El luto de nuestro tiempo
Me gustaba Retes porque no mordióel anzuelo de la globalización, del cine pasajero y plano de las megaproducciones que hacen que sea lo mismo la Indiaque Paquistán.
En este momento en que todos lloramos la pérdida de alguien más próximo o más lejano, en el que vemos a la sociedad sacudirse siglos de conductas aprendidas para enfrentar la realidad de que somos pequeñas, pequeñísimas y falibles notas de temporalidad llamadas a extinguirse, me llega la nota de que hace unos días ha muerto Gabriel Retes y algo chiquito en mi memoria estalla en mil pedazos, es la escena final de El Bulto. Me pongo a recordar y Bienvenido-Welcome se asoma por otra parte de mi pasado y así, las imágenes se amontonan para tomar partido en la fiesta del recuerdo y creo que es tan lamentable cada muerte, más ahora que estamos tan pendientes de ellas, ahora que todos somos candidatos, siempre lo hemos sido, pero más conscientes para su guadaña.
Hace unos días se fue también Aute, y así, en este año marcado por la negra acidez de la enfermedad, se va Retes, a quien nunca vi en persona, pero que traté como trata el público a quienes hacen de las pantallas el mejor lugar para estar en el mundo. El hombre que hacía cine sin pedir permiso, sacándole las castañas de la lumbre al arte en todo momento para contar historias bien hechas, anécdotas de verdad, de ésas que calan porque suceden y que suceden por que nacen de la universalidad de la condición humana. Y se fue, entre muchos, con un homenaje de su público, de sus colegas, de sus actores, sin ceremonias que no pueden realizarse por las circunstancias que estamos viviendo, pero que habremos buscado ya sus clásicos para darles una mirada y recordar la tarde lejana en que Retes nos llevó a conocer el hielo de los que vivieron la gloriosa era de las utopías para despertarse en aquella otra del vacío.
Me gustaba Retes porque no mordió el anzuelo de la globalización, del cine pasajero y plano de las megaproducciones que hacen que sea lo mismo la India que Paquistán, o lo mismo Ciudad de México que París o Londres, me gustaba porque contaba nuestras historias, las de las colonias, las de los pueblos y nos enseñaba que en esa narrativa singular estaban las notas de todo lo que nos une con los demás miembros de la humanidad, ésa era su globalización no global, la de la aldea revelada por un hombre cuya aspiración era contar una buena historia y hacerlo bien, arrancarnos la sonrisa y la lágrima, la picadura de la crítica y el confort de las imágenes. Y se fue, así, entre tantos que se van hoy sin que podamos decir hasta la vista, hasta la próxima función.
Claro que me gustaba el trabajo de Retes porque para mí, que no soy crítico de cine sino público simple y llano, de los que compramos un boleto los domingos y esperamos que nos saquen del planeta para llevarnos a volar a las entrañas de un buen cuento; para mí que veo que no me fallen las suscripciones de los streamings para estar conectado con las imágenes, las de Retes me llenaban de gusto y a veces de temor, porque me estrellan con el alma y con la realidad de esta ciudad que se nos cae a pedazos y con esos trozos del suelo luego hacemos fiestas, esa misma que ahora se oculta y está viendo cómo saca para la próxima quincena, pero que no se rinde; era Retes, como dijo María Novaro, “prolífico, polémico, brillante, divertido, energético, enloquecido y entrañable” y al leer estos adjetivos me parece que estoy leyendo las notas que caracterizan a nuestro buen cine, al que se avienta al ruedo más allá de las becas y los estímulos, más allá de las críticas y los festivales, ese cine de barrio y de copete que nos habla de tú a todos, a todos y en serio a cada uno de nosotros, porque está hecho de carne de nuestra carne.
Al recordarlo me pongo a pensar que esto del arte tiene mucho que ver con las políticas públicas, con lo que el Estado pueda hacer por crear las condiciones y el ambiente general para que la creación cultural y artística sea posible, pero que tiene que ver mucho más con el valor del creador, con su voluntad y su talento; Gabriel fue hijo de Ignacio Retes, el director de teatro, y de Lucía Balzaretti, la actriz; no es que le viniera de sangre, esas son patrañas, sino que le venía de una vocación entrenada, de una educación donde lo inútil que es el arte era lo más útil para la vida; aprendió también que uno no se hace cineasta por ver mucho cine, como no se hace uno escritor para que lo lean, se hace uno artista porque no le queda de otra, porque si no lo acepta uno y lo hace, sencillito que se muere y él no quiso morirse y por eso filmó Bandera Rota y se llevó una mención especial del Jurado en el Primer Festival Latinoamericano de la Habana, era 1978, yo era un niño a las puertas de aventurarme en el cine del bueno, luego vinieron las 18 películas siguientes, con auténticos monumentos como Ciudad al desnudo.
Adiós y gracias Gabriel Retes, y cada vez que te vea hecho el Bulto, bailando en la fiesta final me acordaré que no hay bronca, que lo importante es contar historias, lo demás, entre todos, ya lo iremos sacando.
