Entrando en razón
Para nadie es novedad que los artistas de la alianza pueden cambiar de bando si la otra opción les llega al precio.
Para algunos, el mazazo de realidad todavía los tiene aturdidos, partidos que fueron y que sobreviven sin que sepamos, a ciencia cierta, cuál es el secreto de su sobrevivencia; personajes que, resucitados, tuvieron que volver a la tumba y que pensaban que la sombra todopoderosa y protectora podía cobijarlos; otros más trabajaron sobre bases de contacto ciudadano y lo lograron; si bien en el escenario global federal apenas hay cambios perceptibles y la viabilidad del proyecto presidencial depende no de sus fuerzas, sino de la calidad de sus amarres, para nadie es novedad que los artistas de la alianza pueden cambiar de bando si la otra opción les llega al precio, porque lo cierto es que las reglas de los tres últimos años no son las mismas que de los primeros.
Pero, siendo sinceros, el panorama electoral llama nuestra atención por causas que van mucho más allá de las políticas; estamos en presencia del proceso electoral más violento de la historia, las diatribas del Presidente y las amenazas de toritos y otras lindezas no fueron suficientes para que el ciudadano de a pie, usted y yo, nos manifestaremos por el único actor que nos representa, el INE. Con esta votación queda claro que el instituto a cargo de Lorenzo Córdova y su equipo de trabajo se ha ganado, por mucho tiempo, su derecho a sobrevivir y prosperar, porque, más allá de las menguadas y rancias intentonas de representación partidista, el INE se comportó como una voz de ciudadanos y para ciudadanos, demostró que esa posibilidad es real y que dominará en los próximos años la racionalidad democrática. Esa es una buena señal.
Mientras me acerco al centro de Coyoacán, circulando sobre la avenida Coyoacán, veo una manta enorme, una gran pancarta con estrellas rojas —para qué fingir si es claro que esa estética llama de inmediato mi atención—, frente al Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, acusa una frase demoledora, “nuestros sueños no caben en sus urnas”, y es cierto, porque ya se ve que tampoco los de los demás ciudadanos caben en tan estrecho margen y todos los que concurrimos a la votación tuvimos que hacer maromas intelectuales y sentimentales para decidir entre tan magra, pobre y hasta ridícula opción. No sé qué pasó con aquel candidato que coleccionaba mentadas de madre o los bailarines improvisados; pero lo cierto es que, de momento, no tenemos dónde más poner esos sueños, aunque también hay que decir que son esos sueños que no caben en las urnas los que se manifiestan para dejar caer políticos y desautorizar proyectos.
Por debajo de los cauces aparentes circula la gran corriente de nuestro tiempo, mucha de la decisión electoral se ha tomado por el concilio de los ciudadanos a través de sus redes sociales, ahí lo mismo se ataca y se denuesta como se informa y se decide; es ahí donde surgieron las iniciativas de intercambio y colaboración desde tiempos de la pandemia, como esposible.org entre otras, es ahí donde se está cocinando un futuro que los políticos tradicionales no han querido o no han podido ver; tan cierto como que las elecciones han dejado de ser noticia extraordinaria para convertirse en parte del panorama normal de nuestro ser político. Ahora, lo que resta, es dotarlas de contenido e identidad, que seamos los ciudadanos los que enseñemos a los políticos qué es lo que queremos y necesitamos, porque tan claro es que nada puede ya frenar la organización de los ciudadanos como que los partidos, todos ellos, han perdido ya la posibilidad de controlarnos por sus propios medios.
Escritor. Abogado.
