El año en que no hubo premio Nobel

Algunas cosas permiten creer en la buena marcha de la realidad, sencillas marcas en el día a día que nos avisan que los ciclos se cumplen sin contratiempos y que, por duros que sean los momentos, todo sigue caminando, son señales de estabilidad y nos permiten imaginar que todo seguirá siendo como lo conocemos: la entrega del Premio Nobel, por ejemplo. Pero algo no marcha bien del todo, este año no hay Premio Nobel de Literatura.

Desde luego que no es el fin del mundo, vaya, el bombardeo de Siria es cosa más seria me dice mi conciencia que se resiste a dar tanto peso a una tradición que sigo desde que me hice lector hace ya tantos años. Venga, si no es para tanto me replico a mí mismo, si todas las instituciones, por augustas y venerables que sean tienen sus crisis, ¿por qué la Academia Sueca no iba a tenerlas? A otra cosa entonces me dice mi pluma que quisiera ir a danzar la manzanilla con otros temas, pero el asunto sigue ahí inquiriéndome. El hecho es que el Nobel de Literatura sólo se había suspendido durante las dos guerras mundiales y se había aplazado en unas cuantas ocasiones por causas, exclusivamente, literarias, pues no se había encontrado un candidato que pudiera recibirlo. Pero es el origen de la decisión lo que me desazona tanto y lo que me hace pensar que lo que pensábamos que iba a cambiar se ha transformado ya y vivimos ahora las consecuencias de esa transformación.

El Premio se ha suspendido por una crisis en la administración de la Academia Sueca que no tiene quórum suficiente para otorgarlo. La renuncia de los académicos no estaba prevista en el estatuto y, por lo tanto, no pueden ser restaurados para que se complete de nuevo la venerable asamblea, y es que las renuncias se han venido encima por un escándalo de filtraciones y abusos sexuales. El mundo ya no es como era y esto es un signo claro de las cosas.

El tema de los abusos sexuales, que todavía hace unos meses se debatía entre la idea de una vuelta a las formas más mojigatas de entender la vida sexual o que algunos querían ver como una nueva restricción a las libertades, se zanja así, sin más, en los hechos a los que ha conducido un sujeto que a la sombra de los beneficios económicos de la Academia Sueca ha impuesto su poder para abusar de mujeres que en su tiempo se quejaron y no fueron escuchadas. El punto es, pues, de igualdad, ni más ni menos.

Igualdad en términos jurídicos, claro, pero también igualdad en términos de poder y acceso a las decisiones. Las costumbres íntimas entre hombres y mujeres, la manera en que nos aproximamos unos a otras y viceversa, cómo nos enamoramos y cómo logramos acercarnos a los momentos de pasión y mutua entrega evolucionan por su cuenta y sin manifiestos políticos, se trata de la capa más profunda de nuestras costumbres y de nuestra visión del mundo, pero que el tiempo de la violencia en esas relaciones, de la imposición del poder de la masculinidad y su ejercicio dentro de los cuadros clásicos de dominación ha entrado en franca decadencia, eso es un hecho que ya no vale la pena controvertir, ¿cuánto tiempo más nos tomará para hablar en pasado de esas costumbres?, eso aún no lo sabemos, pero nos queda claro que ya no hay vuelta atrás.

Hoy cuando leemos a Shakespeare percibimos en algunas obras algún tufillo —por decir lo menos— antisemita, en su tiempo nadie hubiera reparado en ello, o bien, cuando nos aproximamos a Verne, no estamos frente a un ejemplo de tolerancia racial y en la época de su publicación nadie puso el grito en el cielo, desde luego que ni se trata de pasar a cuchillo la historia de la literatura, de cuánto se dijo y cómo se dijo antes, que eso es parte de nuestra historia y constituye el valor de lo que somos y de la manera en que llegamos a serlo, pero mañana, hoy mismo, ya no se puede ir alegremente por la vida ejerciendo ese poder deslegitimado que se constituye por haber nacido varón, occidental y de familia cristiana porque, hoy nos damos cuenta, que igual que ha sucedido con el Nobel, el inamovible Nobel, las consecuencias pueden saltar por cualquier parte.

Vendrán tiempos en que las crestas de la discusión se allanen, cuando hallamos logrado normalizar la igualdad y los casos esporádicos nos indignen a todos con la misma intensidad, entonces, podremos ver los errores del pasado sin indulgencia, pero sí con inteligencia y racionalidad, podremos enfrentar el futuro en igualdad y esperanza. No extrañaremos, como hoy nadie extraña la esclavitud o la segregación, aquellos tiempos de la la desigualdad. Es cierto que ahora tenemos que esperar un año más para saber quién ganará el Nobel, eso en realidad no es nada ni es para tanto, ojalá tuviéramos que esperar tan poco para saber que ahora si, de verdad, mujeres y hombres vivimos en igualdad exentos de violencia.

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