Etiquetando el tiempo

La inteligencia humana, limitada y al mismo tiempo arriesgada, no puede funcionar sino mediante generalizaciones, no tiene otra opción. Por eso, recurrimos a las etiquetas que nos recuerdan rasgos mayores de ciertas cosas y hechos que damos como existentes, pero cuando lo aplicamos a seres humanos hay que andar con cuidado, estamos entrando en el mundo donde la excepción no confirma la regla, al contrario, la destruye

Desde hace unos meses una palabrita me viene haciendo ruido —como otras, usar el verbo “ocupar” como sinónimo de “necesitar”, por ejemplo — y es millennial. Y no dudo que los susodichos existan, vaya, como que los veo todos los días, según las descripciones que he encontrado por ahí ahora que me dispuse a escribir este artículo, además,  me encuentro con quedicho clan está enfrentado con otro, la Generación X, la cual, según los mismos manuales de cronología reciente, me honro en pertenecer. Me entero que mi madre es una baby boomer y que a mi padre ya no le tocó definición porque nació unos años antes, me dicen que mis hijos además pertenecen a la Generación T, la táctil, que nació por ahí de 2010 y quién sabe hasta cuándo y cuyas características no están del todo definididas, ¿cómo van a estarlo si apenas están saliendo del cascarón?, es entonces cuando de verdad me voy de espaldas. ¿Nuestra necesidad de catalogación es acaso tan fuerte?, ¿de verdad necesitamos tanta etiqueta para definir los cambios de nuestra sociedad y enfrentar un fenómeno cultural y social más amplio como el progreso y el cambio que a todos nos afecta? Pienso para mí si no se trata de una segmentación de mercado, una visión un tanto artificial y una generalización a ultranza que es rara en un país donde tantas cosas andan revueltas que lo que nos caracteriza a todos es una lucha común por salir adelante en un entorno económico difícil, una sociedad cansada de la violencia y víctimas de una esperanza irredenta.

Es cierto que entre la generación de mi padre y la mía hay menos diferencias que entre la mía y la de mis hijos. Comprendo con mayor claridad una escena de cine de los años cuarenta que mis hijos, a los que les llama la atención un sujeto que se detiene en la carretera, saca un mapa, lo pone sobre el auto y decide a dónde se dirige, eso es producto de que el mundo cambió mucho en muy poco tiempo, algo que no está a discusión.

Sin embargo, también me doy cuenta de que antes de la Segunda Guerra Mundial no había adolescentes o que nadie los nombraba así y que los personajes de Dickens eran pequeñitos que se ganaban la vida en condiciones terribles y salían adelante de la misma manera en la que millones de niños de mi país y mi momento tienen que enfrentar la realidad material a muy temprana edad y para ellos no hay ni adolescencia ni millennials que valgan.

Será tal vez que estaba acostumbrado a llamar generación a un grupo que se distinguía por los rasgos similares que les daba haber enfrentado una situación común, estaba compuesta, por otra parte, por sujetos definidos, con nombres y rostros que habían dejado huella y a todos ellos, además, los había consagrado la posteridad como miembros de su propia generación. Se le identificaba por la manera en que habían enfrentado juntos un referente histórico, vaya, algo que les había pasado y que luego, al paso del tiempo quienes analizaron sus vidas confirmaron su existencia como grupo, organizado o no, pero con respuestas y características similares, pero claro, el hecho es que ahora no tenemos tiempo para esperar y saber cómo era la generación pasada para bautizarla ni verificar quiénes fueron sus señeros y sus líderes.

Lo queremos para ahora, la definición basta, burda y sólida para efectos prácticos e instantáneos, de esta manera obtenemos etiquetas fáciles que cubren los problemas educativos de quienes ahora tienen veintitantos, las frustraciones de los que tenemos cuarenta y tantos y los sueños fallidos de quienes tienen sesenta y tantos. Todo eso para no quebrarnos la cabeza y generar proyectos que nos incluyan a todos, según nuestras necesidades y diferencias, pero se me olvida que tal vez sea eso, que no tenemos ese proyecto.

Una cosa muy distinta es haber nacido en la época de las dictaduras latinoamericanas y, al mismo tiempo, ser escritor, que pertenecer a la Generación del Boom latinoamericano. Una cosa muy diversa es haber crecido durante la Guerra Fría y haberse educado en la tecnocracia económica que ser un Chicago Boy. Pero ya ven, tenemos tanta prisa que ya queremos que nos cuenten la historia de mañana.

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