Declaraciones de amor en tiempos del covid-19

Ya me parece que voy adquiriendo el tono del predicador de barrio, que me acerco peligrosamente al tonito de maestro de autoayuda, pero qué le vamos a hacer, tenemos que apoyarnos en el hombro de los colegas, de los amigos.

Me cuenta mi hija de cómo los noviecitos de prepa se han ido extinguiendo entre sus amigas y amigos y de la prepa; previas desinfecciones, protocolos y demás artilugios recibe la visita de una de sus amigas, no puede más con el asunto del aislamiento, su colega nos cuenta de divorcios y separaciones de los padres. El amor está siendo golpeado en el área más sensible de su anémica anatomía, en la convivencia. A no ser que encontremos nuevas formas de expresión amorosa, que desarrollemos ingeniosos mecanismos para hacernos sentir el cariño en la distancia, pagaremos el precio del equilibrio en nuestras almas. De pronto, caemos en cuenta que tenemos tres retos de enfrente nuestro: la del bolsillo, sobrevivir a las extremas condiciones económicas en que nos encontramos; la del cuerpo, sobrevivir a las posibilidades del contagio y de la enfermedad, y la del espíritu, mantener la cordura y el equilibrio.

No se puede enfrentar la crisis económica ni mantener la salud física sin sentido común, sin mantener la cordura; estamos cansados de videos en las redes sociales que exhiben a los que se niegan a usar cubrebocas y además dicen ser influyentes y retan a los encargados de seguridad de los comercios, los hemos visto ser humillantes y majaderos; sigo oyendo que hay quien cree que los termómetros dañan las neuronas y así con mil y mil historias de esas que nos tienen hartos y nos siguen comiendo la entraña; pasemos por alto, ya tenemos suficientes tensiones para que ese ruido ambiental nos descomponga el poco ritmo que a la vida le está quedando; hay que estar consciente de que esta situación llegó para quedarse de muchas maneras que el mundo cambió como cambió con la Segunda Guerra Mundial o con la Revolución, podrá añorarla, pero tendremos que adaptarnos a lo que viene. Quedarnos en la eterna expectativa es volarnos la cabeza con ideas que no nos van a llevar a ningún lado; esto quiere decir que es necesario abrirnos camino así, no confundirnos y tratar de ser claros, vivir nuestra cultura, defendernos con la lectura, crear un fuerte porque la sociedad está cambiando y va a necesitar nuestra participación. Cooperar con la economía del vecino, del prójimo, pues; estar atento porque pronto ejerceremos el voto y en esta pandemia encontramos formas de participación para no quedar al margen, en lugar de esperar la restauración participar del cambio que ya está sucediendo.

Ya me parece que voy adquiriendo el tono del predicador de barrio, que me acerco peligrosamente al tonito de maestro de autoayuda, pero qué le vamos a hacer, tenemos que apoyarnos en el hombro de los colegas, de los amigos. Hace dos semanas murió Mercedes Barcha, la eterna compañera del Gabo, releo por aquí y por allá las innumerables declaraciones de amor que García Márquez fue derramando por ella a lo largo de la vida dentro y fuera de su literatura; eso es lo que me ha despertado las ganas de brincarme las contradicciones y los absurdos de nuestra vida política de hoy; la tragedia de la lealtad encarcelada y de la ficción que logra librar la cárcel para continuar en el juego de la política, la falta de rumbo, el aumento de la violencia y la orfandad de programa y camino en la que nos sentimos los ciudadanos.

Hoy sí que me he querido abstraer de todo eso por un momento para pensar cómo en circunstancias tan diversas una pareja pudo abrirse camino y prevalecer para crear un proyecto de vida juntos; cómo fue que una pareja convencional si se quiere, basada en un amor de esos a la antigua, del siglo XX, la Gaba y el Gabo, fueran capaces de sobrevivir a la pobreza, a la privación, a la persecución, con la fe irredenta en el genio del escritor y en el poder del calor humano; en esa división del trabajo en la que la Gaba gobernaba y el Gabo creaba, como ellos siempre lo dijeron con orgullo.

Hay días así, en que uno ve partir a la gente sencilla cuya epopeya silenciosa deja ejemplo y un dejo de ternura en el corazón; porque a mí me dirán lo que quieran, de la grandeza dramática de nuestro momento, pero a mí me parece que nada es posible ni tendrá futuro, si no aprendemos a sacar lo mejor de nuestro sentido humano, a vivir en tolerancia, a negarnos a la violencia y a tener consciencia que de esta no nos saca ningún gobierno, ningún movimiento y ningún partido, de esta nos van a sacar nuestros padres, nuestras parejas, nuestros hijos y nuestros hermanos; de esta nos saca sólo nuestro sentido humano.

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