Los bordes de la razón

Diputados acusados de violación que se escudan en presuntos ataques al gobierno, consejos de candidatos para acomodar la mollera de los chamacos, desafíos con féretro incluido es el nivel de debate que los ciudadanos no queremos y somos nosotros,esos ciudadanos de a pie que nos informamos, los que le batallamos todos los días, los que hacemos el fiel de la balanza electoral.

Un candidato que toca el trasero de su colega; otro más que, para subirse al tren feminista, echa porras a las pinches viejas; alguno más que habla de demostrar su buena educación y valores y se enreda a mentadas de madre con un auto que pasa; montones de spots de televisión que nos dicen que unos fueron la destrucción y otros la son en este momento y los electores, pluma en mano, decididos a votar aun sin saber por quién, nos enfrentamos a la elección de dos abismos insondables; encuentro de todo en esos mensajes, menos razón y compasión.

Una cosa está clara, no se puede vivir sin instituciones y sin poner la ley por encima de todo; mientras se invocan los fantasmas de Venezuela y de Chile, de la dictadura y el golpe de Estado, nos vamos moviendo en los terrenos del miedo, mientras que los ciudadanos nos estamos amparando —anda, que me ha salido un juego de palabras— en la legalidad, la constitucionalidad y la ley; son los ciudadanos los que estamos inclinándonos por el cumplimiento del marco jurídico y haciéndoselo saber a todos los actores políticos en la medida de nuestras posibilidades, no sé si ellos escuchan, pero sería deseable que así fuera; no ha sido aplaudida la medida de la prórroga de la presidencia de la Suprema Corte porque hemos entendido que, en efecto, se trata de una medida peligrosa, kamikaze, si empezamos a despreciar nuestros mandatos constitucionales; el INE, a empellones y desvelos, mantiene el control que la Constitución y la ley le otorgan, y mientras la simulación, el juego político y la marrullería tratan de sacarle la vuelta, los ciudadanos estamos más que conscientes y claros de que no queremos que un solo poder lo determine todo, que no vamos a renunciar a todos aquellos espacios de autonomía que le fuimos arrancando a la autoridad a lo largo de décadas de gobiernos que fueron entregando aquello que consideraban su patrimonio político y lo convertimos en herencia ciudadana.

Diputados acusados de violación que se escudan en presuntos ataques al gobierno, consejos de candidatos para acomodar la mollera de los chamacos, desafíos con féretro incluido es el nivel de debate que los ciudadanos no queremos y somos nosotros, esos ciudadanos de a pie que nos informamos, los que le batallamos todos los días, los que hacemos el fiel de la balanza electoral y el equilibrio es frágil, mire usted, los indicadores de la pandemia dan cuenta de un esfuerzo que es desigual entre entidades, que está tachonado de dudas, que no avanza con la velocidad que se esperaba y se anunció, pero, sobre todo, que investigaciones de la UNAM informan que el 70% de los decesos han sucedido entre personas con escolaridad de secundaria y menor y no precisamente jóvenes, y eso nos hace pensar que ninguna base está garantizada para nadie si se sigue atizando la hoguera del discurso de odio y desencuentro.

Seamos francos, ya estamos en el nivel en que los ciudadanos cambiamos de canal cuando comienzan los spots de los partidos, ya estamos hasta el gorro del mismo discurso viejo y gastado y se lo puede decir cualquier publicista de medianas luces, el mejor anuncio no hace bueno a un producto que la gente no quiere comprar. La pandemia nos dio mucho tiempo para pensar y también para sufrir el desgaste del decrecimiento económico, hizo de muchos ciudadanos más conscientes, hace que el marketing político tenga que reinventarse.

Las previsiones no anuncian avalanchas electorales, no esta vez y todo va a terminar en bofetones en los tribunales, ahí donde los ciudadanos no queremos que se resuelvan los problemas; por lo pronto, lo que nos queda es meditar el voto y actuar en consecuencia, pensar que lo que nos jugamos no es la legislatura, ni siquiera los efectos para los próximos años, sino la identidad que queremos, la de la sociedad que le dice al gobierno qué quiere hacer, a los partidos lo que deben entender o la que espera a vivir de las ruinas que dejen la batalla entre los políticos.

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