Me encomiendo a San Andrés

André Malraux fue el primer ministro de Cultura en la historia de Francia, su tarea no era, o al menos no solamente, ser editor o promotor de festivales, era mucho más que esoy así fue concebido su ministerio.

Parece que llegó el momento de invocar a los grandes espíritus, parece que sólo ellos pueden, en este momento, ayudarnos; pero no hay que confundirse, me refiero en este caso a André Malraux, Andrés en buen español, porque me pongo a pensar que, en todo el enjambre de temas, en todo este alud informativo, donde ya hay más muertos que en un día feo en Siria o en San Pedro Sula, y los trabajadores del Instituto de Neurología afirman que no tienen ni guantes para trabajar, caigo en cuenta de que a muchos les pasó desapercibido que la Secretaría de Cultura tuvo que ofrecer disculpas por no poder pagar lo adeudado a algunos miembros de la comunidad intelectual; no es su culpa, son temas presupuestarios y no le ha quedado de otra que el tradicional y mexicanísimo “disculpe las molestias que esto le ocasiona". En el fondo, lo grave es el subejercicio funcional de la que podría ser una secretaría útil para poner orden en este relajo en el que se está convirtiendo la realidad política.

El otro Andrés, el nuestro, aunque a uno pueda gustarle o no lo que dice cada mañana, fija la agenda cotidianamente, esto redunda en una oposición al viejo lema porfirista, “poca política y mucha administración”, en nuestro momento se dice “mucha política y poca administración”, todo va enfocado a las posiciones políticas del Ejecutivo federal y mientras nos creemos que el asunto de los fines de semana largos es un tema económico de asuetos y turismo, en realidad es la recuperación de los espacios para el manejo de los símbolos políticos; veámoslo así, ¿cómo le va a gustar al Presidente que el día de la Constitución su mensaje pierda impacto porque todos estamos trabajando?, ¿no le pasó ya con la resurrección del desfile del 20 de noviembre que pasó desapercibido?, y en ese sentido, todo eso es discurso y podría ser parte de la función de la Secretaría de Cultura, ese tema de los valores, del vislumbre y mirada al destino es discurso —todo gobierno lo tiene— y podría, debería, constituir el mensaje, la narrativa como decimos hoy, de la joven secretaría.

En 1996, André Malraux se convirtió en el quinto escritor en ser enterrado en el Panteón de París, la gran catedral laica que honra a lo más grande del pensamiento francés, sus colegas no son poca cosa: Rousseau, Voltaire, Zola y Victor Hugo. No es su obra lo que lo llevó ahí, sino honrar su legado como ministro de Cultura de Charles De Gaulle. Años antes, Malraux pronunció el discurso que honraba el ingreso al Panteón de Jean Moulin, héroe de la resistencia torturado hasta la muerte por los nazis, entonces pronunció un discurso que todavía hoy hiela la sangre de los que lo escucharon y de quienes podemos leerlo, “Hoy, joven, piensa en este hombre como si hubieras llevado en tus manos su pobre rostro desfigurado en su último día, sus labios que no habían hablado. Ese día, esa era la cara de Francia”. Porque resulta que lo que hacía entonces Malraux era invocar la historia para crear la leyenda y confirmar que eran De Gaulle y su gobierno los legítimos herederos de la historia de Francia que se remontaba a sus primeros monarcas y que culminaba con la recuperación de la República mancillada por el nazismo. Pero nosotros, que nos urge, no tenemos narrativa ni discurso y angustiada por los pagos pendientes y la organización de espectáculos y festivales, la Secretaría de Cultura no puede cumplir su función más importante, crear la narrativa de la visión del México que el gobierno quiere crear y la forma en que va a lograrlo.

Más allá de los encuentros y desencuentros cotidianos, del enmohecimiento vergonzante de la oposición y de la falta de propuestas alternativas, a todos nos tranquilizaría saber a dónde vamos y por dónde hemos de andar, lo dicho, a lo mejor el viaje no nos gusta, pero al menos sabríamos por dónde marcha.

Malraux fue el primer ministro de Cultura en la historia de Francia, su tarea no era, o al menos no solamente, ser editor o promotor de festivales, era mucho más que eso y así fue concebido su ministerio. Primero, convirtió la cultura en un asunto de Estado y no porque la subvencionara el gobierno —o no sólo por eso— al promover el cine, el teatro y la literatura francesa como cultura de masas con vocación de exportación, creó el discurso cultural francés que todavía nos fascina y cuyos efectos todavía sentimos; sus personales contactos le permitieron convertir a la intelectualidad francesa de entonces en una especie de ejército oficioso que atacaba en todos los frentes, particularmente en América Latina, para imponer la cultura francesa como un valladar o una contrapropuesta al mass media que ofrecían los norteamericanos. Seamos sinceros, Malraux inventó la política de Estado cultural francesa, algo que nosotros no hemos creado.

En este momento enfrentamos una difícil sucesión generacional en materia cultural, en los últimos años murieron Toledo, Fuentes, Pacheco, Monsiváis, por decir sólo algunos; es cierto que tenemos a Volpi, a Luiselli, a muchos que, sin embargo, necesitan ser convocados, estamos urgidos de crear un movimiento cultural que acompañe a la transformación nacional, si es que en realidad eso queremos. Porque, al final del día, como dijo el propio Malraux, “la tradición no se hereda, se conquista”.

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