La paz, la cultura y la luz de Alicia Reyes

Estaba convencida de la facultad igualadora de la literatura y la cultura, de la capacidad infinita del conocimiento y del placer estético para procurar la paz en las sociedades.

Gandhi solía decir que no hay un camino hacia la paz porque la paz es el camino. Pensando en la frase me distraje un momento, mientras me venían a la mente cómo es que en una misma semana había estallado la violencia en Chile, Bolivia, Ecuador y España. Cómo era posible que en estos días concentrados de historia y de reclamos, algunos justos y otros en el claroscuro de la discusión hubieran hecho crisis en tan corto espacio de tiempo; pensaba también en los reclamos de quienes en México no parecen estar ahítos de sangre y quisieran que el Estado respondiera con bala y fuerza a aquellas cosas, que deben atacarse con inteligencia y estrategia.

Sombríos pensamientos, cavilaba, que se resumen en una demanda generalizada de las sociedades de justicia y equidad, de menos desigualdad, de mayor respeto y libertad, cuando el teléfono vibró en mi bolsillo. Era mi madre quien me dio una noticia que me hizo brotar lágrimas en el acto: “César, se murió Alicia Reyes”. Esto ya era demasiado.

Conocí a la Dra. Reyes en mi adolescencia, nieta de don Alfonso, dedicó más de la mitad de su vida a mantener vigente el legado de su abuelo, el escritor, a cuidar de la casa que su padre dio en legado a la nación para hacerlo un santuario de paz y serenidad en la literatura, a formar generaciones de escritores en un legendario taller en donde las únicas credenciales válidas eran el talento y el trabajo. En alguna de las sesiones de taller que entonces compartía con Pablo Raphael, Alicia puso sobre la mesa una edición de El Quijote y leyó: “Sábete bien, Sancho, que ningún hombre es más que otro si no hace más que ese otro hombre”, ese era el credo de quien aceptó mantener vigentes las letras del autor de la Visión de Anáhuac; dejó su vida en esa misión. Estaba convencida de la facultad igualadora de la literatura y la cultura, de la capacidad infinita del conocimiento y del placer estético para procurar la paz en las sociedades, para facilitar el encuentro entre las clases y en obtener, para los más desfavorecidos, la capacidad de reclamar sus derechos y hacer valer sus libertades; uno de los textos a los que nos hacía volver, tanto por su magnífica factura literaria como por la potencia de su contenido era: La silueta del indio Jesús; un reclamo irredento de justicia y pan.

La vi ir gastándose la vida en esos días y en esos trabajos, lejana de los reflectores, silenciosa y constante, supliendo con su bolsillo, la crónica falta de presupuesto, pero siempre alegre y siempre generosa. En esa sala donde otrora se reunía lo más selecto de la literatura, el arte y la ciencia nacionales, se fueron formando nuevas plumas que crecieron con esa conciencia de que la literatura y la creación del arte son elementos fundamentales para el crecimiento, la paz y la igualdad en la Nación.

Y así, en silencio, en compañía de su hijo, de su nuera y de sus nietos, Alicia Reyes se apagó en el sur de Francia, el lugar que había elegido para su retiro, en un país que la acogió como estudiante en su juventud y en el que prolongó la amistad cultural que su abuelo había sembrado dos generaciones antes. El 19 de septiembre de 2017, Alicia estaba de visita en México con ocasión del homenaje que la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes le rendían gracias a la generosidad y bonhomía de Javier Garcíadiego, director de la Capilla Alfonsina. Ese día comenzó el terremoto que nos devolvió infaustas memorias; la Capilla fue evacuada con precisión y sin contratiempos, pero desde luego, la Dra. Reyes no estaba en condiciones de salir rápido del lugar, con ella nos quedamos el Dr. Garcíadiego, Alberto Enríquez Perea y yo; ella dio muestras de serenidad, de tranquilidad y al final del siniestro pudimos salir con ella y el homenaje terminó en el patio, en plena calle, rodeada del cariño de sus lectores y sus alumnos. Cuando me despedí, supe que no volvería a verla, imprimí en mi memoria todo mi agradecimiento, todo mi cariño y cada instante que viví bajo su afecto y su guía. Me despedí en un cariño que no conoce final.

Cuando terminé la brevísima llamada con mi madre, me quedé solo parado en mitad de la calle, vacío de sentimientos, dolorido de gratitudes y pleno de respuestas, Lo que este continente y este país malheridos requieren es una legión de mujeres y hombres como la Dra. Reyes, lo que nos hace falta es volver a la civilidad que viene con la educación y la cultura, lo que nos hace falta, en fin, es empujar con toda nuestra potencia, la idea de la igualdad y de la fraternidad que sólo el conocimiento de nosotros mismos puede proveer. No se trata de palabras huecas ni de discursos para realizar en tres generaciones, se trata de aceptar un cambio de conciencia, de darnos con generosidad a la idea a de que todos nacemos iguales y que la función más elemental de toda organización política es crear ese anhelado suelo parejo para que todos podamos crecer a la medida de nuestros esfuerzos. Eso fue lo que a lo largo de mi vida me enseñó Alicia Reyes, eso es lo que nunca terminaré de agradecerle.

Buen viaje Alicia querida.

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