Huérfanos

Desde hace mucho, la idea de la generación literaria se disolvió; la multiplicidad de temas, la variedad de quienes escribimos y ahora, la pandemia y la ausencia de un postura intelectual del Estado, han hecho que nos sintamos perdidos

Uno de los misterios de la lengua es la creación de palabras para la designar las cosas, si existen casi las mismas cosas en todo el mundo, en cada idioma debería haber una palabra para designarlas, sin embargo, en francés no existe una palabra para decir “barato”, lo más cercano es algo así como pas cher, que significa “no caro”; en portugués hay una palabra hermosa, saudades, que es algo cercano a la tristeza, pero más bien parecido a la melancolía, algo que podemos traducir como la alegría de estar triste; en japonés existe una palabra también intraducible tsundoku, que señala la manía de comprar muchos más libros de lo que se puede leer; existe traducción a todos los idiomas para la palabra “gracias” y en español huérfano es el que ha perdido a sus padres o a alguno de ellos, pero no tenemos ninguna que señale a quien ha perdido un hijo.

Hoy, a los tres mil niños que habían perdido a sus padres en la guerra del narco hay que sumar el aproximado de 3,100 más, en términos aproximados y provisionales, que han quedado en esa condición; ellos tienen vocablo propio que los señale y hay que hablar mucho, conscientemente, a propósito de ellos, para atraer las miradas de quienes puedan y quieran adoptarlos; ese es un movimiento del que pocos responden porque, el respetable me disculpará, pero ellos no votan, no pintan monumentos ni queman nada, no destruyen nada y están por ahí, a las buenas manos que los cuidan; tienen palabra, pero no discurso, tienen vocablo, pero no quien hable por ellos.

Me viene a la mente esta reflexión porque hace apenas una semana se nos fue Eulalio, el Sax, el de la Maldita Vecindad y en la misma semana Vicente Rojo; en los años recientes hemos perdido a Monsiváis, a Juan Soriano, a José Emilio Pacheco, a Retes y pararé la cuenta para no ofender con la limitación de espacio a quienes merecen ser recordados porque lo importante es decir que hemos quedado en un peculiar situación de orfandad cultural, esto es, se ha despedido la última generación de nuestros grandes y no acertamos a ver quién ha de tomar el relevo, cuáles son nuestras grandes voces, quienes nuestros interlocutores porque de esto depende el rumbo y el destino de nuestra tradición cultural, el informe de cómo estamos construyéndonos a nosotros mismos.

Si claro que hay grandes escritores y artistas, ahí tenemos en la literatura, nomás por decir algunos de los que están haciendo cosas interesantes sin el afán de ser exhaustivo, Rafael Pérez Gay, Sandra Lorenzano, Jorge Volpi, Guadalupe Nettel y por supuesto, Juan Villoro; instituciones ciudadanas que se han tomado la tarea de no dejar morir la cultura de males pandémicos colaterales como la desidia, la depresión y la falta de presupuesto, carencia de imaginación y oficio; insisto, sin ánimo de agotarlos todos, Celso José Garza Acuña y Antonio Ramos Revillas desde Extensión y cultura, así como la editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León, realizan su feria del libro con acierto trayéndonos las voces de Centroamérica, como Sergio Ramírez y Gioconda Belli y tendiendo puentes con la RELI , la Red de Librerías Independientes, manteniendo a flote, a brazada limpia el oficio librero y la librería de barrio en el país; Eduardo Langagne, desde la Fundación para las Letras Mexicanas, que alguna vez, antes de que nos llamaran a encierro, frente a un magnífico plato de cochinita en el legendario Círculo del Sureste, me dijo que su tarea era formar escritores que aguantaran a pleno pulmón los noventa minutos de un partido para generar, en algún momento, una superestrella o una selección mundialista. Ellos y no otros son la cabeza colectiva de la generación literaria, diversa, atomizada y sobreviviente a la que bien podríamos llamar “los frutos del desastre”.

Desde hace mucho, la idea de la generación literaria se disolvió; la multiplicidad de temas, la variedad de quienes escribimos y ahora, la pandemia y la ausencia de un postura intelectual del Estado, han hecho que nos sintamos perdidos, con la angustia de no saber quiénes reciben la estafeta, el relevo generacional y mientras nos lo preguntamos y nos miramos unos a otros igual que en el momento en que el profesor de la secundaria iba a preguntar la clase y todos los alumnos nos hacíamos los invisibles, hay un movimiento cultural diverso y ciudadano por el que no dejamos que el gran teatro de la literatura nacional se venga abajo, presenciamos una colaboración entre escritores, editores, promotores de lectura y libreros con la finalidad de que el “ecosistema” del libro, como ahora le llamamos no se nos deshaga en las manos. Es probable que ya se haya marchado la última de nuestras generaciones de escritores y en adelante tengamos que narrar la historia de nuestra literatura desde los títulos, los movimientos y los autores; no lo sé, de lo que estoy seguro es que pronto, acaso demasiado pronto, habremos encontrado la palabra que señale a esta resistencia obstinada, a esta necedad radical de escribir, leer y ser leído.

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