El reto universitario

Desde su refundación, la universidad ha cumplido con una misión fundamental en la historia de México, alentar y prever los movimientosde cambio, no pocas veces generarlos y siempre criticar y encausarlos.

Hace unas semanas los símbolos universitarios cumplieron su primer centenario. Son muy pocos los mexicanos que no podrían distinguir el escudo de la máxima casa de estudios o reconocer la frase “Por mi raza hablará el espíritu". Y para quienes somos miembros de su comunidad, de una u otra forma, no hay identidad que nos tatúe la piel, el corazón, de tal manera que una vez que se ha pasado por ahí, se establece una peculiar forma de simbiosis que dura toda la vida.

En esos días de aniversario fueron muchos los que reavivaron el debate sobre esos símbolos, me preocupan más los próximos cien años, la forma en que esos mismos símbolos podrán, o no, simbolizar la independencia intelectual de nuestro país, nuestra contribución a la expresión del enorme continente de la Ñ, nuestra búsqueda de la verdad traducida en la ciencia para crecer en igualdad y, sobre todo, para seguir siendo la conciencia crítica de la nación en tiempos de una necesaria redefinición de la identidad nacional.

Desde su refundación, la universidad ha cumplido con una misión fundamental en la historia de México, alentar y prever los movimientos de cambio, no pocas veces generarlos y siempre criticar y encausarlos; así hicieron con la Revolución de 1910, igual en el 68 y en 1985; aún en la disidencia y el conflicto la huelga de 1999 implicó denunciar defectos y excesos en nuestros esquemas políticos y económicos. En este momento, la Universidad debe redefinir sus modelos, sus mecanismos y su presencia; reafirmar su voz, su pluralidad y su condición de único mecanismo de movilidad social vigente.

Cercanos a reanudar actividades no sólo en la UNAM, sino en muchos aspectos de la vida colectiva; somos seres gregarios que hemos descubierto cuánta falta nos hace el ágora, la plaza, el comercio de calle y el encuentro colectivo; la Universidad no ha permanecido ociosa, hay que decir que nunca lo hace, sus estudios han demostrado que son muchos los estudiantes y académicos que prefieren el trabajo en casa porque ahorra mucho dinero en transporte sin contar la disminución de riesgos contra la delincuencia, mejora las condiciones de salud en términos de horas de sueño y mejor alimentación; pero la mayor presión vendrá de los mercados de trabajo y conocimiento.

La sociedad digital preferirá capacitación sobre títulos universitarios; emprendedores sobre empleados y, ante todo, será implacable con los procesos de automatización y robotización que dejará fuera de competencia a quienes no desarrollen las habilidades y destrezas necesarias para adaptarse. Seamos francos, en los próximos años no necesitaremos tantos abogados, contadores, médicos o ingenieros, muchos de sus trabajos ya lo hacen robots e inteligencia artificial; harán falta, sin embargo, humanistas, filósofos, narradores que den conciencia a todo el cambio que ya está sucediendo y que no va a detenerse; requeriremos científicos en desarrollo de ciencias básicas y aplicadas antes de que el conocimiento, materia prima de nuestro tiempo, se convierta en la expoliación del hemisferio sur al norte como sucedió en tiempos del caucho, el cacao, el petróleo y el oro.

Para sobrevivir en el tiempo, la Universidad deberá marcar el ritmo de los cambios, entrar en contacto con las fuentes de financiamiento en el entendido que el Estado no cubrirá sus necesidades, asociarse con los emprendedores y eliminar los intermediarios entre los creadores y los consumidores y, sobre todo, olvidar para siempre el tiempo en que se constituyó como la fábrica de cuadros para los partidos políticos y la burocracia, renunciar a ser una factoría de empleados para ser, como en su origen, la fuente de los creadores, los emprendedores y los guías de nuestra identidad y nuestra cultura.

                *Escritor. Abogado

Temas: