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Creatividad contra el desastre

César Benedicto Callejas

César Benedicto Callejas

Nací en 1970, pertenezco a una generación para la que las crisis económicas son parte de su identidad y memoria colectiva; no recuerdo haber pasado mucho tiempo sin que una de estas sacudidas no golpearan a mi familia y mi entorno, una de ésas destruyó la empresa de mi padre; otras aplazaron mis sueños o los hicieron imposibles y aquí estamos, en otra más; más terrible o menos que otras, todavía no lo sé y no lo sabremos hasta que hagamos el recuento de los daños y, bien a fondo, cuando la memoria haya sedimentado. Una cosa me queda clara, como lo vi en mis padres y en los de mis amigos, como yo mismo lo hice con mi propia familia y con mi esposa; lo que nos ha permitido remontar las crisis periódicas, sobrellevar el desastre y plantarnos sobre las ruinas de nuestros errores ha sido la creatividad de la que somos capaces.

Hace apenas unos días, gracias a Pablo Raphael, me invitaron a participar en la mesa Buenas prácticas sobre patrimonio cultural, derechos colectivos y propiedad intelectual, dentro del Foro México Creativo, Desarrollo Cultural Sostenible, que realizó la Secretaría de Cultura; el encuentro con Natalia Toledo, subsecretaria de Diversidad Cultural; Susana Harp, senadora; Tihui Campos, miembro de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas; Nancy Clara Vásquez García, cofundadora del colectivo AÄts Hilando Caminos, y Porfirio Gutiérrez, artista textil zapoteco y promotor cultural, me hizo volver sobre mis pasos, replantearme algunas cuestiones que uno da por hecho y que, habida cuenta del diálogo merecen más que atención, requieren de acción.

Se escucharon, además del español, dos lenguas más que son también parte de nuestra identidad, las propuestas que ya se legislan y la manera en que la Secretaría de Cultura está haciendo frente al reclamo de las comunidades culturales de base para la protección de sus obras, no de artesanía, palabra que pareciera golpear a una actividad profunda frente al poder de la palabra Arte, así con mayúscula; hablamos de temores y de acciones frente a los grandes capitales, sin quererlo, o sin notarlo, de lo que hablamos fue de nosotros mismos, de la manera en que nos asumimos frente al mundo, de lo que somos, de lo que creamos.

Aunque los documentos legislativos, los tratados internacionales y toda su parafernalia están ahí, lo que hace falta es visibilidad, dar voz a los creadores de las comunidades que están haciendo arte en todas sus manifestaciones pese a todo, están jugándose la vida todos los días, el sustento pues, fieles a su vocación y al espíritu que sigue animando sus idiomas y sus prácticas y que ha sido parte del enorme mosaico que somos esto que hemos dado en llamar México. El expolio de sus obras es cosa cotidiana, sus diseños viajan por el mundo en lujosos portafolios de diseñadores exclusivos que después vuelven en finos ropajes a los que ellos no tienen acceso ni lo quieren, porque hacen sus ropas con sus propias manos; éste es el discurso cultural que necesitamos, que puede ayudarnos a salir de la sordera enmudecida de la discusión política, comprender que los mexicanos estamos poniéndole pecho y corazón a lo que hacemos, pero que necesitamos cauce y liderazgo, que podemos encontrar equilibrios justos entre empresas y creadores. Desde el derecho de autor, desde la promoción cultural, desde la posición política.

No encontrará usted, puedo asegurarlo al amable lector, una sonrisa más limpia y más bonita que la de Nancy Clara Vásquez García cuando le enseña a uno a pronunciar correctamente el nombre de su colectivo, ni una mirada más feliz cuando habla de la forma en que aprendió a usar el telar de cintura; no encontrará tampoco hombre más valiente que Porfirio Gutiérrez cuando narra su odisea desde Oaxaca a California y dice que hay que vencer el miedo para asegurar la defensa de sus derechos y eso fue lo que aprendí, eso fue lo que me recordaron, que es falso que estemos todos en el mismo barco, estamos todos en la misma tempestad y no a todos nos han tocado los mismos botes, pero que o nos salvamos todos o nos perdemos como cultura y como identidad. El derecho de autor es un mecanismo, no es un fin y ni siquiera tiene toda su fuerza en el aspecto económico, es un asunto de dignidad y de identidad; es asunto de que hagamos realidad aquello de que todos tenemos derecho a participar de la vida cultural de nuestro pueblo; eso es lo que sustenta el valor de Porfirio y la sonrisa de Nancy; eso es lo que puede animar un futuro donde hayamos encontrado, como decía Alfonso Reyes: el alma nacional.

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