El beduino de la Del Valle

Vita est militia decía el viejo don Ignacio de Loyola, traía a cuento aquel versículo de Job, que recuerda que para los hombres vivir es luchar y vaya si lo es, cualquiera puede decirlo; cada día desde que amanece todos salimos a batallar por la supervivencia. Claro, a veces, el ambiente no ayuda y cuando no reconocemos la ciudad en la que vivimos, nuestra sociedad, que anda revuelta en temas electorales, entre sombras de violencia y el bombardeo de las noticias, los que debemos seguir luchando tenemos que buscarnos un espacio de tranquilidad. Sorprendentemente, la misma ciudad es la que nos los provee

No conozco su nombre, trabaja en el parque Alameda, en la colonia del Valle, cuida coches de los que van a hacer ejercicio o de los que ocupamos alguna mesa en los cafés que bordean ese espacio verde. Se ha hecho una keffieh, uno de esos turbantes tan comunes en la mayoría de los pueblos árabes, con una camiseta, eso le da un aire de beduino fuera de sitio. Hace unos días, cuando me retiraba del parque le hice la seña para darle una propina, me pidió que esperara, porque estaba ocupado.

Atraía a los pájaros y a las palomas tanto con migajas de pan como con el efecto de espejo que le permitía su gafete, haciendo reclamos con el sol, las aves bajaban para alimentarse. No sé si el espejo improvisado tenía efecto, no quiero saberlo, pero la danza se me antojó tan irreal, tan poética, que poco me ha interesado el mecanismo. Él no tuvo tiempo de reclamar su propina porque estaba en cosas más importantes y yo no tuve corazón para interrumpirlo, ya le abonaré lo que le corresponde la próxima vez que lo vea si no está, de nuevo, es porque estará convocando por las aves, dándoles de comer.

Cuando estas cosas nos suceden, la literatura sale un poco sobrando, la realidad nos ofrece mundos todavía más ricos que, como Shakespeare decía, van más allá de lo que nuestra filosofía puede imaginar. Pero hemos perdido la capacidad de asombro y la sensibilidad para recogernos frente a los retos cotidianos. Es verdad que el abuso de estas ideas las hacen parecer como consejos de manual cursi que no nos llevan a ningún lado, pero en este tiempo nuestro que nos ha tocado transitar no está del todo mal recordarlos.

Como van las cosas estamos corriendo a renunciar a los argumentos, a las buenas maneras, a las formas que, a fin de cuentas, nos permiten pasar por encima de los problemas con inteligencia y seguridad. La violencia política es uno de los elementos a los que no podemos acostumbrarnos ni a la verbal ni a la física, no sólo porque enrarecen el ejercicio democrático, sino porque dejan secuelas que, aún con las elecciones más tersas que pudiéramos desear, tardaríamos mucho en sanar y resarcir.

El miedo como argumento, la agresión y la burla como respuesta, van alimentándose mutuamente desde la punta de la pirámide hasta la más elemental de las bases. La repercusión de los discursos se perpetúa porque no queremos detenerla, hacemos eco de los memes, de los rumores en las redes sociales y no deseamos parar la cadena porque nos parece muy divertido y tal vez porque sentimos o creemos que eso ayuda al candidato de nuestra preferencia. Nada más lejos de la realidad, ni contribuimos ni colaboramos, simplemente enrarecemos el aire para que luego, cuando todos quedamos respirarlo, nos quede el acre sabor del humo que hemos contribuido a crear. Muy pocos tienen la posibilidad para decir al oído de los candidatos qué está bien y qué está mal, a ellos les correspondería llamar a la tranquilidad, a alejarnos de los discursos triunfalistas, de las diatribas y los desencuentros. Nosotros, lo que podemos hacer, es seguir nuestra lucha diaria, la cotidiana, la de ganarnos la vida todos los días a cada momento y a cada instante y actuar con la inteligencia que caracteriza a la ciudadanía.

A los seres humanos nos cuesta mucho trabajo lidiar con el tiempo, ese material proteico que nos construye y nos destruye simultáneamente, nos es difícil porque con él se nos va la vida y es el único que no podemos recuperar de ningún modo, pero es ese mismo elemento el que podemos transformar en desesperación como en impulso, la diferencia es lo que Alfonso Reyes recomendaba: “No olvidar ser inteligente”. Antes del próximo teclazo en la red social, antes de la próxima burla y del distanciamiento con el hermano o el primo por el partido de preferencia, por favor, no olvidemos ser inteligentes.

La imagen del beduino de la Del Valle, se me ha quedado en la cabeza como una imagen sutil, casi dulce, en el fondo, es la vida cotidiana de esta ciudad complicada y llena de gente distinta, cada una con sus problemas y cada una buscando sus soluciones. Él decidió construirse esos espacios donde juega con los pájaros del parque, en el que trabaja, vive y sigue adelante más allá de las guerras arancelarias y las encuestas electorales. La sociedad no se puede dedicar a jugar con las palomas y los mirlos, pero tiene espacios que llaman a la reflexión, serenidad y conocimiento, eso y no otra cosa es hacer ciudadanía.

Escritor. Investigador SNI

Twitter: @cbch70

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