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Farabeuf en nuestros días

César Benedicto Callejas

César Benedicto Callejas

A veces parece que tuviéramos más tiempo, en cierta forma es verdad, no nos trasladamos, comemos en casa, las reuniones vía remota suelen ser más cortas; en suma, aprendimos a organizar nuestra jornada de manera distinta y eso, en términos de la celeridad a la que estábamos acostumbrados, significa que nos quedan por aquí y por allá algunos minutos que tendemos a llenar con algo, el mejor remedio contra el tedio —que prohíja la depresión y la ansiedad entre otros muchos desperfectos— es la actividad.

En lo particular, he revisitado textos que me son queridos, como leer de nuevo La colmena, de Camilo José Cela, y atacar los pendientes, libros que debí leer antes; así, me enfrento a Farabeuf, de Salvador Elizondo. El libro se convirtió en una reflexión sobre nuestro tiempo.

Todo circula en torno a la exposición a uno de los tormentos más crueles de los que se tenga memoria, la muerte de los mil cortes le llamaban, la nombra también Cortázar y consistía en administrar al condenado una dosis de opio que le permitiera soportar la visión de su cuerpo en el proceso de ser reducido a ruinas y, llegado el momento, morir mediante un corte rápido y hábil.

En torno a la imagen se anudan historias de amor y desamor, de encuentros y abandonos, de inocencia y perversidad; todo en un juego casi mágico de tiempos y circunstancias, de historias que pueden ser o ser de manera distinta. Es un libro o de estar en casa, diríamos, sin prisas, antes de que las historias comenzaran a tomar velocidad, sus argumentos se volvieran más lineales y sus formatos más convencionales; cuando los libros tenían que competir entre sí y no con las series del streaming. Antes de que las prisas le comieran el paso a la literatura y los mercados fueran metiendo su cuchara en la estética.

Entre las mil y una noches del encierro que nos obligan a imaginar lo inconfesable, pero también que nos dan camino para pensar la realidad desde muchas maneras distintas, me doy cuenta de que lo que sucede es que, al fin, fracturamos la estructura narrativa de nuestra realidad; en cristiano, pues, que nos estamos contando historias distintas sobre lo que vemos, por un lado el gobierno y por otro la sociedad; vemos cosas que pasan, pero las contamos de manera diferente; las estamos viviendo de manera distinta y estamos, por eso, generando respuestas distintas; no sé si me debo ya cansar de decirlo, pero es que esta novela al modo de Farabeuf que nos tocó vivir, que nos tiene en vilo entre ser los supliciados a los que nos han impuesto la infamia de ver nuestro tormento, requiere que afilemos los sentidos, que seamos más claros en lo que podemos o no esperar de las autoridades para que todo lo demás, que no es poco ni lo menos importante, lo hagamos ya por nosotros mismos.

Todos los personajes de Elizondo son clasemedieros que han viajado e ilustrado, que conocen mundo, pero que son, ante todo, lo que Musil llamaría hombres sin atributos, como usted o como yo, los de todos los días, los de a pie, ellos que se enfrentan a pequeñas epopeyas que serán borradas por el tiempo, tal vez en menos de una generación, pero que hacen el presente y lo construyen.

Ellos son los que hacen las narrativas y para mí que había querido escribir una reseña ciento por ciento literaria, no puedo sustraerme de este cotidiano que tengo que escribir por tener que alimentar y cuidar una familia, que no me permite cerrar los ojos al entorno y saber que tendría que haber apertura en el gobierno para escuchar otras narrativas de lo que está viendo, aunque no le gusten y que deberíamos tener más precisión para narrar nuestros días y nuestro futuro inmediato desde la consciencia de quienes leemos, escribimos, trabajamos y la vamos liberando cada día, nosotros los que nunca tenemos programa político, que nos cuesta mucho asumir la consciencia de clase porque no queremos ser pobres y no alcanzamos a rozar a los ricos.

Para todos nosotros, la lectura, la cultura, Farabeuf y sus colegas, son la salvación y el camino, la forma y el contenido, aquello que podemos ofrecer en la medida que podamos descifrar el enigma de nuestro tiempo: ¿cómo describir nuestra sociedad y proponer un camino sin perdernos en el intento?

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