El día que faltó el Sax

Tienes quince años, por alguna razón que nunca vas a aclarar te vas llenando la cabeza de libros; así nomás, sin causa ni razón, un día te das cuenta de que lo tuyo es la lectura, para los tiempos que corren eso ya es ser contreras; no hay muchos colegas, pero los ...

Tienes quince años, por alguna razón que nunca vas a aclarar te vas llenando la cabeza de libros; así nomás, sin causa ni razón, un día te das cuenta de que lo tuyo es la lectura, para los tiempos que corren eso ya es ser contreras; no hay muchos colegas, pero los encuentras, es tiempo de descubrir a Cortázar y a Borges, a lo lejos ves siluetas de autores que llegarán, pero cuyo momento todavía está lejano. La música que suena en la radio parece no convencerte, te haces de tus propios casetes, los armas con música en otros idiomas, jazz, Silvio, Pablo; vas a contracorriente. Una mañana, jueves para ser exacto, en primera clase de tu primer año de preparatoria, estás leyendo a Cortázar disimulado en un texto de geografía cuando empieza a moverse la tierra, corre el año de 1985 y es la primera vez de varias que te tocará ver cómo se acaba el mundo, o al menos eso parece.

Ese mismo año, todavía no lo sabes, pero el Sax funda con Roco, Lobito, Tiki y Pacho la Maldita Vecindad, la Maldita para los cuates. Te vas a enterar poco tiempo después, porque para el año 91 ya serán conocidos por todos, pero las introducciones sincopadas de Eulalio Cervantes Galarza, el mismísimo Sax, ya las traes en el “soundtrack” de tu vida para siempre; eso era lo chido, lo netamente chido, la música que no importa que le gustara ya a todo el mundo, siempre identificaría a la banda, no a las bandas milenarias de barrios oscuros que te siguen dando algo de miedo, al fin pequeño burgués de origen provinciano que eres y serás siempre; sino a la banda de a de veras, los que no nos la vendían con queso, los que nos habíamos metido a conocer la ciudad mugrosa y devastada, el chilango neto, nosotros, los que aspirábamos a un día escribir libros, tocar música o hacer cine; nosotros los chavos que soñábamos a contramano en una realidad no dramática, sino simplemente pinchurrienta.

A mí que me digan lo que les dé la gana, pero esto de la epidemia ya se ha vuelto personal, nos ha dado en la madre en muchos sentidos, pero entre ellos en la cultura; ésa con la que todo el mundo se para el cuello y se cuelga la medalla ajena; ésa mera a la que todos invocamos diciendo que con la educación va a sacarnos del hoyo; exacto, mi estimado, el ungüento de Fierabrás, la tisana milagrosa que todos conocen, pero a la que nadie arrima la cucharada, menos si se trata de comprarse un libro, todavía menos si es de una editorial independiente; para esa banda, entre otros tocaba el Sax. Para la que bailaba a madrazos en los toquines y para los que entreveíamos la calidad de su música entre una triste oferta plastificada y descafeinada apta para todo gusto, es decir, sin gusto alguno. Va de nuez, la Maldita tocaba de lo mejor, tenía propuestas, apostaba y las aperturas en saxo en Kumbala, el trance oyendo Pachuco, no sólo te ponían la piel de gallina, sino que te traían la historia de los barrios y del centro de la ciudad, hasta tus mismísimas trompas de Eustaquio y eso, mi amigo, eso era hacer cultura y música, sin más discurso ni manifiesto que el gusto del respetable que se la jugaba con su artista en fiestas y tocadas, en conciertos y bares; en CD legales y casetes que corrían de mano en mano.

El sábado la pandemia nos la hizo otra vez, con casi 700 camaradas que ahora también nos faltan; qué carajo, todos nos hacen falta, claro, entre ellos Eulalio Cervantes, con sus manos prodigiosas y sus pulmones de oro, ésos que le fallaron cuando el virus se los hizo trizas. Si no es que uno quiera, de verdad que no, pero es que el ritmo de la vacunación, las vacunas que llegaron tibias como tacos de canasta en la tarde cuando son las puras sobras, los semáforos multicolores que no representan nada para nadie y los discursos cotidianos que suenan como las promesas de todos los partidos, a puro vacío; de verdad que uno no quiere hablar de eso, pero el maldito bicho se llevó al Sax con otros más de 600 colegas apenas el sábado, y no es que nuestro admirado valiera más que otro ser humano, pero con él se fue el talento, la sensibilidad mestiza del jazz rocanroleado, mestizo, impuro y barroco como todo lo nuestro; la voz de Santa María la Ribera, de la San Rafael y de San Ángel, todo en el mismo disco, todo en la misma rola. Y ya entre nos, puestos en serio a escuchar, no me dirán que no había un toque de Parker y Coltrane en sus empujones de aire que arrancaban suspiros melancólicos de noches de pasión y locura hasta en los mocosos que no lo habíamos vivido; que si éramos unos mugrosos con José Emilio Pacheco bajo el brazo haciendo cola para comprar un café en El Jarocho de Coyoacán, unos tabacos Príncipes, de esos cimarrones negros que contaminaban como Ruta 100, pero sabían tan buenos; que nos íbamos andando a la Cineteca como en procesión guadalupana para ver a Retes y de paso una de Kurosawa, porque ya sabíamos, eso sí, que el que es perico donde quiera es verde y nuestros músicos, escritores y cineastas se codeaban con lo mejor del mundo.

Se nos fue Eulalio, el Sax; se lo cargó el bicho y no nos hagamos aunque parezcamos, se lo llevó el triste manejo de la pandemia y también la mala hora; se nos fue el músico de la banda urbana, que se saltaba las clases sociales como muchos nos saltábamos las horas de escuela, de fábrica, de vagancia o de empleo; nuestro Sax de la Maldita que nos daba lecciones de Lester Jones y de Coleman sin que lo supiéramos porque nomás sentíamos ese calorcito, ese calambre de su tonada cuando la luz de neón, roja era esa luz, de baile Kumbala bar anunciaba que el momento había llegado y todo lo que no fuera su tonada valía para pura madre. Adiós, mi Sax, gracias, de corazón, por cada nota.

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