ellos eran, de alguna manera, robots. Los imaginábamos como amigos de los humanos, una especie de servidores atentos e incansables, los presentíamos como algo lejano.
Hoy que nos rodean comienzan a preocuparnos.

Hay un proceso industrial, social y humano del que poco hablamos y que está presente desde hace ya algunos años, se trata del fenómeno de la Automatización Robótica de Procesos (RPA), esto es, la sustitución de mano de obra humana por robótica; lo cual ya es una realidad en algunas de las empresas gigantes —como la automotriz, por ejemplo, y expertos de Deloitte aseguran que todas las empresas, en mayor o menor manera, habrán entrado en el fenómeno para 2020; otras cifras complementarias nos dan qué pensar, así, la robótica generó 125 millones de dólares en 2015 y se prevé que alcanzará los cuatro billones de dólares para 2024. El problema o la virtud, según se vea, de la tecnología, es que es prácticamente irreversible y sólo se detiene cuando una mejor llega a sustituirla —hoy nos torturamos pensando en las bolsas de plástico y se anuncian nuevos materiales, no podemos renunciar a los plásticos hasta que algo mejor los sustituya—, por lo tanto, no podemos dejar de pensar que, en efecto, el fenómeno irá en aumento y nuestra imaginación no alcanza a prever cuándo o qué sustituirá a la mano de obra robotizada; algunos creen que el problema del hecho está en la enorme generación de riqueza que representará el empleo de estos trabajadores infatigables y sin reivindicaciones laborales; esos mismos suponen que el trabajo robotizado podría producir renta básica universal en los países donde se use de manera extensiva; ahora mismo Alaska tiene una ley de “dividendo robot” que convierte los beneficios económicos producidos por robots utilizados en la explotación del petróleo en dinero que reciben los electores cada año. En España, por otra parte, algunos sindicatos han exigido la creación de un impuesto por el uso de mano de obra robotizada con el fin de indemnizar a los sindicatos cuyos miembros han perdido el trabajo al ser sustituidos por robots.

Sin embargo, no podemos dejar de pensar que cada día habrá menos empleos para una población creciente, y no me refiero únicamente a la generación de los recursos para su mantenimiento, sino también al efecto moral, síquico y emocional que representa considerar a lo humano como lo desechable y a la máquina como lo indispensable; pensemos que son las sociedades cada vez más pobres y lejanas del uso generalizado de tecnológica las que aún tienen que trabajar con el cambio de las líneas telefónicas de telefonía analógica por la digital y, con ello, tener acceso a la internet, son esos países los que no pueden darse el lujo de soñar con la nueva riqueza que repartir; en el extremo, las sociedades que aspiran a lograr, no digamos el avance tecnológico, sino apenas superar la pobreza extrema, deben preocuparse por el acceso al agua y la comida para todos, son esos países y sus ciudadanos, que no son pocos, los que nos ponen a pensar si no estamos creando dos especies distintas o, mejor dicho, dos enormes clase de seres humanos; algo así como las sociedades retratadas en películas como Elisyum, o en libros como 1984 o Farenheit.

Siempre creímos que eran los trabajadores manuales —los obreros y los campesinos— los que resultarían más afectados por la robotización del trabajo, de hecho, lo fueron con los primeros pasos de la automatización en el siglo XIX, pero, en realidad, el fenómeno de la robotización del trabajo apenas comienza con las líneas de producción fabril, la distribución o el trabajo agropecuario; en realidad, con la conjunción milagrosa o macabra de la robótica y la inteligencia artificial también algunos trabajadores calificados y profesionistas se ven ya amenazados por este hecho. McKinsey & Co., por ejemplo, pinta un panorama difícil de digerir; han descubierto que el índice de sustitución por trabajadores robotizados llega al 52% del mercado laboral en México, alrededor de 25.5 millones de empleos de los 49.3 millones de que consta nuestro universo laboral; en otros países, como Estados Unidos, llega a 46 por ciento. Debe decirse que México es el séptimo país en los grados de posibilidad de automatización, la increíble cifra es consecuente con el hecho de que en nuestro país la compra de robots se triplicó entre 2014 y 2015.

           México, y todos los países, deben prepararse para el impacto que la robotización significa en el futuro inmediato; una mirada nos hace extrañar a los cobradores a la salida de los estacionamientos, al telegrafista y pronto al oficial del registro civil que nos daba las copias del acta de nacimiento; no tardaremos mucho en ver cómo algunas máquinas reemplacen a los abogados en algunas funciones o a los médicos, que ya comienzan a ser sustituidos por escáneres, por algoritmos de inteligencia artificial y máquinas que realizan intervenciones quirúrgicas con enormes rangos de seguridad. No es broma, si se quiere ser exitoso en el futuro, no sólo hay que reeducar a empresarios, líderes y trabajadores para que aprendamos a convivir con los robots, a generar valores que hagan frente a la ética de la velocidad, la eficiencia y el desarrollo; también será necesario que hasta las empresas más pequeñas comiencen a hacer números y a plantearse la manera en que esta nueva generación de trabajadores irá haciéndose su lugar entre nosotros.

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